22 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (VI)


“La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”
“Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.”
“Sancho amigo, has de saber que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos… Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas de esta noche, su extraño silencio, el sordo y confuso estruendo de estos árboles… Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por más dificultosa que se muestra.”
Todo esto son pensamientos de idealista, aunque más que este de idealista soy partidario de utilizar el adjetivo magnánimo. Lo de idealista se presta a ambigüedades. Por cierto, que trabajando hace poco, en clase, con chicos en torno a los catorce años, el pasaje de los molinos, nos encontramos con esta pregunta del libro de texto: “Don Quijote es un loco, pero le mueven grandes ideales. Señala cómo se muestra esto en el texto”. En esta profesión nunca te curas de espanto, así que me dejó perplejo una pregunta de un alumno: “¿Qué quiere decir eso de grandes ideales?”... Bueno, es posible que dentro de poco haya que empezar a explicar el Quijote, y muchas otras cosas, diciendo que antiguamente había hombres para quienes la vida no tenía como objeto solamente meter y sacar cosas del cuerpo; quizá haya llegado ya ese momento. Pero creo que no es el caso de los que estamos aquí.
Volvamos al tema: Alonso Quijano, don Quijote, es, en efecto, con palabra que ha caído en desuso, un hombre magnánimo, es decir, de ánimo grande. Alguien que no se conforma si no hace de su vida algo por encima de lo común. Alguien a quien no le asustan, antes al contrario, las grandes empresas, las aventuras, y para quien su propia persona se halla en último lugar de sus intereses. En el cielo no hay almejas, como bien sabía Álvaro de Laiglesia, sino almas grandes, gente magnánima. Y aunque el mundo le niegue esas grandes empresas, él no decae en su ánimo: en medio de la noche se encuentran el caballero y su escudero con unos sonidos misteriosos. Don Quijote quiere emprender la aventura, pero Sancho está muerto de miedo y le ata las patas a Rocinante para que no se pueda mover; y allí pasan la noche. Cuando amanece, resulta que los ruidos misteriosos no eran más que el tamborileo de unos mazos de batán, de un molino para machacar telas. Y Sancho, en uno de los pasajes más desternillantes del libro, se burla de su amo parodiando sus mismas palabras: “Has de saber, amigo Sancho, que yo nací en esta edad de hierro…”. Pero don Quijote se defiende:
¿Paréceos a vos que si como estos fueron mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no habría yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa?
Y dice bien. Otras cosas le faltarían, pero ánimo no. El drama de don Quijote, vamos a verlo ya, es que se trata de una magnanimidad mal encauzada; una magnanimidad sacada de quicio; que, como diría Marcos Mundstock, no le acertaba bien al recipiente.
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21 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (V)



Me ayudó mucho a comprender el Quijote una carta al director en un periódico local. ¿Comprender, digo? Comprender, quiero decir, una de sus múltiples implicaciones y enseñanzas, ya que cada uno ha de ver en el Quijote lo que el Quijote le diga a él personalmente. Léanlo y saquen conclusiones. No vayan a ir luego diciendo pro ahí que “comprenden” el Quijote porque un día en la universidad un señor se lo explicó. Nada más lejos de mi intención.
Pero a lo que iba: en aquella carta el lector (de cuyo nombre, por supuesto, no me acuerdo aunque quiera) se quejaba de que alguien había dicho que las ideologías estaban en crisis. Ya saben, el viejo tema del “crepúsculo de las ideologías” que puso de moda en los años 60 Gonzalo Fernández de la Mora y que ya se ha convertido en un tópico. El crepúsculo de las ideologías es uno de esos libros que se lo deben todo a su título. Pocos son los que lo han leído pero todos hablan de él. Pasa, por ejemplo, con La decadencia de Occidente, del que dicen que es un ladrillo insoportable e interminable, y que si Spengler lo hubiese titulado “Ensayo de morfología de la historia”, que es lo que figura en el subtítulo y lo que más le conviene, no habría tenido el mismo éxito. Es lo que decía Borges, el perverso, de Eduardo Mallea, su compatriota, el autor de Todo verdor perecerá y La bahía del silencio: “Qué bonitos títulos pone Eduardo Mallea; qué pena que tenga la manía de adjuntarles un libro”. No digo yo que pase lo mismo con El crepúsculo de las ideologías: me parece un ensayo muy bueno y la prosa de Fernández de la Mora es brillante. Sucede que su mismo título es tan decidor que parece que dispensa de leerlo.
Al tema: ¿qué quieren decir con eso del crepúsculo de las ideologías? Pues eso mismo: que la política no es ya cosa de doctrinas sino de hechos. El hombre de Estado se acredita, no por su visión del mundo, sino por su capacidad para gestionar la república (en el sentido lato de la palabra). Y esto se puede aplaudir y se puede lamentar. Entre los que lo lamentan estaba este señor de la carta. Y en apoyo a las ideologías reivindicaba a don Quijote, el gran idealista, el hombre dispuesto a dar su vida por un ideal, que aunque acabó derrotado por la vulgar y triste realidad, nos dejó para siempre su ejemplo y su bandera.
Me faltó tiempo para coger la vieja Olivetti y pergeñar otra carta con la que trataba de sacar a este hombre de su lamentable confusión entre el ideal y la ideología. Mira, querido amigo, venía a decir: don Quijote no es un ideólogo. No me lo empequeñezcas. Una ideología no es más que una filosofía de andar por casa, una filosofía light, diríamos hoy, con el lenguaje de la Coca Cola; una filosofía que se adultera al hacerse política; un conjunto de normas doctrinarias vagamente inspiradas en algún pensador y que tratan de marcar el rumbo de una nación, o quizá del mundo: Comte y Nietzsche reducidos a Adolfo Hitler, Hegel caricaturizado en Fidel Castro. No. Don Quijote no es un ideólogo, sino un idealista, cosa harto diferente. A veces coinciden, pero un ideólogo puede ser un hombre con corazón de computadora.

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19 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (IV)


Un túmulo en Sevilla. Igualmente, el sueño de don Quijote se resuelve, para los que miramos desde fuera, en un pobre hombre con los ojos vendados subido a un caballo de madera, en una figura absurda que se estrella contra un molino. Y, cuando él recupera el seso y se da cuenta de todo, no le queda sino morir, y presa de la melancolía se va a pesar de los ruegos de Sancho, ese Sancho siempre lleno de sentido común y con los pies bien anclados en el suelo:

No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.

Sancho se da cuenta: es la melancolía la que acaba con don Quijote. Pero hubo siempre algo en esta muerte que no me acababa de cuadrar. Si el sueño no pudo ser, y ya no había lugar a la rebeldía, uno podía esperar resignación: el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea Dios. Y empieza, en efecto, con un “bendito sea Dios”. Pero, sorprendentemente, las últimas palabras de don Quijote son de agradecimiento:

-¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho!... Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hace alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma.

Y les dice a sus amigos:

Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.

Está contento, pues, de no ser ya un caballero. ¿Es un sarcasmo ante lo inevitable? ¿Es amargura disfrazada de contento, porque el mundo ya no quiere paladines? Pudiera ser. Pero puede que haya algo más hondo. Que don Quijote, en efecto, hubiera escarmentado. Que hubiera aprendido una lección.

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17 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (III)




El Quijote es, en gran parte, la crónica de ese desengaño. Cervantes era el Verbo de la España de entre esos dos siglos, y dijo su palabra, que fue el libro que este año es objeto de todas las conmemoraciones. Su gestación fue lenta y debió de ir acompañada de muchas meditaciones por parte de su autor. No cabe duda de que fue su gran proyecto, esa obra con la que todos los artistas sueñan y que quiere ser como una prolongación de sí mismos, como una imagen suya en palabras, en colores o en sonidos. “Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”.  Sin juramento se lo podemos creer, en efecto, pero esto no lo había dicho de ningún otro de sus libros. Tengo para mí que algún barrunto tenía Cervantes de que aquello, salvando su humildad y su modestia de cara al público, perfectamente comprensibles, era algo de eso que normalmente se califica como “fuera de serie”.

Ya  a la muerte de Felipe II, Cervantes nos había dado un anticipo, una “maqueta” de su obra cumbre, un soneto que yo siempre he considerado como un Quijote comprimido o en miniatura, porque la motivación es la misma. Felipe II fue quien había capitaneado aquel sueño caballeresco. Ahora está muerto y en Sevilla le levantan un vistoso catafalco, tan airoso como lo fue su imperio:

"Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente. "

Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.



