31 mayo 2019

De las Memorias de un detective privado



[Me voy a deshacer del tomo de “Club del misterio”, de Bruguera, que contenía este texto como prólogo; pero me interesa mantenerlo, así que lo estampo aquí. Dashiell Hammett, su autor, lo publicó al parecer en la revista Smart Set, en marzo de 1923, cuando empezaba a publicar sus primeras historias policíacas en Black Mash)]

1
Deseando obtener cierta información de miembros de la WCTU (una asociación moralista de mujeres) en una ciudad de Oregón, me presenté como secretario de la Liga de Pureza Cívica. Una de ellas me leyó un largo discurso acerca de los efectos eróticos de los cigarrillos en las jovencitas. Experimentos posteriores demostraron que este viaje era inútil.

2
Un hombre al que estaba siguiendo salió al campo a dar un paseo un domingo por la tarde y se perdió por completo. Tuve que indicarle el camino de vuelta a la ciudad.

3
El robo con escalo es probablemente el trabajo peor pagado del mundo. Nunca he conocido a nadie que pudiera vivir de ello.
Pero, a decir verdad, pocos delincuentes, sea cual fuere su especialidad, logran mantenerse, a no ser que de vez en cuando consigan algún trabajo legal. La mayoría de ellos vive de sus mujeres.

4
Conozco a un detective a quien, mientras andaba a la caza de carteristas en el hipódromo, le robaron la cartera. Más tarde llegó a ser agente en una empresa de detectives del este.

5
Me confundieron tres veces con un agente de la Prohibición, pero nunca tuve problemas para aclarar el malentendido.

6
Una noche, cuando llevaba a un detenido desde un rancho cerca de Gilt Edge, en Montana, a Lewistone, se averió mi automóvil y tuvimos que quedarnos allí sentados hasta el amanecer. El prisionero, que sostenía con firmeza su inocencia, solo llevaba unos pantalones ligeros y una camisa. Después de pasarse toda la noche tiritando en el asiento delantero, su moral cayó por los suelos y a la mañana siguiente no tuve dificultad para conseguir una confesión completa mientras caminábamos hacia el rancho más cercano.

7
De todos los empleados desfalcadores con los que he tenido contacto, no puedo recordar ni una docena que fumaran, bebieran o tuvieran alguno de los vicios en los que las compañías de seguros se fijan tanto.

8
Una vez fui falsamente acusado de perjurio y tuve que jurar en falso para evitar el arresto.

9
El agente de una empresa de detectives en San Francisco sustituyó una vez la palabra verdadero por voraz en uno de mis informes, con la excusa de que el cliente no iba a poder entender el texto.
Pocos días más tarde, en otro informe, simular se convirtió en apresurar por la misma razón.

10
De todos los hombres de distintas nacionalidades que frecuentan los juzgados criminales, los griegos son los más difíciles de condenar.
Simplemente se limitan a negarlo todo, no importa lo concluyentes que puedan ser las pruebas; y nada impresiona más a un jurado que la escueta afirmación de un hecho, aunque ese hecho sea claramente improbable y absurdo frente a la abrumadora evidencia de lo contrario.

11
Conozco a un hombre que puede falsificar cualquier tipo de huella dactilar por 50 dólares.

12
Nunca he conocido a nadie capaz de convertir un buen trabajo en un negocio, profesión o arte, que fuera al mismo tiempo un criminal profesional.

13
Conozco a un detective que una vez quiso disfrazarse a la perfección. El primer policía con quien se tropezó lo detuvo.

14
Conozco a un sheriff de Montana que en cierta ocasión fue a arrestar a un ranchero. Este salió al porche empuñando un rifle. El sheriff sacó su revólver y trató de disparar por encima de la cabeza del otro, para asustarle.
La bala arrancó el rifle de las manos del ranchero. Con el paso del tiempo, el sheriff acabó creyéndose la reputación de puntería que este incidente le dio, y no solo permitió a sus amigos que le inscribieran en un concurso de tiro, sino que se jugó todo lo que tenía confiando en su destreza.
En el concurso sus seis tiros no dieron ni una sola vez en el blanco.

15
Una vez, en Seattle, la esposa de un estafador fugitivo me ofreció una fotografía de su marido por 15 dólares. Yo sabía dónde podía conseguir una gratis, así que no la compré.

