31 marzo 2010
El guardián entre el centeno
Después de leer, por fin, El guardián entre el centeno, encuentro mucho menos meritorio el Jack Frusciante... de Enrico Brizzi. Están cortados por el mismo patrón. Diferencias: el Alex de Brizzi es un proletario; Holden Caulfield, un niño bien. Jack Frusciante derrocha los tacos y se permite grandes libertades sintácticas; El guardián... taquea, pero menos, y se mantiene en una sintaxis académica. Alex encuentra el amor, y con él una especie de parcial redención; Holden no, pero se da cuenta del valor de tener ciertas personas a su lado. Y, aunque los dos están totalmente desorientados, Alex es bastante más cínico que Holden, a quien su incapacidad de cinismo, por así decir, le hace permanecer en una constante pose de enfado (aunque también Alex se definía como "kabreado social"). Ambos representan al hombre que ha sido echado, sin pedirlo, a un mundo absurdo en su carencia de bases firmes, de lo que llamamos corrientemente valores, y sin vocación de revolucionario o de santo (al menos, sin conciencia de ello). No pueden ser ni apocalípticos ni integrados, aunque tiendan más bien a lo primero. Es el rebelde sin causa y, diríamos también, sin rumbo, sin dirección en su rebeldía. Holden abomina de casi todo lo que ve en la gente que le rodea (me disgusta, odio, no aguanto, son palabras que aparecen por doquier), pero necesita a los demás, los busca, deseando encontrar no sabe qué en ellos. Es un menesteroso de humanidad, a quien quizá no se le ha ocurrido nunca dar gratis un poco de la suya.
Nota redactada en marzo del 2003
__
30 marzo 2010
Ojo
Uno de los personajes de Balzac se llamaba Sarrasine, pero a Barthes se le ocurrió escribir ZarraZine, explicando que la Z "es la letra de la mutilación... Corta, intercepta, raya... Es la letra de la desviación".
Juan José Sebreli, El olvido de la razón.
__
Juan José Sebreli, El olvido de la razón.
__
29 marzo 2010
Conversiones paulinas
Mayor Oreja dice que el PSOE chalanea con ETA. El que dirige el PP vasco dice que no, que el PSOE ahora es bueno. ¿Quién tiene razón?
No sé, pero si las conversiones paulinas son raras en las personas, en los partidos son impensables. ¿Qué puede llevar al PP a creer que se ha producido una en el PSOE?
Tal vez razones de táctica (que no entiendo mucho, la verdad). Pero juega también la creencia en la justificación por la democracia: el PSOE es un partido democrático, ergo no puede aliarse con criminales. Es como lo del ministro de justicia: si ustedes denuncian el chivatazo, están perjudicando a la democracia.
Esto, dicho por el poder, puede ser un ejercicio de cara dura. Por la oposición, puede tener muchos nombres, pero yo lo llamo beatería democrática. En todo caso, forma parte de la cartilla elemental que la izquierda le ha enseñado a la derecha en su papel de maestra de democracia, asumido por esta con las orejas gachas. Así está montado el tinglado desde su constitución.
__
Esto, dicho por el poder, puede ser un ejercicio de cara dura. Por la oposición, puede tener muchos nombres, pero yo lo llamo beatería democrática. En todo caso, forma parte de la cartilla elemental que la izquierda le ha enseñado a la derecha en su papel de maestra de democracia, asumido por esta con las orejas gachas. Así está montado el tinglado desde su constitución.
__
26 marzo 2010
Introducción al Cristianismo
Leyendo este libro comprobmos la diferencia entre un texto de divulgación doctrinal o apologético y uno de teología. No es que esto sea teología muy dura. Yo lo llamaría teología divulgativa, pero a lo mejor es que la pluma amable del futuro Benedicto XVI acerca mucho estos capítulos al lector medio. Lo que quería decir es que uno no encuentra aquí los habituales argumentos que nos explican la fe, al estilo de Leo J. Trese, por ejemplo, sino que Ratzinger (por entonces, 1968, ni siquiera cardenal y puede que ni obispo) expone sus propias conclusiones como "profesional", por así decirlo.