Un monumento que impresiona,  un monumento que sin embargo no es más que un túmulo, que sólo tiene dentro ceniza, y dos figurones que se imaginan apuntalarlo con su pose gallarda, con su pose de matones, una pose que se resuelve en nada: “fuese, y no hubo nada”. Ese nada, al final del poema, es desolador. Ese nada viene a constituirse en un estribillo en el Barroco español : ”en polvo, en humo, en sombra, en nada”, culmina también un famoso poema de Góngora. Es el desengaño. Es una desolación sólo comparable al sarcasmo del poeta Cervantes, echando abajo en el estrambote, en un quiebro inesperado, toda la pompa con que se adornaban estos dos. Estos dos, que, por cierto, pueden ser imagen de todos aquellos españoles que no eran conscientes de lo que pasaba, que eran muchos, incluso entre los artistas. Y en este sentido es curioso que provocase un trauma mucho mayor, tres siglos más tarde, el llamado “desastre del 98”, que al cabo se reducía a la pérdida de los últimos flecos del imperio: toda una generación de intelectuales fue bautizada con este número, el 98. Una generación de intelectuales que parece que no hacían sino percibir, con tres siglos de retraso, lo que había pasado a finales del XVI. Entonces, hacia 1600, muy pocos vieron que con la Invencible se hundía una forma de entender la vida para muchos hombres. Aunque quizá bastase que esos pocos llevaran los nombres de Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo


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15 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (II)


Tal vez las palabras más famosas de san Juan en su Evangelio sean aquellas del prólogo que dicen: "y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Muchas veces he pensado que la España del Siglo de Oro tomó carne también, y lo hizo en la persona de un tal Miguel de Cervantes. En efecto: sería difícil encontrar una vida que, como la suya, refleje el itinerario de aquella España, desde el imperio en que no se ponía el sol y la conquista del Nuevo Mundo hasta la Invencible y el cansancio de "la carrera de la edad", que dijo Quevedo.
                                                     
Cervantes es el optimismo de la España imperial, que se come el mundo literalmente, que lucha en Lepanto, "la mayor ocasión que vieron los siglos", y se enorgullece de ello. La España de "un monarca, un imperio y una espada", según el famoso verso de Hernando de Acuña. Cervantes es, como su patria, guerrero y poeta, protagonista de un Renacimiento que tenía como objetivo hacer palidecer de envidia a los griegos y a los romanos, pues, entre otras cosas, ellos no descubrieron un nuevo mundo. Era una España, también, de caballeros andantes. Los españoles devoraban las novelas de caballerías y se veían superando a los lanzarotes, los tristanes y los amadises con sus hazañas en América. La toponimia de América ofrece ejemplos de este fervor caballeresco, como es el caso de California, por ejemplo. En realidad, España era, colectivamente, un caballero andante que iba a correr al rescate de la doncella en peligro. Doncella en peligro que no  era otra sino la catolicidad: la unidad cristiana medieval que había entrado en crisis. Y mientras en su nombre se abrían nuevos frentes en América, se combatía en Europa contra los jayanes y malandrines que querían destruirla.

Y luego, Cervantes es también el desengaño. Su propio "pase a la reserva", por así decir, viene seguido por el desastre de la Invencible (él mismo había tenido como oficio recaudar fondos para esta empresa): de aquella armada que iba a dar una batalla decisiva a favor de la doncella en peligro. Con ese desastre viene el desengaño: "no hallé nada en que poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte". La España del XVII está marcada por este desengaño, palabra que será muy repetida por todos los intelectuales de la época. El Barroco, en España, es el despertar de un sueño caballeresco que acaba tirado en una playa. Para Miguel de Cervantes, también, a partir de su rescate de Argel, empieza una vida oscura, de trabajos y de privaciones. Él es uno más de todos esos héroes que después de haberse dejado la piel por su patria se ven abandonados por ella cuando las cosas van mal. Hollywood nos los ha dado a conocer a propósito de Vietnam, pero existen en todas las épocas y en todos los países. Cervantes se ve en la cárcel, es excomulgado, su matrimonio fracasa. Es, una vez más, la viva imagen del imperio espiritual que soñaban los césares Carlos y Felipe, venido a pique con las naves que no habían ido a luchar contra los elementos. 


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13 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (I)


(Universidad de Valladolid, mayo de 2005. Ceremonia de clausura del curso 2004-2005 de los Colegios Mayores de la villa)


La realidad virtual de don Quijote he dado como título, y si ese título ha llevado a alguien a pensar en algo relacionado con las nuevas tecnologías, voy a decepcionarle. No se trata de mostrar cómo tratan a don Quijote las redes de información, o de ofrecer una lista de sitios web que se ocupan de Cervantes y de su personaje. Creo que de todo eso andamos ya saturados en lo que va de este año 2005 en que conmemoramos el centenario y tal vez todo esto del Quijote empiece a cansarnos a fuerza de frivolizar sobre el tema: concursos, exposiciones, tebeos de Mortadelo, videojuegos quizá, todo muy vistoso y muy loable en parte, pero acaso un tanto superficial y, a la postre, alejado de lo que es en sí la obra.

No. Con lo de la "realidad virtual" quiero referirme a esa que don Quijote se creyó, la que habitaba y era su elemento, hasta el punto de que murió al salir de ella, como el pez fuera del agua. Y soy consciente de que esa expresión, realidad virtual, es contradictoria en sus términos: si algo es real no es virtual y viceversa. Mundo virtual sería quizá más aceptable, pero lo otro se ha impuesto y por eso quiero utilizarlo aquí, aunque sea con algo de ironía.

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11 agosto 2012

¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte! Salamanca, 1936 (y II)


Decíamos que se presenta la obra como un contrapunto entre los dos antagonistas: páginas para Unamuno, páginas para Astray. Y a través de ese contrapunto vamos conociendo a ambos y a sus motivaciones para obrar como lo hicieron en el Paraninfo. Don Miguel, desde su inicial apoyo al Alzamiento hasta su desengaño producido por el rumbo que tomaban los hechos. Astray, desde su pasado guerrero y heroico y años más allá, hasta su infancia. Y es aquí donde cabe hacer un reproche al libro de Rojas. Reproche no en cuanto a obra de creación, pues el autor tiene derecho, en este aspecto, a encauzarlo como le plazca. Sino en cierto desequilibrio que se observa en el tratamiento de ambas figuras. Rojas siempre ha dejado clara su toma de partido en aquella contienda (recordemos lo explícito de uno de sus títulos, Por qué perdimos la guerra) y también queda clara su admiración por don Miguel. Todo ello viene a convertir su libro en una historia de "el bueno contra el malo". Entendámonos, no de buenos y malos, porque eso sí que lo tiene superado el autor, y así lo refleja en sus páginas: si en algo se insiste en ellas es en el carácter incivil de la guerra (para utilizar el término de Unamuno); los malos estaban en ambos lados. Pero si el rector de Salamanca viene a representar el heroísmo y la defensa valiente de la verdad frente a aquella incivilidad, Millán Astray es la figura en quien se encarna todo lo abominable del bando faccioso y, quizá, de toda la contienda.

Rojas intenta, pues, explicar de algún modo ese fanatismo, esa irracionalidad que llevaron al fundador del Tercio a gritar "¡Muera la inteligencia!" y a comportarse con frecuencia de modo acorde con ese grito. Por ello procede con él de un modo psicoanalítico, buscando en el pasado razones ocultas que expliquen sus desafueros: su vergüenza por saber a su padre cómplice de un famoso asesinato y la orfandad espiritual consiguiente le llevan, por un lado, a ese "servilismo" hacia Franco (nuevo padre a quien admirar) y, por otro, a esa idea de la muerte como novia redentora a quien el réprobo se abraza como expiación.

Este enfoque psicoanalítico está ausente en el tratamiento de Unamuno, que, insisto, figura como héroe del drama. Un desequilibrio que resta objetividad al libro sin que lo haga prescindible ni mucho menos, pero sí necesitado de lecturas complementarias.


