No sé si a causa de ese tabaco que tanto le gustaba, hasta el punto de cambiar completamente de tono cuando alguien le afeó que fumase durante una conferencia, acto en el que a nadie más le estaba permitido ejercer tal hábito. El hecho es que no era tan viejo, ni le sabía enfermo, así que me sorprendió la noticia.
De Paco Rico,
como se permitían llamarle muchos, recuerdo sobre todo su actividad como
conferenciante, descubierta en aquella ocasión de que acabo de hablar. Luego he
escuchado todas las que ha pronunciado en la Fundación Juan March, estas a
través de las nuevas tecnologías. Lo cierto es que entre él (y Fernando Lázaro Carreter) y todos los
demás ponentes hay un trecho inmenso en cuanto a amenidad. Rico tenía un buen timbre de voz, no leía, o al menos solo se
apoyaba en el texto, su elocución era pausada, sabía crear expectación y diría
que hasta saboreaba las frases. Intuías también las chupadas al cigarro, bien
medidas. En medio de todo eso, que soltara esporádicas tontadas, que debían de
parecerle atinadas, sobre los Reyes
Católicos o sobre la posguerra española, no me hacía abandonar la
conferencia.
Lo del cambio de tono: sí, fue increíble. Estaba yo
admirando todo eso que acabo de decir, cuando alguien pide la palabra: que si
no le importa, que a nosotros no nos permiten fumar, que si puede dejar de
hacerlo él. El tío no responde, deja el cigarro y, a partir de entonces, la
conferencia se vuelve de un plomizo notorio. Evidentemente, al cabreo que se
había agarrado era guapo, pero supo contenerse y no quedar como un gañán…