El Dios trino habría podido infundir su luz al niño Kafka:
en vez del "dios" solitario, todopoderoso, enigmáticamente inclinado
sobre él, al que veía en el rostro de su padre, habría encontrado, en el intercambio
de vida que es la vida del Padre y del Hijo y del Espíritu, la transparencia
interior, el desarrollo de las personas en el don y olvido de sí. En la
Trinidad no hay más que una sola vida, numéricamente, pero esta vida es
amor, porque "Dios es amor", es decir, el brotar permanente,
eterno, que es el Padre, la generación eterna, que es el Hijo, y
la comunicación, el amor eterno, que es el Espíritu. La verdadera
paternidad en la tierra, reflejo vivo de la de arriba, es bastante rica,
bastante amplia para recibir a Kafka y a millones más de hijos, y es bastante
poderosa y generosa para conceder a estos millones de hijos el llegar a ser,
espiritual o carnalmente, también ellos, padres.
Charles Moeller, "Franz Kafka o la tierra prometida sin esperanza", en Literatura del siglo XX y cristianismo, III
__