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09 agosto 2012

¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte! Salamanca, 1936 (I)

La literatura es capaz de arrojar luz sobre una época histórica, llegando donde no llega el frío trabajo de investigación; o puede, por el contrario, desfigurarnos personajes y hechos, sin que ello afecte a su calidad como obra literaria. De lo segundo tenemos ejemplos desde Mio Cid, ese magnífico drama tan endeble como documento histórico; mientras que sería ejemplo eminente de lo primero la dickensiana Historia de dos ciudades.

 En honor al libro de Carlos Rojas, hay que decir que aclara más que desfigura. Bien es cierto que no se trata de una novela, pero contiene elementos novelísticos: en su estructura, a modo de contrapunto entre los dos protagonistas, que se encuentran en el momento cumbre, el cráter, que diría Vargas Llosa; en los epígrafes de cada parte ("La hoguera", "La fiesta de la raza", "El invierno y la muerte"), que, amén de su aire novelesco, configuran una especie de ascensión, clímax y anticlímax de la trama; en la presentación de los hechos con esa tensión que todo buen narrador sabe crear. Nos hallamos, pues, ante un nuevo modo de contar la historia, similar a lo que hicieron los adalides del nuevo periodismo norteamericano (Capote, Wolfe) con el reportaje de actualidad. Un tratamiento de la noticia o de la historia que los acerca a la literatura. Tratamiento quizá nuevo, pero quién nos dice que no viene a enlazar con arcaicos modos de historiar. 


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08 agosto 2012

Dinero sangriento (y II)


A Hammett se le ha considerado maestro de muchas cosas, pero no sé si alguien habrá reparado en su condición de humorista eminente. Un humor especial, humor negro, por supuesto. Se ha hablado de la denuncia social implícita en sus obras. Pero tal vez si Hammett no hubiese sido simpatizante socialista este aspecto se habría hecho notar menos. Si hay denuncia, se manifiesta sobre todo a través del humor. Pero el humor está más bien al servicio, creo, de un afán esperpéntico. Hammett tiene ribetes quevedescos o valleinclanescos, a pesar de que todo lo que ocurre en sus historias es perfectamente serio. No hay personajes disparatados, cómicos, ni estamos ante un espejo cóncavo, pero sí ante un ingrediente que se hace notar.

No, no creo que se trate de obras de denuncia. El detective protagonista, que es superior a todos los demás personajes con quienes se encuentra, y que lo sabe, los hace objeto de una mirada despectiva a veces, compasiva otras. Es la mirada del propio autor, que conoce a fondo la miseria humana y que se sabe también superior, no porque esté libre de pecado, sino porque conoce muy bien lo que hay. Y quisiera hacer algo por remediarlo, pero no sabe cómo. Todo lo que puede hacer es trasplantar a la literatura su desilusión. Pero una cosa se agradece, y es el rayo de esperanza que supone su personaje. El detective de la Continental no tiene tampoco la solución, no se presenta como un Quijote deshacedor de entuertos. Pero es un hombre moralmente íntegro que realiza su trabajo con toda la limpieza que le permite el entorno viciado en que se mueve. Quizá tan desencantado como su creador, ha renunciado a plantearse grandes cuestiones o a planteárselas a nadie. Pero sabe que, si al menos él actúa rectamente, habrá un sinvergüenza menos. ¿Es este el mensaje implícito? Quizá su autor no fuera consciente de ello, pero eso importa poco. Lo que importa es que esa visión desolada del mundo, mezcla de crueldad y conmiseración, no sirve, como en otros, de excusa para desterrar totalmente la posibilidad de la honradez. Brindo por Hammett.

Julio 1993

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06 agosto 2012

Dinero sangriento (I)

Ocurre raramente que leas una novela (o una colección de relatos) de un tirón y a la vez te sientas admirado por su calidad. Por eso, cuando ocurre, hay que reseñarlo. Decía Luis Cernuda (hombre poco dado a los prejuicios en materia de crítica literaria) que, en sus mejores momentos, Dashiell Hammett es superior a Hemingway o Faulkner. Yo nunca lo he dudado. Quizá el alcance de sus obras sea limitado. Pero como maestro del estilo y del arte narrativo no admite discusión. He leído dos veces, con sumo agrado, Cosecha roja, y el volumen titulado El gran golpe (cuatro relatos) me volvió a maravillar. Llevaba mucho tiempo en la estantería de mi casa otra recopilación titulada Dinero sangriento y, vaya usted a saber por qué, hasta ahora no lo había abierto. Nueva y grata sorpresa: hasta el punto de que me pareció ofensivo fragmentar la lectura y me leí un cuento diario (este volumen consta de cinco). No sé qué ponderar más, si la invención, el estilo o el humor. Lo cierto es que todo ello se halla interrelacionado y que una cosa potencia la otra. Por ejemplo, los retratos son inimitables, pero la carga de humor que conllevan no puede separarse de sus magníficas metáforas. Lo mismo ocurre con la narración de hechos o la exploración de estados de ánimo o de intenciones. Y estas excelencias hacen que sigas con doble placer el encadenamiento de los sucesos que te llevan al desenlace inesperado, resuelto con tanto aplomo como ingenio por el detective de la Continental, protagonista invariable de todos los relatos.


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05 agosto 2012

El factor humano (y II)

Es, pues, un "factor humano" lo que hace a este hombre traicionar a "su patria", aunque, como él dice, su patria sean sólo su mujer y su hijo. No se siente, en efecto, identificado con ninguna de las dos partes. Le resultaría imposible, por muchos motivos, ser comunista, como lo es el señor Halliday, su contacto secreto, tan secreto que ni Castle mismo conocía que lo fuese. Y no siente tampoco la menor simpatía hacia sus colegas del Foreign Office, que, en verdad, no la merecen. Si el librero Halliday es un hombre de fe (como, irónicamente, lo denomina Castle), entregado por convicción a su causa, aquellos son simplemente expertos profesionales, dedicándose a mantener un engranaje al que no se sienten ligados por patriotismo ni nada semejante sino porque el destino los ha colocado allí. Verdaderamente, en la guerra que libra Castle hay poco lugar para actitudes románticas o altruistas. Hombres como el doctor Percival, que asesinará sin el menor escrúpulo a un compañero de Castle sin pruebas definitivas de que fuese el traidor, como quien realiza una operación quirúrgica, o sir John Hargreaves, que lo consiente, forman el contexto apropiado para que Castle se convierta en un escéptico. Antiguo católico, ha abandonado también la práctica de la religión (sin motivos sólidos para ello, todo hay que decirlo, al menos, que se desprendan del relato), y su intento de confesión era claramente un desahogo y no un arrepentimiento, lo que provoca que el sacerdote lo mande al psiquiatra. Solamente en su mujer y en su hijo tiene fe, y sólo a ellos guarda fidelidad como a lo único que realmente lo merece. Y al final se verá trágicametne apartado de ellos por esas estructuras en las que la fatalidad le ha envuelto. Hay, pues, algo de tragedia en la novela, pero el asunto no es original y, aunque dignamente tratado por el autor, no constituye, como decía al principio, su obra maestra. Sí estamos, por supuesto, ante una buena novela, que sabe combinar esas dos facetas de entretenimiento y seriedad que se suelen citar en Greene: una intriga de espionaje y una tragedia humana. Es este, quizá, el reto que tiene planteada la novela actual: puesto que las tramas aventureras son las que menos se agotan, dejarse de rizar el rizo en busca de argumentos originales y volver a la aventura, para después edificar sobre ella, montando una paralela peripecia humana. Esto es, en suma, lo que hace grande al Quijote.

15 de abril de 1992

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03 agosto 2012

El factor humano (I)

Sabía que El factor humano era una novela de espionaje y sabía también que alguien la había clasificado entre las serias de su autor, entendiendo por no serias las que se dedicaban a glosar episodios de los servicios secretos o intrigas criminales de alto voltaje (Nuestro hombre en La Habana, El tercer hombre). Lo cual hacía al tal Factor humano doblemente interesante, dado que parecía responder a ambas vertientes de la obra de su autor. Al concluir su lectura, tal información se revela como cierta, pero no me atrevo a concluir de ello que sea la mejor obra de Greene. La novela plantea el caso de un agente doble que se creyó obligado a serlo. Obligado moralmente, por supuesto: un agente comunista le había ayudado a él y a su esposa negra a salir de Sudáfrica en un momento en que la estancia allí se hacía ingrata por haber violado las leyes racistas del país. Carson -el comunista- muere poco después, oficialmente de neumonía, sin que Castle, el protagonista, pudiese agradecerle sus desvelos. El caso es que a cambio Castle facilitará durante varios años información a los soviéticos, en pago del favor. Un día es descubierta una filtración y Castle acaba saliendo de Inglaterra para instalarse en Moscú, sin que su mujer e hijo adoptivo puedan hacer otro tanto. 