El capítulo de Introducción no puede por menos de dejar admirado, por el modo tan lúcido con que el autor plantea el problema de la fe en el mundo actual. La fe es, para Ratzinger, el modo de acceder a aquello que nos supera como criaturas racionales pero que humildemente reconocemos que existe, aunque la incredulidad estará siempre acechando nuesro castillo, como la fe lo hará con el del escéptico. El futuro autor de Deus caritas est se atisba en el resto del volumen por la importancia que da al amor a la hora de explicar la Trinidad o la Encarnación del Verbo. Pero estamos ante un libro al que sin duda hay que volver una y otra vez, pues merece la pena saborearlo con calma.
Nota redactada en agosto del 2007
__
25 marzo 2010
Heinrich Heine:
Los conceptos filosóficos alimentados en el silencio del estudio de un académico pueden destruir toda una civilización.
Citado por Juan José Sebreli, El olvido de la razón. Ese es, de hecho, el tema del libro. Lo que echo de menos en él es una referencia a los Marx y los Sartre. ¿Tal vez en un libro futuro titulado El abuso de la razón...?
__
Citado por Juan José Sebreli, El olvido de la razón. Ese es, de hecho, el tema del libro. Lo que echo de menos en él es una referencia a los Marx y los Sartre. ¿Tal vez en un libro futuro titulado El abuso de la razón...?
__
24 marzo 2010
Escándalo en el patio
por lo de Mayor Oreja. La COPE cual novicia de fábula, a pique del desmayo. La SER en plan padre jesuita, con el dedo admonitorio. Y mi satisfacción sólo tiene una manchita: ¿por qué dijo potenciales...?
__
__
23 marzo 2010
El metro de platino iridiado
Sí, la protagonista de esta novela es realmente "el metro de platino iridiado": alguien con quien todos se comparan o se miden. Pero no porque sea un dechado de cualidades (es, de hecho, una mujer del común), sino por su admirable equilibrio emocional. Y no quiero decir que sea insensible o apática, antes al contrario, siente la pena, el despecho o el hastío como quien más, pero nunca deja que esas emociones la aneguen o arruinen su vida. Perdona la traición de su mejor amiga, se sobrepone a la muerte de su hijo, causada absurdamente por el hermano de ella, y es capaz de volver junto a un marido infiel, cruel y presuntuoso, "porque les quiero", aunque ese querer sea más de voluntad que de afecto. En todo ello, María es la antítesis de su hermano Gonzalo, el homosexual infeliz (si no hay redundancia) que, enamorado de su sobrino, llega a causar su muerte en un acceso de celos. Y lo más asombroso es cómo Pombo, aun practicando una narración finamente psicológica, evita todo tipo de valoración moral, dejando al lector que sea él quien llegue a ese tipo de conclusiones.
Nota redactada en septiembre del 2009
__
22 marzo 2010
Hermosos frutos
(Y yo que pensaba que no tenía nada que decir de Delibes, y va el editor de La villa, de Cuéllar, y me pide un artículo. Bueno, pues lo inserto aquí, como primicia, je, ya que la revista no tiene edición digital.)
En esa mañana de marzo en que nos dijo adiós, Miguel Delibes podría haberse apropiado, con satisfacción, aquel versículo de la Biblia que todo hombre quisiera merecer como epitafio: “como vid retoñé con gracia, y mis flores son frutos hermosos y ricos”. Frutos que se llaman, en su caso, Miguel, Ángeles, Germán, Elisa, Juan, Adolfo y Camino. Pero también La hoja roja, Las ratas, Señora de rojo sobre fondo gris, Diario de un cazador, Cinco horas con Mario, Los santos inocentes, etc. etc.
