30 agosto 2007

Bien, se nota que acaba agosto.

Acabo de regresar de este inmerecido descanso (las cosas como son) y ya tenemos materia abundante para el palique. Claro que Francisco Umbral podría haberla diñado otro día, como Pedro de Miguel, que tuvo a mal sobresaltarnos en la hamaca (uno siempre se pregunta por qué son los mejores los que..., en fin, dejémoslo). Pero ahí están Rosa Díez poniendo sus principios encima de la mesa, Fraga removiendo el agua como cada sazón... y el rayo que no cesa, la ETA, claro.

¿Qué digo de Umbral? Que era el mejor, en efecto, y que es una pena que siendo el mejor tuviera tan poco que decir. Que lean ustedes Mortal y rosa y corran un pudoroso velo sobre el resto. En aquel libro contó la pérdida de su esperanza con una prosa increíble y después invirtió su talento en jugar a ser dios, perdonando una vida en cada línea y logrando que se lo agradecieran. Pudo suscitar odios y temores reverenciales: la muerte viene a cambiar todo eso por algo que seguramente es lo último que él habría querido inspirar: compasión.

03 agosto 2007

Me voy


Nada tan anodino como la prensa en agosto. Hasta Luis del Pino tiene que tirar de sellos al revés para llevarse algo al blog. A veces me pregunto si no serán los periodistas quienes queman los bosques. Pero no quiero frivolizar: sé bien que los canarios hubieran preferido mil dejuanas y otros tantos sobresaltos a cuenta del origen del zapaterismo, antes que semejante prueba.

Pero en fin, esta aridez es un incentivo para largarse lejos, prescindir de la red una temporada y cambiar la blogosfera por medios más clásicos de contraste de pareceres, cual son la barra y la terraza. Vuelvo en septiembre.
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01 agosto 2007

Compañeros de paseo


Carmen de Zulueta es hija de un político republicano, don Luis, embajador de España en la Santa Sede en la época en que estalló la guerra civil. Ha escrito (quizá para dejar una constancia antes de su muerte) una serie de memorias de personajes a los que trató en su juventud, casi todos relacionados con el exilio. Está ausente, por lo general, el juicio político, y cuando lo hay es enteramente favorable. Comparecen en estas páginas Américo Castro, Fernando de los Ríos, los escritores del 98 y unas cuantas mujeres. Doña Carmen es una mujer culta y de mundo y lo que más llama la atención en su libro es este conjunto de figuras femeninas, enlazadas por una amistad que se reforzó con la experiencia de la expatriación: Laura de los Ríos, Mabel Marañón, Nieves de Madariaga, Victoria Kent, hijas la mayoría, como se ve, de ilustres personalidades de la República. Llaman la atención, digo, por su distancia tanto de la señora de derechas como de las tristemente famosas milicianas de la guerra civil, por poner dos ejemplos extremos. Si el estilo es el hombre, del modo de escribir de Carmen de Zulueta, elegante, contenido, podemos deducir, no sé hasta qué punto con justicia, el clima de aquellas tertulias, el tono de aquellas conversaciones entre unas mujeres que figuran entre lo más valioso que se perdió con la guerra.


Nota redactada en junio del 2001.

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