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31 julio 2012

Servicio especial (y III)

Dejando a un lado la tercera parte, que es una galería de personajes que trató el autor en algún momento de este período, si algo nos deja claro esta libro de San Martín es el estupor que sintió su protagonista ante la absoluta falta de voluntad para defender el Estado del 18 de julio. ¿Quién, en efecto, deseaba realmente la perduración de aquel régimen? Quiero decir quién se hallaba empeñado en ello, porque sobre el papel a nadie le interesaba el triunfo de la subversión, pero no se actuaba en consecuencia, y, como decía santo Tomás, quien dice que quiere algo pero actúa de modo totalmente opuesto es que en realidad no lo quiere. Sólo el llamado bunker, quizá, daba muestras en este sentido, pero eran cada vez más tildados de reaccionarios o catastrofistas.

Fue esto lo que hizo que la mudanza se llevara a cabo con tan curiosa naturalidad: "te quito esto, ¿de acuerdo?; voy a poner esto aquí, ¿te parece?" Si algo nos llama la atención de esta fase de la vida española es la implacable lógica con que actuó la historia, tan inusual en ella que nos costó reconocerla; hasta el punto de que pocos preveían una transición sin que nos diéramos unos cuantos palos. Pero así fue. El régimen, personalista como fue, se apagó conforme se apagaba su fundador, para desembocar llanamente en un sistema democrático homologable a los europeos. La pena fue la inmensa torpeza con que ha actuado luego este nuevo régimen, con una izquierda a la que nunca le ha interesado la democracia y una derecha empeñada en demostrar que a ellos sí, aun a costa de terribles claudicaciones. Es fácil ver, pues, qué es lo que llevó a San Martín a embarcarse en la desgraciada aventura del 81. Encargado de la defensa de un barco, asistió estupefacto a su hundimiento y contempló cómo el nuevo hacía aguas por todas partes. Cuando se le ofreció una oportunidad de reconducir las cosas de acuerdo con sus principios, se lanzó a fondo. Creo que es eso lo que llaman lealtad.

Julio de 1993

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30 julio 2012

Servicio especial (II)

He leído, con bastante retraso, las memorias del coronel San Martín, procesado por los acontecimientos del 23-F. Memorias que se circunscriben a la época en que dirigió el Servicio de Informaciónn que, impulsado por Carrero Blanco, se convertiría luego en el Servicio Central de Documentación y con posterioridad en el CESID. El libro fue escrito en la cárcel, y parece ser una especie de desahogo, un testimonio ofrecido en vistas de que nada tenía ya que perder. Para ser sincero, me ha revelado pocas cosas nuevas. En algo tenía que entretenerse San Martín en la cárcel, y lo hizo contando la historia de aquel Servicio Especial del que fue prácticamente el creador y del que tan orgulloso se siente, como podemos apreciar a lo largo de las páginas. Esta historia constituye la primera parte del volumen. La segunda está dedicada al análisis de la subversión, es decir, las actividades de las fuerzas opositoras durante el período 1968-73 y de cómo el Servicio trató de contrarrestarlas. Es la parte más interesante del libro, y que muestra cómo nuestro hombre se quedó prácticamente solo a la hora de defender el régimen en su flanco ideológico. Ante las reiteradas advertencias de San Martín de que era necesario combatir con medidas políticas lo que era un problema político, el gobierno se contentaba con la pura y simple represión, de modo que el pueblo español, fortalecido económicamente, se alejaba más y más del régimen. El problema era especialmente grave en lo concerniente a la juventud, ganada poco a poco por las ideas marxistas, sin que llegasen a cuajar las iniciativas promovidas por el Servicio, tales como la creación de asociaciones adictas, difusión de principios ideológicos que pusieran en evidencia la debilidad del comunismo...


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28 julio 2012

Servicio especial (I)

Cada vez aparece más claro que el llamado 23-F fue el último acto de la obra de liquidación del régimen nacido el 18 de julio y su sustitución por otro que se adecuara, en principio, al modelo europeo. Hay que reconocer que esa operación se llevó a cabo de un modo impecable. "Modélica transición", han dicho hasta la náusea desde todos los frentes. Lo fue, sí, pero no desde el punto de vista ético, puesto que esa transición empezó con el asesinato del almirante Carrero (pieza sine qua non) y se vio oscurecida por las continuas acciones de ETA en el Norte, ante la pasividad de unos gobiernos que tenían mucho que callar. Fue impecable en su ejecución: la demolición de las estructuras del anterior régimen y el levantamiento de las nuevas se hizo paso a paso, sin grandes convulsiones, con el protagonismo de hombres de dentro (Suárez, Martín Villa, Oreja, etc.), actuando la oposición como un mero acelerador de los acontecimientos (que habría echado todo a rodar si se hubiera dejado la batuta en sus manos). Legalizados los partidos políticos, aprobada una Constitución, sólo faltaba limpiar las Fuerzas Armadas. Los ruidos de sables no habían cesado desde que todo se puso en marcha, y los amagos de conspiración se sucedían. Si una de esas intentonas llegaba a un punto crucial y fracasaba, eso serviría de vacuna contra el golpismo: los últimos militares descontentos verían que no había nada que hacer, que el nuevo estado de cosas era irreversible. Así sucedió. La enorme manifestación que siguió a la entrega de las armas vino a poner la rúbrica: no había vuelta atrás posible.


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27 julio 2012

La isla de las tres naranjas (y III)

Y, sin embargo, La isla de las tres naranjas no es una gran novela. Sirve, sí, como obra de arte, pero le falta solidez argumental. El tema es una de tantas paráfrasis de la Redención, en que un héroe salva de la miseria a un mundo, inaugurando así una nueva época de esplendor. El redentor es en este caso Roger de Adiá, soldado de fortuna, marcado por el destino para la misión de devolver al reino de Montcarrá el Valor, la Paz y la Prosperidad simbolizados en su estandarte de las tres naranjas -nueva referencia gastronómica, genio y figura-, y perdidos desde que el rey Flocart se halla dominado por una extraña voz. La princesa Garidaina, hija de Flocart, será la colaboradora de Roger en esta misión, y, más que colaboradora, parece que tiene en la liberación del reino un papel más decisivo aún que el del soldado. El caso es que, ambos a dos, con la ayuda del criado Poncet, el poeta Guiamón y el monje Guiós, y conducidos por un Destino que nunca se nos presenta como fatal, dan al traste con el montaje del canciller Ferruç y, a costa de la muerte involuntaria de Flocart, el pueblo los proclama reyes. Todo ello, como digo, rodeado de un halo místico en que el dominio de Ferruç es presentado como una época de tinieblas (simbolizada hasta cierto punto en el dragón de Montcarrá, cuya muerte es el principio del fin) y la victoria de Roger como el alumbramiento de una nueva época. Para contribuir a tal efecto, la oscuridad cubre la isla desde la muerte del dragón hasta la victoria final. Por otra parte, el hecho de que el narrador sea un poeta explica en cierto modo que la historia cobre este relieve mítico. La obra es , en conjunto, un gran poema épico en prosa, compuesto con una intención puramente lúdica, el divertimento de un novelista, podríamos decir, pero también del lector, que puede pasar un muy buen rato con su lectura.


Septiembre 1990

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25 julio 2012

La isla de las tres naranjas (II)

Deslumbrante, por un lado. Es realmente majestuoso el momento en que la princesa Garidaina, tras matar a la bestia de Montcarrá, se convierte en la heroína Estrella de Oro, con un poder lumínico materializado en esa estrella que le surge en la frente, o aquel otro anterior, con el que culmina la primera parte, en que Roger, velando la Herramienta de Paz, es, digámoslo así, confirmado en su misión por un aura heroica, ante los admirados ojos del poeta Guiamón, el narrador. Y no sólo los grandes momentos, sino incluso las luchas más banales o las diversas peripecias del viaje hasta el Monasterio del Hombre Sabio, son presentadas con una excepcional riqueza de matices sensoriales, en la mejor tradición de la literatura modernista catalana, a la que Fuster parece rendir tributo.

