29 diciembre 2013

La Sagrada Familia del Cielo





El Dios trino habría podido infundir su luz al niño Kafka: en vez del "dios" solitario, todopoderoso, enigmáticamente inclinado sobre él, al que veía en el rostro de su padre, habría encontrado, en el intercambio de vida que es la vida del Padre y del Hijo y del Espíritu, la transparencia interior, el desarrollo de las personas en el don y olvido de sí. En la Trinidad no hay más que una sola vida, numéricamente, pero esta vida es amor, porque "Dios es amor", es decir, el brotar permanente, eterno, que es el Padre, la generación eterna, que es el Hijo, y la comunicación, el amor eterno, que es el Espíritu. La verdadera paternidad en la tierra, reflejo vivo de la de arriba, es bastante rica, bastante amplia para recibir a Kafka y a millones más de hijos, y es bastante poderosa y generosa para conceder a estos millones de hijos el llegar a ser, espiritual o carnalmente, también ellos, padres

Charles Moeller, "Franz Kafka o la tierra prometida sin esperanza", en Literatura del siglo XX y cristianismo, III

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27 diciembre 2013

Leticia Valle, de nuevo

En Las mil y una noches hay un cuento sobre dos graciosos, los de mayor reputación del país, que un día quisieron conocerse para ver quién se llevaba la palma. La prueba fue: ¿qué harías tú para burlarte con esa fila de ciudadanos que están ahí acuclillados en las letrinas? El primero propone: yo pasaría por detrás simulando barrer y les pincharía el trasero con la escoba. Por Alá que tienes poca imaginación, replica el segundo. Mira lo que hago yo. Y, recogiendo unas flores, les entrega ceremoniosamente una a cada uno de los acuclillados, que reaccionan airadamente: ¿Por ventura piensas que estamos aquí celebrando una fiesta? La escena hace desternillarse a los presentes y el primero de los zumbones no puede sino otorgarle la primacía al otro.

Si en lugar de burlas hablamos de historias perversas, Stieg Larsson vendría a ser el tipo de la escoba, y no tendría más remedio que darle la palma a Rosa Chacel. El relato de Leticia Valle es como uno de esos letreros en que sólo se trazan los perfiles, y encima en letra gótica. En él todo queda a nuestra capacidad de lectura entre líneas. Parapetada tras sus once años, Leticia puede permitirse fingir, incluso ante sí misma, que lo ignora todo sobre el lado oscuro de la dimensión afectivo-sexual (como dicen los pedagogos) del ser humano, a la vez que la utiliza de modo casi diabólico. Su superdotación intelectual es su sex-appeal de cara a su víctima y su excusa de cara al lector, pues, si es tan inteligente, piensa uno, es raro que no sea capaz de hacer explícitos sus sentimientos. Y, de hecho, el lector puede pensar que es él el perverso hasta las últimas secuencias, que, sin ser tampoco explícitas, constituyen el factor que faltaba para sacar la suma, el perfil que da la clave del letrero.



24 diciembre 2013

Canción de cuna



Hay preguntas de entrevista muy socorridas, que no se hacen necesariamente porque el periodista sea un inútil o el espacio no dé para más. Una de ellas es qué libro le hubiera gustado escribir, o tal vez qué pieza musical componer, o película realizar. No tengo entrada en la Wikipedia y no creo que nunca me hagan una de esas preguntas, ni ninguna otra del tipo qué virtud admira más en los hombres o quién le gustaría ser si no fuera usted. Por suerte, porque con la mayoría de ellas me quedaría en blanco.

Pero hoy, Nochebuena, vuelvo a pensar lo mucho que me hubiera gustado componer la Canción de Cuna de Brahms para la mejor película que se hubiera realizado jamás sobre la Navidad. Y la imagino empezando a sonar mientras José escucha el primer llanto de Jesús desde el exterior del portal, donde se ha refugiado pudoroso durante el magno acontecimiento. Y alcanzaría su clímax con los dos esposos mirando extasiados a la Criatura. Lullaby for Jesus, podrían haberla llamado si la producción fuese hollywoodense.

Mataiotes mataioteton, que decía el predicador (Eclesiastés: vanidad de vanidades). Pero hay una conclusión ascética que se impone, y que no voy a escribir también por pudor. Al fin y al cabo, eso de componer o ejecutar una sinfonía tiene una gran potencialidad metafórica. 




23 diciembre 2013

Reproches


Leo:

A los defensores de "la ortodoxia" se dirige a veces el reproche de pasividad , de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen.

Quizá. Pero me pregunto si quienes "dirigen el reproche" no han sido los mismos que, arrinconando la "ortodoxia" en pro de una ostentosa defensa de "los pobres", han acabado en una actitud pasiva, indulgente y cómplice respecto a los regímenes más antihumanos del pasado siglo, creadores de pobreza material, intelectual y moral. Porque eso sí ha sucedido. Y eso no lo leo.

Y lo han adivinado: me molesta.

