27 febrero 2017

¿No será cosa de preguntarse


si la centuria que agoniza [siglo XIX, por supuesto] ha transcurrido pugnando en vano por ajustar los hechos a una filosofía preconcebida, en lugar de derivar la filosofía de la sucesión aleccionadora de los hechos?

No le quedaba nada por ver a Ramiro de Maeztu ("El desarme", en Hacia otra España). La centuria siguiente convirtió la filosofía en ideología, y muchos intentaron embutir a los ciudadanos en esa camisa de fuerza con la complacencia de ellos en tantas ocasiones. Y en eso seguimos, aunque ahora con una ideología que no tiene nada que envidiar a los caprichos de Sigerico de Horría, el tiranuelo que inventó Víctor Mora para el Capitán Trueno, y que se empeñaba en que en su país todo se hiciera al revés.

Oigo con frecuencia que la famosa ideología de género tiene su raíz en el individualismo: que nadie intente coartarme con normas estúpidas cuyo origen es incierto y discutible. Vive a tu aire, pon las normas que te dé la gana que yo pongo las mías propias. Según eso, no estaríamos ante una ideología sino ante la exaltación de la libertad individual llevada al límite.

Algo hay, pero eso no explica por qué ellos buscan reprimir mediante leyes, y cuando no, mediante la coacción violenta, a quienes simplemente quieren expresar que tal vez ese modo de organizarse la vida no sea conveniente ni a los propios individuos ni a la sociedad. Quien dice que poner al burro mirando a la carreta no puede traer nada bueno, es reprimido como en el reino de Sigerico.

Estoy más bien con los que dicen que la IG no es más que otra vuelta de tuerca del marxismo: la historia de la humanidad no es sino la historia de la lucha de sexos, y el fin de esa historia es una sociedad sin géneros, o de géneros elegidos a discreción.

No hay vuelta de hoja: a día de hoy, o se es cristiano o se es totalitario. Solo Cristo revela al hombre al propio hombre, y fuera de él solo hay cadenas, pesadas como las de 1984 o dulces como las de Un mundo feliz. El demonio no se conforma con ser una opción entre otras: necesita imponerse. Y, para ello, la destrucción del matrimonio y de la familia es la mejor opción. Lo viene planeando con siglos de antelación. No tiene prisa.


25 febrero 2017

Adagio confidencial


No me extraña que todo el mundo diera de lado a Mercedes Salisachs, excepto sus numerosos lectores. Mira que ponerse a escribir sobre los problemas de los burgueses, con lo mal que lo estaba pasando el proletariado en la dictadura franquista. Y no es que hablara de su vida vacía e inútil, como los goytisolos o los garcía hortelanos, no. Es que se ponía a divagar sobre sus emociones, sus heridas íntimas, sus dudas, como si tuvieran alma, los puñeteros.

Bien, el caso es que el público respondía, y también parte de la crítica, puesto que Adagio confidencial fue finalista del Planeta, y dicen que el finalista es el bueno de verdad, porque el otro es un pasteleo. No sé; el caso es que respondían, como digo, a lo que en efecto es una novela redonda. Redonda por su construcción, por su desarrollo y su final perfecto, donde nadie come perdices porque esta vida es lo que es y no es más, pero tampoco nos quedamos con la típica sensación de vacío de la novela contemporánea más propiamente dicha.

"Me quedan siete horas de Germán de Alcántara", dice Marina con resignación. Siete horas que son las que median entre que llega su vuelo y parte el de Germán, el hombre de su vida que siempre vuelve para no quedarse. Pero de todo eso nos vamos enterando a lo largo de una confidencia dolorosa con algo de desahogo, similar a otras producciones de la época como Cinco horas con Mario o Prólogo a una muerte. Pero en este caso, yo diría que acertadamente, la autora no elige el monólogo continuo, sino un diálogo con el interlocutor (en este caso ni muerto ni sordo) y alternando además la confidencia directa de Marina con la voz narradora. El resultado es realmente sugestivo. Cierto que uno tiene a veces la dudosa sensación de estar disfrutando con una novela rosa, pero la calidad del producto aleja todo prejuicio.

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11 febrero 2017

El asiento del conductor


¿Quién es Lise? Uno se va a quedar con las ganas de saberlo, y eso que Muriel Spark nos da toda clase de detalles sobre su aspecto y sobre sus actividades en el breve espacio de tiempo en que transcurre la historia. Realmente, esto parece un cuento camuflado de novela. Tiene las características del cuento pero no tiene su extensión, aunque se trate de una novela breve. Es la crónica de un momento decisivo en la vida de un personaje, pero sin que se nos revelen antecedentes ni consecuentes. Tal vez le hubiera gustado a Chejov.

Aunque narra en presente, Spark no tiene empacho en revelarnos el final de su personaje casi desde el principio, al estilo de la Crónica de una muerte anunciada del otro. Se diría, como allí, una crónica periodística, llena de datos pero con ausencia del mundo interior de los actores. Es lo que me enseñaron a llamar técnica behaviorista o conductista en la novela. Uno quiere saber, uno trata casi de gritar, diciendo no lo hagas, preguntando cuál es el problema, puedo yo ayudar, pero le será negado todo apoyo. Ella coge lo que dice serán las vacaciones de su vida, se compra el modelito más hortera que encuentra, hace todo lo posible por dejar pistas y camina con paso seguro hacia su ligue macabro. ¿Una parábola? ¿Un experimento narrativo? Me quedo tan perplejo como con Flannery O´Connor, a pesar de las diferencias.

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07 febrero 2017

Guillaume Derville, sobre el pudor

La persona impúdica recuerda a ciertos monos de los que hablaba Chateaubriand: trepan a los más alto de los árboles, siempre más arriba, para mostrar allí lo que deberían ocultar.

(En Amor y desamor)