Y otra vertiente de esta vía estética es el realismo, en el sentido de plasticidad. Pocos relatos caballerescos nos dibujan las diversas sensaciones que los personajes experimentan como en la novela de Fuster. Sensaciones táctiles: la niebla que rodea a los protagonistas "como un aliento gélido" (imagen que se repite varias veces), símbolo del poder tenebroso que parece estar a punto de triunfar. Visuales: la claridad lechosa que ilumina un pasadizo del palacio de Montcarrá, dándole un aire espectral. Gustativas: el vino "joven y espeso" que calienta y adormece. Auditivas, como la voz del Hombre Sabio, que era, entre otras cosas, como un laúd mágico, y la misteriosa voz que domina la voluntad del rey Flocart, "ni de hombre ni de mujer, como el eco de un trueno lejano". Olfativas, como el olor a estiércol que desprende el cubil del dragón. O sensaciones de conjunto, como en la descripción del ambiente insano que domina los alrededores del Campo Oscuro, inanimado, plomizo, agobiante.


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23 julio 2012

La isla de las tres naranjas (I)

A poco de sumergirnos en la historia de La isla de las tres naranjas, de Jaume Fuster, sabemos de buena tinta que el "misterioso viajero" es el traidor, el enemigo oculto que prepara todas las trampas al soldado Roger en su odisea. Y es más, Jaume Fuster sabe que lo sabemos, porque no ha escrito su novela para un público infantil en exclusiva. Pero eso no le importa demasiado, ni nos importa a nosotros. Porque el valor fundamental de esta novela no reside en la intriga. De otro modo, cabría preguntarse cómo un argumento tan ingenuo consiguió llegar a la final del premio de novela Ramón Llull. Lo que pretende Fuster es crear un luminoso fresco a partir de un género manido y con pocas posibilidades de innovación en el fondo. Crear belleza plástica sobre algo ya dado, ya conocido por todos, algo así como si pretendiéramos pintar un bodegón con colores deslumbrantes y de un verismo arrollador. Por cierto que, dicho sea entre paréntesis, la comparación con el bodegón no está nada fuera de lugar, si tenemos en cuenta que una de las peculiaridades del libro es la descripción pormenorizada de los frecuentes banquetes con que se regalan los protagonistas. Cosa que no es de extrañar, conociendo la personalidad de Fuster, amante a ojos vista de la buena mesa. La novela es, en fin, equiparable a uno de esos comic mágico-caballerescos que los buenos dibujantes actuales fabrican, también deslumbrantes en la forma -colorido, riqueza de líneas, perfección de la figura humana, imaginación en los personajes- y relativamente pobres en el fondo. Y no es que La isla de las tres naranjas posea un argumento pobre, pero es el propio género el que impone sus limitaciones, y después de Tolkien -a quien Fuster rinde homenaje en uno de los lemas de su obra- es difícil ir muy lejos en él. Uno de los caminos es el que ha elegido el narrador catalán: el de la estética; realzar la materia por la vía de lo sensorial, de la belleza plástica. Algo así como lo que hizo Góngora con los mitos clásicos. Estamos ante un manierismo de lo caballeresco, por así decir.


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21 julio 2012

Anaconda (y III)

La vida de todos estos hombres, la pusieran o no por escrito, es de por sí una gran novela, siendo sus obras variaciones sobre ella. Así, Tuareg, Manaos, La iguana, Ébano y todas las demás constituyen, en su conjunto, una edición corregida y aumentada de Anaconda. El autor aplica simplemente la lupa a cada una de las regiones que visitó, inventa nombres y ofrece lo que parece simplemente una apasionante ficción, pero en la que bullen las circunstancias reales de la vida en aquellos parajes. De modo inverso, Anaconda es también una concentración de todas sus novelas, como el aleph borgiano en el universo de Vázquez-Figueroa. Se convierte así el libro en un vasto reportaje con dos actores, hombre y naturaleza, alternativamente víctimas y verdugos, ante el ojo de un autor-actor que oscila entre la perplejidad, la admiración, la rabia y la delectación. A veces me pareció una traducción literaria de una de mis películas favoritas, Baraka.

Los comentarios del autor vienen, por otra parte, a situar esta obra en el tema tradicional de "civilización o barbarie". Allá por donde pasa, Vázquez-Figueroa constata los males que la civilización, llevada por el hombre blanco, ha infligido al nativo. E incluso se diría que carga las tintas en este punto, llegando a culpar al europeo de casi todo. Sin negarle la razón en la mayor parte de los casos, hay que recordar al autor que el mito del buen salvaje hace tiempo que se reveló como una mentira, y que la bondad o la maldad no son patrimonio de las razas en su conjunto. Queda muy bien darse golpes colectivos de pecho, sin embargo. Y comprometen menos que los otros, los personales. ¡Qué vamos a hacerle! Es lo único que hace fruncir el ceño en una historia por lo demás subyugante, como lo es el mundo. "El mundo estaba ahí, y había que verlo", concluye el autor, en una invitación seductora.

Agosto 1996

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20 julio 2012

Anaconda (II)

No obstante, lo que me interesa comentar aquí es otra cosa. La dualidad entre el hombre activo y el contemplativo tiene entre nosotros tanta tradición que tendemos a imaginar al escritor como un ser sedentario, metido entre libros, en claro contraste con el hombre de acción, incapaz de pararse a meditar algo durante más de dos minutos. Sin embargo, los hechos nos obligan a arrinconar tal idea. El "intelectual puro" suele ser buen crítico, investigador, "hombre de letras". Pero los escritores salen de la experiencia, de la actividad. Cuanto más vive uno posee más materia prima para ser vertida en creación artística, pero también para pasar toda esa experiencia por el tamiz de la reflexión, eslabón intermedio del que proceden los mejores productos literarios. Alberto Vázquez-Figueroa ha vivido lo bastante intensamente como para que su propia experiencia se convierta en un apasionante libro de aventuras, y eso es Anaconda, la obra que me sugiere el presente comentario. El título alude al mote con que algunos de sus amigos designaban al autor, y que es de por sí suficientemente expresivo. A media lectura, no pude evitar que me viniera a la cabeza otra figura similar del panorama literario actual, Arturo Pérez-Reverte. Periodistas aventureros ambos, y convertidos después en novelistas. Hay en ellos el mismo entusiasmo por lo inhóspito y por la búsqueda de emociones fuertes. Hay también esa mezcla de repulsión y de complacencia al dar cuenta de las brutaliddes, los horrores, las condiciones adversas de vida que les ha sido dado contemplar, de cerca o de lejos. El mejor contador de historias es, sí, quien antes ha sido vividor de historias. El nombre de Jack London acude inmediatamente, pero ¿no están ahí también Jünger, D´Annunzio, Saint-Exupéry? Steinbeck o Dickens no fueron intelectuales, sino luchadores por la vida. La existencia de un detective quizá no sea tan apasionante como en las novelas, pero le convirtió a Hammett en el excelente escritor que fue. Las figuras de Jorge Manrique y Garcilaso están ahí y nos hacen ociosa la mención de Byron o Rimbaud. Pero, ¿para qué seguir añadiendo nombres, existiendo Cervantes? lo mejor de don Miguel no procede de sus lecturas, sino del contacto directo con la realidad. Pensemos en la distancia que separa a la Galatea o a sus convencionales poemillas clasicistas, hechos todos de letras puras, de las páginas cruciales del Quijote o del Coloquio de los perros, donde laten ilusiones y desengaños.


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18 julio 2012

Anaconda (I)

El tiempo dirá si Alberto Vázquez-Figueroa es un simple productor de best-sellers o un autor digno de figurar en las nóminas de los futuros manuales de historia literaria. El suyo es un caso que llama la atención por el inmenso desnivel entre el número de sus lectores (y, por tanto, de libros vendidos) y la atención (nula) que le dispensa la crítica. Me decidí a abordar por primera vez una obra suya cuando un amigo me citó Tuareg como "una de las dos mejores novelas españolas". Era un arranque poco meditado, sin duda, pero como el tal amigo, si bien no especialista en la materia, tampoco es sospechoso de superficialidad, me guardé de echar su recomendación en saco roto. ¿Resultado? He saboreado novelas con auténtica delectación, otras me han hecho meditar largo rato y las hay que relajan como una reñida partida de naipes. Pero no sé si alguna me ha llegado a clavar en el sillón con aquella sensación de vértigo, de ser llevado de emoción en emoción a un ritmo sorprendente, en lo más parecido a una montaña rusa que se puede encontrar en literatura. Otro amigo mío era de la opnión de que la literatura no es sino una historia bien contada. Si fuese así, sería cierto que Tuareg ocuparía aquel lugar de privilegio. Por supuesto, las cosas no son tan sencillas. Hay que concederle al autor una extrordinaria capacidad para inventar y contar historias, lo que no es poco. Pero, puestos a buscar carencias, las encontraríamos.

