29 diciembre 2020

Pues estamos a punto de verlo...

 Exageramos la constancia hasta luchar ocho siglos contra los moros; exageramos la religión hasta inventar la Inquisición; un día exageraremos el socialismo y ya veremos a dónde llegamos. 

Juan Donoso Cortés, citado por Waldo de Mier en La herencia.

...y si no lo vimos hace ochenta años, fue porque alguien lo evitó. 






23 diciembre 2020

John Le Carré

 En mi temprana adolescencia, ese nombre, junto con el de Graham Greene, venía asociado a películas de complejo argumento protagonizadas por unos tipos fríos y calculadores que, en medio de los peligros, se pegaban una vidorra viajando de acá para allá entre hoteles y locales de ocio más o menos glamuroso. Es cierto que el mundo del espionaje tiene un gran poder de fascinación a esas edades. Hasta el punto de que, más tarde, cuando La chica del tambor se vendía por ahí como un best-seller, tuve la impresión de que el nombre, al comercializarse, perdía parte de su hechizo. Como si sus libros anteriores no hubieran vendido igual.

Pero un día, ojeando un folleto no sé si del Círculo de Lectores, o algo así, leo que La chica del tambor está protagonizada por una chica antisionista. Por entonces yo creía en las conspiraciones mundiales, y los sionistas tenían una parte importante en ellas, según mis lecturas… ¿diré tóxicas? de aquel momento. Y encima ilustraban la reseña con una jovencita en pose tariro tariro (que, por cierto, no responde al tipo de la protagonista de la novela). Así que no debió de pasar mucho tiempo hasta que empezase a leer La chica del tambor con auténtica veneración. Y en ella me enteré, entre otras cosas, de que el antisionismo no era solo cosa de las tendencias políticas que yo por entonces frecuentaba, sino también de los rojillos, que estaban por los palestinos y tal. La chica del tambor (todavía no sé por qué ese título) era una roja ingenua a la que los israelíes consiguen reclutar. Y resulta que los judíos y los palestinos representaban, respectivamente, el papel de los occidentales y de los rusos en otras novelas del autor, es decir, los buenos y los malos, con todos los matices que un buen escritor debe considerar, claro. Allí empecé a matizar también mis posturas.

Mis experiencias posteriores con Le Carré pasan por la serie protagonizada por Alec Guinness y, mucho más tarde, por algunas lecturas de las que he dejado constancia en este cartapacio, aparte del Espía que surgió del frío, leída antes de que me diera por escribir reseñas, y con bastante gustito. Las obras posteriores a La chica, no sé por qué, no me atraen demasiado.



20 diciembre 2020

La danza de los salmones


 La única razón que se me ocurre para que Mercedes Salisachs escribiera esto es que quisiera dar la réplica al Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, desde una perspectiva que sería fácil llamar burguesa, pero que quizá no sea más que un elogio de la vida sencilla y familiar frente a los excesos retóricos de esas espiritualidades sincretistas, con sus frases de hoja de calendario, que a base de voluntarismo abocan a la pura vanidad. Así sucede con el salmón llamado Trueno, el que renuncia a la danza (al apareamiento) y a las costumbres inveteradas de estos peces, para vivir en una solitaria superhombría (supersalmonería, en este caso) cuyas relaciones con los demás se limitan a ser el gurú de un coro de admiradores que repiten sus mantras. El salmón Patricio cae en esa trampa hasta el punto de erigirse en el más rendido admirador de Trueno y abandonar su romance con Potámide, convertido a la utopía a cambio de volverse un tipo altivo y rarito. Pero, como en una buena fábula, acabará escarmentando.

Dije que me parece la única razón porque Salisachs ha demostrado su capacidad para crear tramas novelescas sólidas, más allá de esta fabulilla superficial, como lo es la de Bach, por supuesto, hoy sumida en el olvido aunque sus frases adornaran tantas carpetas en los 70.

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