31 mayo 2024

Formica

Le cuesta luego trabajo confesar sus preferencias en cuanto a sus colegas femeninas. Por fin dice un nombre: Mercedes Formica, con un comentario, o una justificación: “Es la que está más cerca de mi línea”.

Ana María Matute a ABC tras recibir el premio Planeta por Pequeño teatro, en 1954. Interesante. Me lo anoto, porque yo a Mercedes Formica la tenía por una abogada que alguna vez escribió alguna novela. Pero si lo dice la autora de Primera memoria




30 mayo 2024

Qué mortal desazón,

que diría Aute, es leer los periódicos, no por los contenidos, que ya se sabe en qué mundo vivimos, sino por ese atropello de los más elementales principios de la sintaxis, la propiedad léxica, la puntuación y el idioma en general. En qué tómbola les dieron el título de Bachiller… Es una pregunta hipócrita, claro: en la misma tómbola donde yo he estado sorteando aprobados hasta ayer mismo.

Por ejemplo, en El Debate.

Donde dice:

Tras el tándem empresarial presentar la carta al Ministerio de Economía, su empresa pública Red.es adjudicó a la UTE dos contratos públicos millonarios…

debe decir

Después de que el tándem empresarial presentara la carta… [Porque, señores, se supone que el infinitivo no lleva sujeto y, cuando lo lleva, se coloca discretamente detrás o se cambia la estructura de la frase]

Donde dice:

La primera fotografía que incluyen los investigadores se ve a la mujer de Sánchez en primer plano junto a…

debe decir:

En la primera fotografía que incluyen los investigadores se ve a la mujer de Sanchez… [porque, queridos aprobados in extremis, si decimos “se ve a la mujer…” estamos enunciando una oración impersonal y, por tanto, ni la fotografía ni ninguna otra cosa puede ser sujeto]

Y así una, y otra…

No espero que me lean, pero me satisface escribirlo.



23 mayo 2024

Franco, sí, pero...

Es la segunda entrega de las memorias de Torcuato Luca de Tena (y Brunet). En su prólogo se refiere siempre al libro como Confesiones profanas, que es el subtítulo, aunque en la portada no aparece. Tal vez alguien le sugirió lo de Franco, sí, pero…, como algo más comercial, así como fue otra persona, no recuerdo quién, quien le sugirió lo de Embajador en el infierno. El hecho es que estas memorias abarcan ese período en que aún podía ponerse en duda si Franco iba a seguir o le iban a echar o se iba a ir; en concreto, desde el final de la guerra civil hasta mediados de los 50, ya con la ley de sucesión promulgada. Los monárquicos, como nuestro autor, abrigaban la esperanza de que el Caudillo restaurara la monarquía en la persona de aquel en quien había abdicado Alfonso XIII, es decir, don Juan de Borbón. Y ahí está el pero del título: según dos imágenes que el autor utiliza, a Franco le ofrecieron una silla para sentarse, y se quedó con la silla; o bien, era como el cirujano que, después de haber llevado a cabo con éxito una difícil operación, dice que quiere quedarse en nuestra casa y además como administrador. Es decir, la idea era: tú nos ganas la guerra, echas a los rojos, y luego te vas y nos dejas el sitio a nosotros. Lo que me pregunto es con qué derecho, pues, a pesar de todo lo ilegítima que quiera el autor que fue la República (puesto que no fue votada), la monarquía perdió, si no la legitimidad (doctores tiene esa Iglesia que sabrán…) al menos la credibilidad, cuando su titular se largó de España con el pretexto de no querer ser ocasión de derramamiento de sangre.

En fin, volviendo al libro. Lo que resulta más razonable son esos temores suyos de que España acabara convirtiéndose en un país fascista. Cosa que no sé si podría haber sucedido, sobre todo en el caso de que los alemanes hubieran ganado la guerra. Pero creo que era conocer poco a Franco (él, en cambio, les conocía a ellos demasiado, me refiero a los que pretendían que se levantara de la silla, y por eso no lo hizo). Gran parte del libro está dedicado a lamentar que una parte del Movimiento (la Falange) usurpara la representación de todas las demás, con sus consignas y sus símbolos. Para quien se dedica al periodismo, además, si esa parte ejercía la censura, la cosa era especialmente sangrante: de hecho, Juan Aparicio, director general de prensa y propaganda, es aquí la bestia negra, con cuernos y rabo. Y le entiendo perfectamente, pues todos sabemos lo que molesta que metan las zarpas en lo que tú has escrito; o que no te lo dejen publicar ni siquiera en tu medio, como le sucedió a don Torcuato más de una vez. Por eso termina el libro en tono jubiloso, narrando la llegada del Semíramis con los españoles liberados de su prisión en la URSS.