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16 julio 2012

Excelentísimo señor y amadísimo amigo:

En plan de amistad y por creer que pueden serle útiles, me atrevo a escribirle dándole algunas impresiones recibidas en el Congreso Internacional de los Jóvenes de Acción Católica que tuvo lugar en Roma y al que asistí presidiendo la delegación española y en mi visita "ad limina".


En el Congreso nos encontramos con la oposición manifiesta de varias naciones y con una maniobra dirigida a excluir a España del bureau internacional. Las naciones que más se distinguieron en ello fueron Francia, Bélgica e Inglaterra.


Tuvimos, por otra parte, el apoyo incondicional y entusiasta de casi todas las Repúblicas sudamericanas. Gracias a ellas, España fue elegida y con una votación muy lucida por cierto, miembro del bureau.


Lo que más daño me hizo de esta oposición fue que no se trataba exclusivamente de una cosa política, sino más bien de una cuestión doctrinal. No entienden nuestra posición católica, e incluso el Estado católico les parece contrario a la libertad y a la democracia, lo cual es más terrible en el aspecto religioso.


Pero tampoco será esto un secreto para V. que conoce las corrientes de muchos intelectuales católicos, particularmente en Francia. Por cierto que el Papa en el discurso que pronunció en la audiencia concedida a los miembros del Congreso hizo una alusión a esta desviación, condenándola.


Pero quería hablarle particularmente de la impresión que saqué en los círculos del Vaticano con respecto a nosotros.


A primera vista mi impresión fue pesimista. Por lo que me dijeron en las Embajadas y en el Colegio Español y por el recelo que yo noté en mis primeras visitas, llegué a creer que tampoco entendían nuestra posición y que también nos miraban con recelo.


Me dediqué por ello a hacer visitas -hice todas las que pude- hablando con sinceridad de nuestras cosas en incluso en la audiencia privada con el Papa, al darle cuenta de las cosas de mi Diócesis, aproveché para hablarle incluso de la votación del referéndum [de julio de 1947, sobre la Ley de Sucesión] en la zona industrial de mi Diócesis.


La consecuencia que he sacado es la siguiente: en el Vaticano se conoce lo que se hace en España y se aprecia; el Papa llegó  a afirmar que en las actuales circunstancias del mundo, su consuelo está en España; pero temen por la continuidad de ese estado de cosas. Recelan que esto pueda perderse todo y que la actual situación pueda desembocar en una revolución, si le pasase algo al Caudillo y por eso quisieran que en vida de este se diese mayor estabilidad al Estado para evitar este peligro. Y claro, esta posición ya es más razonable y se comprende fácilmente.


Dispénseme si me he metido en cosas que no son de mi incumbencia. Lo he hecho en plan de amistad; V. puede echar la carta al cesto de los papeles si la juzga improcedente y darla por no leída.


Lo bendice con todo afecto su s.s. y amigo


Vicente [Enrique y Tarancón], Obispo de Solsona.

[A Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, 17 de septiembre de 1947]

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14 julio 2012

Reaccionarios


En la fauna intelectual del siglo XX existe una curiosa especie que es el reaccionario no tradicionalista, también conocido como anarca, por su individualismo a ultranza sin nada que ver con el anarquista militante. He aquí cómo lo define Ángel Ganivet a propósito de Ibsen.


... es un defensor exaltado del individuo frente a la sociedad, y por este lado se aproxima a las soluciones del anarquismo; luego, por no someter la acción del individuo a ninguna cortapisa, cae en las mayores exageraciones autoritarias. 


Nosotros los españoles no comprendemos bien este novísimo movimiento reaccionario, porque en España quedan aún muchos reaccionarios a la antigua que no han querido pasar por el arquillo de las conquistas democráticas; así, cuando alguien habla de reacción, es inscrito ipso facto en las filas del tradicionalismo, aunque predique la reacción en nombre del progreso. Porque lo original en las filas de los reaccionarios como Ibsen es que no se apoyan en las tradiciones ni en los privilegios, antes los desprecian; se apoyan en el fuero individual, en el derecho absoluto del individuo a luchar contra la sociedad y aun a destruirla para mejorarla. Para reformar la sociedad hay que reformar al individuo, y a este sólo se le reforma dejándole que luche sin consideración a los daños que pueda producir a los individuos menos aptos para el combate. En una palabra, "la fuerza es superior al derecho", que dijo y practicó Bismarck con excelente resultado.


En Cartas finlandesas/ Hombres del norte

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12 julio 2012

Aquellas manos blancas

(Lo que dije en julio del 2007 sigue de actualidad)


¿No fueron ellas las que iniciaron la rendición? En estos días de memoria y homenaje, una comentarista radiofónica ha dicho que, cuando los españoles salieron a la calle tras la atrocidad cometida con Miguel Ángel (así, ya, sin apellido, para tantos), le devolvimos a ETA el miedo que ella había sembrado. Sin embargo, ¿qué es lo que pudo ver ETA? No hablo, claro, de la admirable actitud del Foro de Ermua, de la propia familia de Miguel Ángel y del Partido Popular vasco. Me refiero al símbolo que se eligió por las masas para expresar la protesta y que como todo símbolo emite un mensaje, o no es tal. Esa ocurrencia de alzar al viento unas manos pringadas de blanco. Eso es lo que vio ETA. Pero (lo que es peor) lo vio también el GAL. Y tomó buena nota.

La auténtica rendición no es la que ha llevado a cabo el gobierno socialista en su entente con la banda. Ahí estamos hablando de complicidad, de manejos inconfesables de un partido trasmutado en mafia que tan pronto remeda los numeritos sangrientos de El Padrino como dramatiza acuerdos de paz de esos en que acaba saliendo de la tarta un tío con metralleta. Para que esos acuerdos tengan un mínimo de respaldo social, hace falta una sociedad que haya abdicado de toda bandera salvo de la del estómago. Las manos blancas no decían Viva España ni muerte a la ETA; si acaso, dejadnos en paz, por favor, que nosotros no os mataremos. Los ansiosos de paz que diría luego Zapatero, vaya. Un entreguismo que nada tiene que oponer a la violencia socialista (tal se definen ellos, que conste), un pueblo alimentado espiritualmente con John Lennon era el mejor caldo de cultivo para ir diseñando el régimen del 13 de marzo. No, la rendición no ha empezado ahora.


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Laicidad

...el poder y la autoridad para castigar a los gobernantes negligentes o que actúen indebidamente, con la imposición de una pena sobre sus bienes o su persona, pertenece sólo al legislador humano, como se demostró en los capítulos... Y digo, además, que si tal castigo a los gobernantes fuera propio de alguna parte u oficio particular de la ciudad, no correspondería, de ninguna manera, a los sacerdotes, sino a los hombres sabios o ilustrados e incluso, mejor aún, a los herreros o a los peleteros y demás artesanos. En efecto, a estos no les está prohibido por la razón o por la ley humana, ni por la sagrada escritura, por consejo o por precepto, implicarse en actos civiles o de este mundo. Pero a los obispos y a los sacerdotes, sí, como hemos indicado antes con las palabras del Apóstol. Digo, no obstante, que puede pertenecer al oficio de los sacerdotes implicarse en tales asuntos "por la exhortación, la argumentación y la reprensión, con toda paciencia y doctrina", pero de ninguna manera, según el Apóstol, por la fuerza.  Por eso Ambrosio, en Sobre la cesión de las basílicas, habla así al emperador Constantino: "Podré afligirme, podré gemir, podré llorar; contra los soldados y contra los godos, mis armas son mis lágrimas: estas son, en efecto, las municiones de los sacerdotes; pues no puedo ni debo resistir de otra manera"

Marsilio de Padua (1275/80-1343), Defensor minor


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09 julio 2012

La mentira no se propone, se impone.