16
Una vez fui contratado para ayudar a una mujer en las tareas de su casa.

17
El argot usado entre delincuentes es en general un código utilizado adrede y además sectario, destinado más que nada a confundir a la gente, pero a veces es singularmente expresivo; por ejemplo, perdedor en dos tiempos: uno que ha sido condenado dos veces; y el más antiguo irse a leer y escribir: encontrar conveniente alejarse por un tiempo.

18
La del carterista es la práctica delictiva más fácil de aprender: basta no ser inválido para ser experto en un solo día.

19
En 1917, en Washington, conocí a una chica que no me dijo que mi trabajo “debía de ser muy interesante”

20
Incluso cuando el criminal no hace ningún esfuerzo por borrar sus huellas dactilares y las deja esparcidas por todo el escenario del crimen, la posibilidad de encontrar una huella lo bastante clara para ser de algún valor es una sobre diez.

21
El jefe de policía de una ciudad del sur me proporcionó una vez la descripción de un hombre, completa hasta incluir el detalle de un lunar en el cuello, pero olvidó mencionarme que solo tenía un brazo.

22
Conozco a un falsificador que dejó a su mujer porque había aprendido a fumar mientras él cumplía condena en prisión.

23
La terminología de la prensa diaria utiliza el apodo de “Raffles” inmediatamente después del de “Doctor Jekyll y Mr. Hyde”. Los periodistas, en cuanto pueden, utilizan la expresión “ladrón caballeroso”.
Un retrato aproximado del personaje al que los periódicos atribuyen este apodo nos mostraría a un bebedor de láudano, con una herradura de diamantes que reluciera en su pecho bajo un lazo de terciopelo, mientras sonríe a su víctima y exclama: “No se asuste, señorita, no le voy a hacer mucho daño. ¡No soy un manazas!”

24
El detective más inteligente y de más éxito que conozco es muy miope.

25
Si se hace un itinerario desde las ciudades más grandes hasta las aldeas rurales más remotas, se descubre un porcentaje constantemente decreciente de crímenes que tienen que ver con el dinero y un aumento proporcional en la frecuencia del sexo como motivo criminal.

26
Un noche, mientras trataba de espiar el interior del piso superior de un albergue en el norte de California –el hombre que andaba buscando estaba en Seattle en esos momentos– parte del techo del porche cedió bajo mis pies y me caí, torciéndome un tobillo. El propietario de la casa me dio agua caliente para hacerme una cura.

27
La principal diferencia entre el problema excepcionalmente enredado al que se enfrenta el detective de ficción y el que tiene que resolver un detective real es que, generalmente, al primero le faltan pistas, mientras el segundo encuentra demasiadas.

28
Conozco un hombre que robó una vez un tiovivo.

29
Uno de los mitos menos controvertidos es el de que tarde o temprano se detiene al malhechor. Y, sin embargo, en todas las agencias de detectives del mundo los ficheros rebosan de datos sobre misterios irresueltos y criminales sin capturar.



17 mayo 2019

El gran Duque de Alba


Don Fernando Álvarez de Toledo murió convencido de que no había ahorcado a nadie que no lo hubiese merecido, lo cual le daba la necesaria tranquilidad de conciencia para afrontar el trance. Es lo que me sorprende de cualquier época pasada: la facilidad con que se daba el pasaporte al prójimo, incluso por delitos menores que el asesinato. ¿Fue cruel el Duque de Alba? No más que cualquiera en su lugar, encargado de reprimir una rebelión de semejante alcance como la de los Países Bajos. Creo que habría ido a la muerte con menos paz si se hubiera retraído en ejercer esa represión, como era su deber.

Los rebeldes se encargaron de magnificar su maldad hasta el punto de representarlo como una especie de Vlad el empalador o de ogro comeniños. Y sin embargo sus enemigos no daban caramelos a nadie, como supieron a su tiempo los católicos de los Países Bajos. Alguna vez, para asustar, hicieron correr el rumor de que Felipe II quería implantar en Flandes una inquisición al estilo español, pero, como ya había advertido el rey, “la que tienen allí es más despiadada que la de aquí”.

El libro de William S. Maltby, cuya reedición, corregida y aumentada, corrió a cargo de la editorial Atalanta (cuyo propietario es Jacobo Siruela, descendiente del Duque) en 2007, me parece un modelo de equilibrio y ponderación. Consta de catorce capítulos, cada uno con un título orientador, más un epílogo y un prefacio del propio Siruela, que aporta algunos retratos del biografiado. Buen trabajo por parte de autor y editor.

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