Pues resulta que el citado Aparicio, ejerciendo las prerrogativas de su cargo, había indicado qué periódicos podían cubrir la vuelta de los prisioneros, y excluyó al ABC, al cual y a cuyo director (el propio Luca de Tena) tenía ya bastante tirria. De modo que, yendo de perro a puñetero, que se dice, don Torcuato viajó en privado a Estambul y consiguió embarcar en el Semíramis, de modo que pudo entrevistar a placer a todo hijo de vecino y ser testigo de las primeras conversaciones por radio de los prisioneros con sus familias. Para rematar la faena, publicó en forma de libro las memorias del capitán Teodoro Palacios, que ejerció de algún modo de líder entre los condenados a aquel infierno; libro que se convirtió en éxito de ventas y recibió el Premio Nacional de Literatura.

La travesía a Chile, de donde su padre fue nombrado embajador, la estancia y la accidentada vuelta, así como la corresponsalía de ABC en el Londres de la segunda guerra mundial constituyen asimismo puntos fuertes de este volumen, bien escrito y en un tono que aspira a ser equilibrado en cuanto a los juicios a los personajes. De todos modos, prefiero sus novelas.

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22 mayo 2024

Velázquez, más allá de la crítica social

 (Inserto aquí, por su interés, este artículo de Fabrice Hadjadj con el fin de compartirlo en las redes sociales, ya que se trata de un texto de acceso restringido)


Se ha querido hacer de Velázquez un precursor de la deconstrucción. La prueba: su gusto por los enanos, los bufones y los locos. ¿Cómo un genio de la corte real española no iba a echar el ojo más crítico sobre ella? Llegaba en la hora de su decadencia. No era más que una olla de grillos, maraña de intrigas, apilamiento de bajezas. Felipe IV, rey holgazán, estaba bajo la dominación del Conde Duque de Olivares, y los festejos del Buen Retiro se desarrollaban como una tapicería hecha adrede para esconder el imperio que se desmoronaba por todas partes.

¿No es siempre el artista un contestatario? ¿No se opone la poesía al poder? Un poeta oficial, un pintor «de la Cámara Real», ¿no es esta una contradicción en los términos? A menos que sea un agente doble. Si se sitúa en el corazón del sistema, es para desmontarlo, poner en cuestión su decoro, denunciar su podredumbre…

De esta manera, en 'Las palabras y las cosas', evoca Michel Foucault el cuadro de 'Las Meninas', «donde la representación es representada en cada uno de sus momentos». Representar la representación, hacer su arqueología, es mostrar sus mecanismos, su envés, de tal manera que el rey se quede desnudo. El matrimonio real no es más que un reflejo en el espejo del fondo. Velázquez se ha pintado a sí mismo pintando, y es a él a quien vemos de frente, mirándonos. Pero, puesto que se ha pintado a sí mismo, se trata también de un autorretrato, y es un espejo que se encontraba en el lugar donde estamos nosotros. A no ser que, más allá del tiempo, estuviera anticipando pintar a quienes hoy visitan el Prado… De ahí ese parpadeo de lo representado entre el cuadro, el matrimonio real, Velázquez y nosotros, los espectadores. ¿Quién mira a quién? ¿Quién es sujeto y quién es objeto? Todo se vuelve indecidible. La vida de la realeza es un sueño; la pequeña infanta Margarita, en el centro, una muñeca; el aposentador Nieto, un hombre que se va a contraluz; los cuadros en las paredes, escenas que se borran en la oscuridad. Según Foucault, Velázquez presenta aquí un mundo tan huidizo como el de nuestras pantallas virtuales, y la verdad sobre la corte no se concentra más que en esa enana ataviada con excesivo refinamiento, cuyo rostro devorado por la sombra es también el más cercano a la fuente de luz.