El 16 de febrero no dejéis votar a las beatas ni a las monjas; cuando veáis a alguien que lleve en la mano una candidatura de derechas, cortadle la mano y rompédsela en las narices y se la hacéis comer.

Lorenzo Carbonell, alcalde de Alicante en 1936, según José Javier Esparza, El libro negro de Carrillo

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07 julio 2012

Emperador y Galileo

El drama de Juliano el Apóstata nos resulta diáfano a los que vivimos en este siglo XXI, en que nos encontramos a Juliano a la vuelta de cada esquina. Coquetea con los ritos paganos; toma buena nota de las infidelidades de los otros cristianos; es, si no escrupuloso, sí lo que en mi casa llamamos complicado; deja crecer en su alma el resentimiento y el afán de gloria, aunque sin reconocerlo. La muerte de su esposa le deja a la intemperie. Cuando se presenta la ocasión, se hace proclamar emperador con malas artes, manejando a la masa como un Marco Antonio shakespeariano. Y es entonces cuando cree llegado el momento de liberarse de Cristo, con argumentos que nos suenan: Cristo coarta la libertad, es enemigo de la vida y del placer, sus seguidores son tristes, sus ministros sólo piensan en el lujo y el dinero.

Ya emperador y apóstata, proclama su intención de respetar todas las creencias. Pero pronto incumple tan generoso propósito, y lo vemos entregarse a la represión de los galileos que osan ir más allá de lo que tolera la imperial voluntad. Por eso, creo que el tema de esta obra, más que "la incompatibilidad entre el cumplimiento del mensaje cristiano y el mundo del poder", como dice el prologuista, es la dificultad de no ser Dios cuando se tiene el poder. "Dad al césar..." es la frase de Jesús que obsesiona a Juliano, pues piensa que está dirigida a quitar poder al emperador (curiosamente será uno de sus capitanes, Joviano, quien entenderá la frase en su sentido recto, lanzándose a combatir ardorosamente por su emperador a pesar de ser personalmente cristiano). Y no deja de causar estupor el modo como El País encabezaba la reseña firmada por Fernando Savater: "Un emperador que prefería refutar a reprimir". Tal parece uno de la corte de aduladores que lo rodeaban.


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05 julio 2012

El apóstata

MACRINA.-¿Cómo te excitas tanto, señor, contra uno que das por muerto? 
JULIANO.-¡Ah! Ya entiendo. Con eso quieres decir que está vivo. 
MACRINA.-Quiero decir con eso que tú, poderoso señor, sientes en tu corazón que siempre vive.
JULIANO.-¿Yo? ¡Cómo! ¿Que yo siento...?
 MACRINA.-¿Qué es lo que odias y persigues? No es Él, sino tu fe en Él. ¿O acaso no vive en tu odio y en tu persecución como vive en nuestro amor? 


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01 julio 2012

Choice

Me pregunto cuántos medios de comunicación pro-aborto llaman a los pro-vida por este nombre. Sin embargo, algunas publicaciones cristianas se refieren a aquellos por su burdo eufemismo, pro-choice. Burdo porque sólo un desequilibrado podría ser anti-choice, es decir, contrario al ejercicio del libre albedrío, de la elección. Y eufemismo porque lo que les importa no es el verbo (transitivo y, por tanto, poco cargado de significación en sí mismo) sino el objeto, el aborto.

Hablar el lenguaje del enemigo es haber comenzado a perder.

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29 junio 2012

Concilio

Los analistas del siglo XX deberían conceder mayor importancia a un hecho tan decisivo como el que el Concilio Vaticano II se abriera a la libertad religiosa. ¿Qué Misionero cabe aquí, cuando la creencia del prójimo tiene tanto valor como la fe propia?

José Javier Esparza, Juicio a Franco

Es la única falta que le pillo a Esparza en este libro y que me hace reflexionar sobre lo difícil que debe de ser, por lo visto, distinguir entre el indiferentismo religioso y la libertad de profesar lo que a uno le venga en gana.

Con todo, es cierto que el hecho se dio: muchos eclesiásticos dejaron de misionar como consecuencia de ese equívoco, del que no tuvo la culpa, ciertamente, el Concilio.

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28 junio 2012

Juicio a Franco

Este libro es ampliación de un artículo publicado en Razón española hace algunos años. Su núcleo sigue siendo la visión del franquismo como sucesión en el tiempo de tres figuras, en el sentido que daba Jünger a esta palabra; tres arquetipos, podríamos decir también. Esas tres figuras son la del soldado, la del misionero y la del desarrollista. Esto se amplía en el libro con unos capítulos que podríamos llamar introductorios y que versan sobre la necesidad de depurar la visión, digamos, oficial de Franco como dictador fascista y encarnación de todo lo que no debió haber sucedido en España. Hay también dos especies de epílogo, uno sobre la diferencia entre memoria e historia, encajado un poco a la fuerza en la estructura del libro y con ocasión, por supuesto, de la Ley Zapatero de Memoria histórica; y otro que es una conversación con Pío Moa y que viene a resumir de algún modo todo lo que se nos ha dicho en el volumen .


Podríamos decir que estamos ante lo que propiamente llamamos un ensayo: no un libro de historia, ni siquiera de divulgación, tampoco de biografía, sino ese "escrito de carácter expositivo donde el autor desarrolla un tema desde una óptica personal, sin ánimo de agotarlo y con cierto carácter literario". La prosa de Esparza es correctísima y amena, sus afirmaciones podrían discutirse a cada paso y completarse con abundantes datos, aunque no escasean las referencias a fuentes. La visión del personaje es, desde luego, favorable, pero distanciada, un distanciamiento que no deja de formar parte de la tesis del libro: hay que situar a Franco en la historia y en el debate sereno.


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25 junio 2012

Los peores argumentos

Los de la Coalition for Marriage en su intento de detener el matrimonio homosexual en Gran Bretaña.

El principal argumento que maneja la plataforma es que las parejas del mismo sexo ya tienen –desde que entró en vigor en 2004 la Civil Partnership Act– los mismos derechos a que da acceso el matrimonio.

Lo cual supone conceder que el matrimonio y lo otro se parecen en algo. Y si no, ¿por qué los hermanos o los compañeros de estudios que conviven no pueden acceder a la Civil Partnership Act?


 “La Iglesia [de Inglaterra] ha apoyado la supresión de anteriores desigualdades legales y materiales entre parejas heterosexuales y parejas del mismo sexo"

Pues muy mal hecho. Ese es justo el lenguaje que no hay que emplear. Parejitas de diversas formas y colores, ¿por qué no van a poder jugar a lo mismo? No: se hace indispensable dejar clara la diferencia entre el producto auténtico y el fraude*. 

¿Por qué ese temor reverencial ante la retórica progresista? Con lo sencillo que es afirmar sin ambages que existen hombres y mujeres, y que existen por una razón muy obvia, que es nada menos que la propia vida.

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*Fraude, sí. Así lo percibía el espermatozoide del viejo chiste, cuando exclamaba: "¡Alto, chicos! ¡Traición..!, ¡mierda!" Es muy zafio para ponerlo en el texto, pero muy significativo.

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21 junio 2012

Más sobre "Música blanca"

Sugiere Cristina Cerezales que la propia Carmen Laforet no estaba muy convencida del final que dio a La mujer nueva. Lo hace al referirse a una visita de Carmen a Gerald Brenan, en la que este le manifestó que no le gustaba mucho ese final. Creo que gustó a muy pocos, porque pocos había preparados para entenderlo: la palabra adocenamiento, empleada por Manuel García Viñó (quien, por otra parte, considera esta novela la mejor de su autora), da suficiente fe de ello. Imagino las presiones que Carmen Laforet tuvo que sufrir en ese sentido, cómo has podido y tal, hasta el punto quizá de hacerla dudar a ella misma.

Y, sin embargo, como ya dije en otro lugar, la novela es un cuerpo sin fisuras. Ese final es el único posible porque es el único coherente con el desarrollo de la novela. Por supuesto, Paulina podía haber sido infiel a lo que le fue revelado; pero la obra habría perdido el carácter ejemplar que la anima desde el principio. Habría sido incoherente consigo misma.