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22 diciembre 2013

A la chica que le están birlando:

No soy blando, muñeca, sólo un poco sentimental. Me gusta apostar a los caballos, jugar a las cartas y echar unos cubos rojos con puntos blancos. Me gustan los juegos de azar, incluyendo a las mujeres. Pero cuando pierdo, no me desespero ni hago trampas. Paso a la mesa siguiente. Hasta la vista.


En Raymond Chandler, Gas de nevada


18 diciembre 2013

Advenimientos


En Advenimientos domina la postura reaccionaria que se observa también en Los cuadernos de Rembrandt, y yo diría que más acentuada. Aquí Jiménez Lozano se preocupa menos de afilar los dardos. Dardos dirigidos contra todos los tipos de personajillos que nuestra época ha producido, siempre sin citar nombres, delicadeza que esta sí se permite el autor. Abunda la cita, así que esta obra puede considerarse tanto un diario como un florilegio, una antología de lo que debe ser y de lo que no. Entre esto último, por ejemplo, tenemos el famoso artículo en que Juan Benet se cubrió y no de gloria al decir que los campos de concentración tenían su razón de ser si servían para dar lo suyo a personas como Solzhenitsin. Ser un escritor de moda (y no a lo Vizcaíno Casas, claro) autorizaba para desahogarse de ese modo, al parecer. No creo que la intelectualidad necesite un silencio político de mil años, como dice don José, pero unos doscientos no vendrían mal.

Y vuelve a destacar aquí también la faceta paisajística, que arranca a los atardeceres de Castilla matices exquisitos. Atardeceres que vuelven a estar habitados por santa Teresa y san Juan de la Cruz, gente que sólo rompía el silencio cuando lo que decían era más valioso que él, y por eso merece la pena volver a ellos con frecuencia.

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08 diciembre 2013

Retorno al pudor

Leyendo este trabajo de Wendy Shalit uno llega a la conclusión de que en España aún no hemos caído tan bajo, por lo que respecta a moral conyugal y sexual, como en los Estados Unidos de América. O sea, que aún es posible la recuperación sin llegar a ese fondo, o bien hemos de llegar cuando ellos estén volviendo. En fin, el caso es que Wendy Shalit considera que la pérdida del pudor femenino ha sumido a las mujeres en la desorientación, cuando no en la depresión y por supuesto en la infelicidad. De sus indagaciones se desprende que muchas de ellas no querrían hacer lo que hacen, pero se ven presionadas por una ideología que ha hecho del pudor una rareza, casi una minusvalía moral o emocional. En una sociedad que ha desvinculado por completo la actividad sexual de la familia y la vida, no ser tan promiscua como los varones (como tienden a ser los varones a poco que les aflojen) te condena a la soledad, a no ser (añado yo) que topes con varones que aún caminan sobre dos extremidades; pero se ve que eso es una rarissima avis en el mundo en que la autora se ha desenvuelto.

Lo que confirma lo que he dicho muchas veces: que el feminismo no es más que una trampa machista. Miré una vez la primera página de una novela de Lucía Etxeberría (o como lo quiera ella escribir), donde la narradora hacía esfuerzos patéticos por contar sus experiencias sexuales como si se tratara de un soldado fanfarrón en la cantina. Esta es también la autora de una novela que llevaba el prozac en su título: en su libro, justamente, Wendy Shalit relaciona el consumo de prozac con la frustración a la que aboca en las mujeres el ahogo de su natural pudor y la entrega de la intimidad al primer maromo que te propone un rollito. Sí, unas son débiles y acaban en el prozac. Otras, como la tal Etxeberría (o como se escriba) se suman por ideología a esa situación y acaban con cara, no de soldado en la cantina, sino de una mezcla bastante repulsiva de mujer y soldado en la cantina.

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05 diciembre 2013

El señor presidente


Es posible que lo más parecido a una muerte en vida sea la existencia bajo un régimen totalitario. Camila "había muerto sin dejar de existir, como en un sueño", cuando todo a su alrededor se vuelve hostil, siendo su único delito el ser hija de una persona caída en desgracia del déspota. Me resulta inevitable pensar en Nicolae Steinhardt, cuando al principio de su Diario de la felicidad propone, como una de las tres salidas para aguantar en una de tales situaciones, el pensar, de modo irrevocable, que estás muerto. Uno piensa, también, en los campos de concentración, donde uno acaba convertido en algo peor que un animal, en algo más cercano a un zombie, si tiene suerte de asumir esa condición.

Al comenzar El señor presidente, uno tiene la sensación de volver a Tirano Banderas, y tal vez sin esta obra Miguel Ángel Asturias no hubiera concebido su novela. Al avanzar en la lectura, sin embargo, aquello se vuelve mucho más horrible, porque la novela de Valle-Inclán se recrea en la caricatura, es como un retablo de marionetas, mientras que lo de Asturias da una fría y odiosa sensación de realidad, sobre todo cuando uno conoce relatos, tristemente realistas, como los de Steinhardt. Y es curioso que cuando un autor más o menos escorado a la izquierda trata de satirizar el ambiente de las dictaduras mediante el esperpento, no hace sino retratar en alta definición los regímenes socialistas. Cualquiera que haya tratado de moverse en Cuba podría reconocer como las suyas las cadenas que atenazan a los infortunados personajes de El señor presidente.

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