Pero, 'voilà', Velázquez era caballero de la Orden de Santiago, amigo de Felipe IV, su decorador, su embajador, su comprador incluso, puesto que durante sus viajes a Italia adquirió para él las obras más bellas de la colección real. Nuestro gran artista no era «de izquierdas». Tampoco de derechas. Ni adulador ni despreciador del poder, ni servil ni rebelde, más allá de los lazos de poder, de las ideologías, era simplemente un contemplativo, enamorado de lo real, de todos los matices de las diversas texturas. Como lo indica Enrique Lafuente Ferrari: «A Velázquez le atraen con pasión las cosas que existen delante de él, ser u objeto, hombre o vajilla».

El sevillano da testimonio de ello desde la 'Vieja friendo huevos' hasta 'El aguador de Sevilla'. No tiene

quizás más que dieciocho, diecinueve años, y el prodigio ya está ahí, al servicio de lo ordinario: el rostro de la vieja, por supuesto, cuya feminidad perdida no se conserva nada más que en el gesto de la cocina, pero también los huevos fritos presentados como si requiriesen una custodia, la sombra del cuchillo en el plato, la tela del velo, ese brillo diferenciado del esmalte, del cuero y del estaño… En 'El aguador de Sevilla', los tres recipientes, el ánfora de arcilla mate, la jarra barnizada y la copa de cristal se afirman cada uno en la distinción de su materia, y el perfil del aguador que se apresta para dar de beber al joven, cambiando tal vez su agua en vino, no exprime nada, sino la aristocracia misma de existir. Nada igualitario, pero nobleza por todas partes.

A propósito del 'Bufón con libros', pintado un cuarto de siglo más tarde, Paul Claudel hace este comentario: «Porque no se dirá de ninguna criatura que hubiera sido mejor que nunca hubiera nacido. El pintor, en cuanto la observa, siente que no podría haber prescindido de ella».

Velázquez no esconde, como Goya en Quinta del Sordo. No hay en su obra ni marionetas ni personajes grotescos ni fantoches. Y menos aún ídolos ni superhombres. Un día, el rey le transmite una queja que tiene contra él el pintor italiano Carducho, envidioso de sus favores, según la cual Velázquez no sabe pintar más que cabezas. Y este responde: «Señor, pues me hacen gran honor, porque yo no he visto todavía una cabeza bien pintada».

De hecho, la mayoría tiende, sea hacia la caricatura, sea hacia la idealización, sin hablar de la sátira social, de la reducción psicologizante o del veredicto definitivo sobre una condición humana que ha completado su ciclo. Las cabezas de Velázquez obedecen, por el contrario, a esa doble probidad estética y ética que las presenta en su misterio singular, fuero de todo embellecimiento como de toda desfiguración, de toda evaluación moral como de toda abstracción especulativa.

Basta con mirar su 'Retrato de busto de Felipe IV', o su célebre 'Inocencio X'. Cualquier otro hubiera puesto un poco más de aureola o de mueca, recelando algún juicio de valor. El estudio que hará Francis Bacon sobre el mismo doscientos años más tarde no puede evitar caer en esta trampa: el Papa se pone a berrear como un condenado, su carne se transforma en silla eléctrica. Es así como se paga una buena conciencia el pintor moderno: para no parecer demasiado un parásito, privilegiado, subvencionado por el estado, pretende comprometerse en la lucha social y denunciar a los poderosos (lo que deja entender que es más poderoso que ellos, y que no puede ser derribado de su lienzo como lo son ellos de su trono).

Velázquez opera una crítica mucho más radical que la crítica social. No se burla del personaje, hace ver a la persona. He aquí lo que importa: tras los títulos, los cargos, las funciones, tras los favores y las desgracias, la persona, siempre, hombre o mujer, a la vez carne y espíritu, miseria y milagro, dignidad incomparable e inextinguible necesidad de salvación, que se encuentra igual de bien en casa de un pobre loco que en la de Felipe el Grande. Entonces el rey queda desnudo, no porque lo hayan desvestido, ni de tal manera que pueda uno reírse (teniéndose a sí mismo por juez), sino porque transparenta su esencia de criatura herida y redimida, de tal manera que vemos en él a un hermano por el cual también tenemos que rezar. Hay todavía hoy, en la pintura española, otros Velázquez para nuestros tiempos. Les propongo verificarlo por ustedes mismos yendo a ver la exposición de Marcos Lozano Merchán, en Casa de Vacas del Retiro, del 30 de mayo al 23 de julio.

