30 agosto 2007

Bien, se nota que acaba agosto.

Acabo de regresar de este inmerecido descanso (las cosas como son) y ya tenemos materia abundante para el palique. Claro que Francisco Umbral podría haberla diñado otro día, como Pedro de Miguel, que tuvo a mal sobresaltarnos en la hamaca (uno siempre se pregunta por qué son los mejores los que..., en fin, dejémoslo). Pero ahí están Rosa Díez poniendo sus principios encima de la mesa, Fraga removiendo el agua como cada sazón... y el rayo que no cesa, la ETA, claro.

¿Qué digo de Umbral? Que era el mejor, en efecto, y que es una pena que siendo el mejor tuviera tan poco que decir. Que lean ustedes Mortal y rosa y corran un pudoroso velo sobre el resto. En aquel libro contó la pérdida de su esperanza con una prosa increíble y después invirtió su talento en jugar a ser dios, perdonando una vida en cada línea y logrando que se lo agradecieran. Pudo suscitar odios y temores reverenciales: la muerte viene a cambiar todo eso por algo que seguramente es lo último que él habría querido inspirar: compasión.