El problema de sus detractores es de romanticismo. Se supone que una mujer que abandona el hogar siguiendo los dictados de su corazón debería haberlos seguido hasta el final quedándose junto a su amante o, al menos, rehaciendo su vida en solitario. Sucede, saben, que su crisis no es existencial, sino religiosa. El nombre de Paulina no está puesto por casualidad. Y desde que Paulina ve la luz, en ese magnífico episodio en el tren, no hace más que buscar las consecuencias últimas de esa iluminación. Y entre ellas no está la de ir donde el corazón te lleve, sino más bien la de poner el corazón a disposición del querer divino. Entregarlo. Es lo que hicieron las carmelitas, pero lo suyo es otra cosa. Así que Paulina vuelve al hogar, pero no como derrotada, ni como escarmentada (eso quizá fue lo que vieron muchos, oh santa Lucía) sino como victoriosa. Era la primera novela que sugería la contemplación en medio del mundo, o del hogar. No es extraño que fuese incomprendida.


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20 junio 2012

Música blanca

Cristina Cerezales narra los últimos días de su madre, sumida en un alzheimer o algo parecido, aunque desde mi condición de ignorante en medicina lo identificaría más bien con el autismo. Lo hace con una técnica original: en segunda persona Cristina se refiere a sí misma mientras visita a Carmen y trata de comunicarse con ella y entender sus vivencias. De modo paralelo, narra en primera persona esas mismas vivencias de la escritora enferma. A ambos planos narrativos se añaden a veces otros, como los diarios de las nietas o los mensajes (¿telepáticos?) que Cristina recibe de su madre. Todo ello mientras Carmen Laforet hojea hacia atrás un álbum de fotografías. A medida que retrocede hasta su nacimiento, Carmen se acerca a la muerte.

Es un emocionante homenaje filial en el que se aprecia tanto el cariño como la admiración de Cristina hacia su madre. El velo del pudor deja en un plano secundario la relación entre Carmen Laforet y su marido Manuel Cerezales, que tanto nos hubiera gustado conocer al menos por lo que respecta a las causas de su separación; episodio este que nos resulta chocante a nosotros, los entusiastas de la novela más valiente (en el sentido que hoy se suele dar a esta palabra) del pasado siglo, y me refiero a La mujer nueva. Resulta chocante, digo, porque Carmen Laforet acabó eligiendo la vía contraria a la de su heroína Paulina Goya y abandonando el convento. Por otro lado, esta Carmen Laforet que nos presenta Cristina se muestra siempre muy celosa de su libertad, mientras que Paulina no quería otra cosa que invertirla bien, su libertad, digo. Pero no podemos juzgar a la persona real por el retrato literario, aunque lo haga su hija y lo haga desde un amor acendrado. Carmen murió en paz con Dios, con su marido y con sus hijos. No es poco decir.

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18 junio 2012

La de todos y todas

El estado no era tan dueño de los hombres entonces, cuando podía mandarlos a la hoguera, como en algunos casos ahora, cuando puede mandarlos a la escuela primaria.

Chesterton, "Santo Tomás Moro", en La cosa y otros artículos de fe

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16 junio 2012

Publicanos y fariseos

Nicolae Steinhardt: Hay un odio implacable contra el bien y un rechazo profundo y despreciativo ante todo lo que es hermoso. Hasta tal punto, que me pregunto si lo sorprendente no es el hecho (que indigna a los escribas y fariseos) de que Cristo comiera y bebiera con los recaudadores de tributos y los pecadores, sino que estos comieran y bebieran con él.

Tal vez suceda que hay dos tipos de pecadores: los que no han conocido el Bien y los que, habiendo sido interpelados por Él, lo han rechazado. Estos, me parece, son los más contumaces odiadores.

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14 junio 2012

Sin fundamento

Tocqueville, La democracia en América:

Durante mi estancia en América un testigo se presentó ante el tribunal del condado de Chester (Estado de Nueva York) y declaró que él no creía en la existencia de Dios ni en la inmortalidad del alma. El presidente se negó a tomarle juramento, considerando, dijo, que el testigo había destruido de antemano toda la fe que pudiera prestarse a sus palabras. Los diarios reseñaron el hecho sin comentarios.

Yo tampoco los haré. Tan sólo consigno el del propio Tocqueville:

 Los americanos confunden de tal modo en su espíritu el cristianismo y la la libertad, que es casi imposible hacerles concebir el uno sin la otra.

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12 junio 2012

Estrés docente

Una oración reflexiva:

No tenía que haber hecho lo que hice ayer.

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10 junio 2012

Ese zumbido sordo y doloroso

El conde de Montecristo: Villefort ha decidido, contra su conciencia, encerrar a Edmundo Dantés para poner a salvo a su padre y, de paso, a sí mismo.

Entonces, en el fondo de aquel corazón enfermo nació el primer germen de una úlcera mortal. El hombre que sacrificaba a su ambición, aquel inocente que pagaba por su padre culpable se le apareció pálido y amenazador, dando la mano a su novia, pálida como él y arrastrando tras sí el remordimiento, no el que hace saltar al enfermo como a los furiosos de la fatalidad antigua, sino ese zumbido sordo y doloroso que en determinadas ocasiones castiga al corazón y le hiere con el recuerdo de una acción pasada, herida esta cuyos lancinantes dolores abren un mal que sigue haciéndose más y más profundo hasta la muerte.

Y esto vale para cualquier criminal, tanto el que condena a un inocente como el que atropella y se da a la fuga, por ejemplo. Es muy cierto que Dios no castiga.

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09 junio 2012

Han puesto sus sucias manos en los cómic Marvel.

Están por todas partes. Es angustioso, como una película de zombies o de ladrones de cuerpos. La invasión de los retroamantes, o algo así. Lo malo es que esas películas suelen acabar mal, con el prota convertido en uno de ellos. ¡No, no, aaagh...!

Hace tiempo que no sigo los cómic Marvel, pero es como si me escupieran en un recuerdo familiar. Espero que Ibáñez se jubile antes de que le obliguen a casar a Mortadelo y Filemón.

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07 junio 2012

Ray Bradbury

Me pareció un buen nombre para algún personaje de mis historietas, las que dibujaba de pequeño, aunque creo que no llegué a utilizarlo. Sacaba los nombres, entre otros lugares, de las firmas que veía en las antologías de lecturas que la editorial Edelvives ponía a disposición de los escolares de EGB. Allí aparecía un fragmento que creo que sería de las Crónicas marcianas, aunque maldito lo que recuerdo de él. Aún no he leído las Crónicas, pero sí el Farenheit. Eso sí, nunca me acuerdo del número de tres cifras que acompaña el título. Otro recuerdo que tengo de Bradbury es la ocurrencia de alguien según la cual, de los tres mayores escritores de ciencia-ficción, Asimov sería el científico, Clarke el metafísico y Bradbury el poeta. Ahora que lo pienso, creo que sólo he leído una obra de cada uno de ellos.

El propio Bradbury ya se encargó de decir que si de verdad quería evitarse que la gente leyera libros, sería mejor quitarles las ganas que andar quemando bibliotecas. En eso están, e incluso puede que con ese procedimiento acaben también con los hombres-libro, porque nadie creerá necesario salvar la literatura mediante la memoria. Lo de los hombres-libro dejó de ser ciencia-ficción en el espacio concentracionario soviético, tal como nos informa Nicolae Steinhardt en su diario. Resulta emocionante oírle contar cómo los presos se narraban unos a otros las mejores obras del siglo, allí donde no podían tener acceso a ellas; ni intra ni extramuros. El siglo XX ha confirmado con su realidad las peores alucinaciones de sus fabuladores.


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06 junio 2012

Más sobre "El enigma best-seller"


Hay algo en lo que creo que se equivoca David Viñas, y es cuando contrapone (lo hace con frecuencia) el libro que simplemente cuenta una historia (al que va, lógicamente, el favor del público) y las novelas con pretensión artística, cuyo objetivo sería cautivar por medio de los artificios literarios.

Pero supone menospreciar a estas últimas el pensar que ellas no cuentan una historia. Sucede que la historia que cuentan es de índole diversa a la del best-seller, más de orden interior o espiritual, o simplemente psicológico si queremos. Y sucede también que esa historia debe ser contada así, en esos términos, con esos procedimientos y no otros. Hablo, al menos, de las novelas mejores, no de aquellas que siguen su estela por puro esnobismo o inercia. ¿Cuántas imitaciones de Joyce o de Faulkner, con bastante poco que decir, surgieron en los 60-70 en España, por ejemplo? Pero esas no sobreviven. Son como westerns de poca monta comparados con John Ford.

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