Fabrice Hadjadj, ABC




 

 


15 mayo 2024

Murió Francisco Rico.

No sé si a causa de ese tabaco que tanto le gustaba, hasta el punto de cambiar completamente de tono cuando alguien le afeó que fumase durante una conferencia, acto en el que a nadie más le estaba permitido ejercer tal hábito. El hecho es que no era tan viejo, ni le sabía enfermo, así que me sorprendió la noticia.

De Paco Rico, como se permitían llamarle muchos, recuerdo sobre todo su actividad como conferenciante, descubierta en aquella ocasión de que acabo de hablar. Luego he escuchado todas las que ha pronunciado en la Fundación Juan March, estas a través de las nuevas tecnologías. Lo cierto es que entre él (y Fernando Lázaro Carreter) y todos los demás ponentes hay un trecho inmenso en cuanto a amenidad. Rico tenía un buen timbre de voz, no leía, o al menos solo se apoyaba en el texto, su elocución era pausada, sabía crear expectación y diría que hasta saboreaba las frases. Intuías también las chupadas al cigarro, bien medidas. En medio de todo eso, que soltara esporádicas tontadas, que debían de parecerle atinadas, sobre los Reyes Católicos o sobre la posguerra española, no me hacía abandonar la conferencia.

Lo del cambio de tono: sí, fue increíble. Estaba yo admirando todo eso que acabo de decir, cuando alguien pide la palabra: que si no le importa, que a nosotros no nos permiten fumar, que si puede dejar de hacerlo él. El tío no responde, deja el cigarro y, a partir de entonces, la conferencia se vuelve de un plomizo notorio. Evidentemente, al cabreo que se había agarrado era guapo, pero supo contenerse y no quedar como un gañán…



09 mayo 2024

Como en broma,

pero muy en serio, Wenceslao Fernández Flórez definía así el espíritu de La Codorniz:

Cuando un escritor cuenta como un hombre arruinado acerca a su sien el cañón de una pistola, o cómo un enamorado desafía al que le arrebata la mujer que él ama, refleja –nada más—ciertas modalidades sin importancia de la estupidez humana.

Pero cuando –como hace poco en LA CODORNIZ—se nos presenta a un jugador de ajedrez que, ante un ineludible jaque a la reina, después de haber estudiado inútilmente todas las evasiones, se encara con su adversario para advertirle: “Usted no puede comer la reina, porque hoy es día sin carne”, entonces, queridos señores, se nos hace asomarnos a los abismos de la desesperación, se nos muestra estremecedoramente la angustia de un espíritu amenazado por lo irremediable, asistimos al proceso de una profunda congoja que alcanzó a buscar la solución por caminos extraordinarios. ¿Qué vale ese majadero que quiere matar a un hombre porque una mujer no le ama a él?

¿Qué puede interesar tampoco la psicología del tipo que se suicida para librarse de sus acreedores? Ambos proceden con arreglo a un simplismo que se inspira en su egoísta condición y, a la postre, no resuelven nada. Pero el infeliz jugador de ajedrez que ha repasado el tablero y ha visto que la jugada del rival no el consiente escape, apuró un cerebro espantosamente hasta hallar un milagro que contuviese la catástrofe. Vedlo inclinado hacia el otro jugador, conminatorio y apremiante, ansioso de despertar en él las ideas patrióticas y de respeto a las leyes, en que quiere escudarse. No pide gracia, no lo estrangula, no disculpa sus propios errores. Pálido y acuciante, sufriendo horrorosamente sin decirlo, le plantea la prohibición:

--Hoy es día sin carne… No puede usted…

¡Oh, qué tragedia, qué terrible tragedia! He leído pocas páginas de tan intensa ternura que me hayan conmovido y sugerido tanto.

“Demasiado serio”, en La Codorniz, número 60, julio 1492



07 mayo 2024

Muy recomendable

la conferencia de este dominico sobre la dichosa ideología. Claro, completo y con una retranca muy sabrosa.

Solo le pongo una pega: una leve concesión, al final, a ese romanticismo tóxico que ha penetrado hasta las paredes de Santa Marta (“si se quieren” y tal…). Pero creo que más bien se trata de defender al Papa y no empaña su afirmación rotunda de la doctrina cristiana y de la ley natural.



06 mayo 2024

Modernidad desleal

 Interesante esta observación de Fabrice Hadjadj, comentando a Guardini

Romano Guardini decía que la modernidad es desleal, porque toma cosas que provienen del cristianismo, pero las arranca del cristianismo. Como cuando se coge una flor, se corta, se arranca de la planta y se coloca en un jarrón. Y se dice ¡ah, qué flor tan hermosa! Pero, después de un tiempo, muere, porque no tiene raíces. Eso es lo que sucede.

De una entrevista en ABC.




05 mayo 2024

Relatos de lo inesperado

Hay una salsa especial Dahl que distingue estas historias de suspense de otras similares. Una salsa basada, sí, en el humor negro: Dahl maltrata a sus personajes como si fueran malotes de videojuego, pero además ellos mismos son así con el resto: egoístas, adúlteros, maniáticos, tiranuelos domésticos, todo dentro de una aparente normalidad. De hecho, si no fuera por la pista del título, y si leyéramos solo uno, podríamos pensar que estamos ante un mero relato costumbrista y ante unos personajes que son la mar de buenas personas: sin embargo, la cosa va ensombreciéndose sutil pero notoriamente, hasta que el final macabro ocurre como desenlace lógico, que no necesita mucha explicación. El maniático, la maniática, resultan monstruos.

Hay un relato que me resultó conocido apenas lo terminé, y es el titulado “Hombre del sur”, donde un tipo se apuesta un Cadillac contra un dedo del adversario a que este no es capaz de encender diez veces seguidas su mechero. Lo habían echado en la televisión, tal vez en Alfred Hitchcock presenta o una serie similar. Son cuentos fácilmente cinematografiables en efecto. Si tuviera que ser solo uno, me quedaría con “William y Mary”, donde el humor negro alcanza tal vez su cumbre, con ese científico loco narrando a su amigo moribundo cómo piensa, si él quiere, desguazar su cabeza para que el cerebro pueda subsistir tras su muerte, y con el cerebro, su conciencia.

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03 mayo 2024

No me extraña que trataran de censurar a Roald Dahl

América es la tierra de la oportunidad para las mujeres, quienes, poseedoras ya de alrededor del ochenta y cinco por ciento de la riqueza del país, en breve se habrán hecho con su totalidad. El divorcio se ha convertido en una operación lucrativa de sencillo arreglo y fácil olvido, que las hembras ambiciosas pueden repetir cuantas veces gusten negociando beneficios que alcanzan cifras astronómicas. La muerte del marido también aporta recompensas satisfactorias, y alunas señoras prefieren confiar en ese expediente: saben que la espera no será demasiado larga, pues el exceso de trabajo junto con la hipertensión no tardarán en llevarse al pobre diablo, llamado a expirar ante su escritorio con un frasco de benzedrinas en una mano y una caja de tranquilizantes en la otra.

Sucesivas generaciones de jóvenes americanos no se desaniman lo más mínimo ante este espantoso panorama de divorcio y defunción. Cuanto más aumenta el índice de divorcios, mayor se hace su ahínco. Los jóvenes se casan como ratones, apenas entran en la pubertad, y una buena proporción de ellos tiene en nómina un mínimo de dos exesposas antes de cumplir los treinta y seis. Mantener a esas señoras conforme al tren de vida a que están acostumbradas les exige trabajar como esclavos, que es ni más ni menos lo que son. Hasta que, por último, según van alcanzando precozmente la edad madura, un sentimiento de desencanto y de temor empieza a infiltrárseles despacioso en el corazón, y así les da por reunirse, a última hora del día, en pequeñas y prietas tertulias, en clubes y bares, para despachar sus whiskies y tragar sus píldoras, y tratar de animarse unos a otros a base de anécdotas.

“La señora Bixby y el abrigo del coronel”, en Relatos de lo inesperado.


Estos censores progres nunca tuvieron sentido del humor. 




01 mayo 2024

Como velas

No sé qué película de Paco Martínez Soria es aquélla en que, dirigiéndose a sus hijos, que se le desmandaban, les dice: “A partir de ahora vais a ir todos… ¡como velas!”

Es a lo que me recordaban las chuloputadas del tipo que preside el ejecutivo, en su alocución del lunes, acerca de la limpieza, la regeneración o el nada va a ser igual. Es el pronto del capataz que siente que se le suben a las barbas. Es el lenguaje de los tiranos. La paranoia les es inherente.