En el lejano primero de BUP, una joven profesora que reemplazaba aquel año al padre director nos propuso una actividad entonces no tan usual como ahora en los colegios, cual era leer un libro enterito. Se titulaba El camino: una novela de lectura fácil, con personajes sencillos, que trataba de un niño de once años al que, contra su voluntad, le llevaban a estudiar a la ciudad, lejos de su pueblo y de sus amigos. Tal vez en aquel momento sólo nos fijamos en las anécdotas entrañables, los tipos populares y el entorno natural en que la novela se desarrolla. Pero en El camino late un intenso drama humano, pues toda la novela gira en torno al punto en que Daniel supo “lo que era tener el vientre seco y lo que era un aborto”, que es como decir el descubrimiento de la vecindad de la vida y la muerte: la cuna y la sepultura, que hubiera dicho Quevedo, o la sombra alargada del ciprés. El fin de la inocencia:
Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa lo asfixiaba.
Mucho más tarde conocí La sombra del ciprés es alargada, y ahora pienso que El camino pudo ser una versión corregida de aquella, más de acuerdo a los gustos y la personalidad de nuestro novelista. Aunque le dieron el premio Nadal, La sombra del ciprés fue siempre repudiada por Delibes como algo falso, ajeno a su espíritu, por lo que respecta al lenguaje, quiero decir: «En El camino me despojé por primera vez de lo postizo y salí a cuerpo limpio». Siempre me pareció injusta esta apreciación de don Miguel sobre su primera novela, que me parece bastante buena. Pero lo cierto es que Delibes se halla más a gusto en la sencillez, en lo naïf, podríamos decir. A partir de El camino ya no abandonará esa llaneza meseteña que le caracteriza como escritor y que no es superficialidad sino una manera de presentar los hechos, dejando que sea el lector quien reflexione.
Hay también en El camino algo que no está en La sombra... y que será una constante en Delibes: la defensa de la vida natural frente a un progreso que es sólo material y que obra en contra de lo humano. Así sucede con Cecilio Rubes, el empresario de Mi idolatrado hijo Sisí, constructor de bañeras y enemigo de los niños, que cuando se decide a tener un hijo, uno solo, lo trata como a una mascota, cubriéndolo de mimos y a la postre destruyéndolo como persona. El autor dedicó esta novela a sus siete hermanos, “en la confianza de que ocho hermanos unidos pueden conquistar el mundo". Los reaccionarios son siempre en Delibes los egoístas, los enemigos de la vida. Mientras que el liberal Mario, de Cinco horas..., le reprochará a su mujer: “no seamos mezquinos con Dios...”, cuando ella se empeña en no usar del matrimonio sino en los “días buenos”, es decir, los infértiles.
Los protagonistas de Delibes suelen ser las víctimas de esa idolatría del progreso. Seres inocentes cuyas taras son como zarpazos de aquella maldad original, que ellos parecen expiar crísticamente en sus personas. Así el retrasado Azarías, el hipersensible Pacífico Pérez, el superdotado Nini, el depresivo Mario o el viejo Eloy con su sentimiento de soledad. A ellos se refería justamente el novelista en su discurso de ingreso en la Real Academia, publicado más tarde con el título Un mundo que agoniza:
Mis personajes no son, pues, asociales ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío, es cierto, pero, simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará ineluctablemente en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles. Y aunque un día llegue a ofrecerles un poco de piedad organizada, una ayuda –no ya en cuanto semejantes sino en cuanto perturbadores de su plácida digestión- siempre estará ausente de ella el calor.
Por el contrario, la caza parece en Delibes el ámbito de lo natural, donde no reina el egoísmo ni la simulación sino la camaradería y la amistad. Sabido es que el propio escritor fue un practicante asiduo y experto de esta actividad, ligada en él al aprecio por el campo castellano, al que dedicó ensayos y artículos. Y por eso también, el Diario de un cazador pasa por ser la obra más optimista de un hombre inclinado por lo general al pesimismo. El contacto con la naturaleza le hace a Lorenzo inmune, hasta cierto punto, a los egoísmos y a los afanes del mundo moderno.
Claro que incluso eso puede prostituirse, y así lo vemos en una de las novelas más sombrías de nuestro autor, Las ratas, cuyo título (Delibes tenía un particular duende para los títulos) ya indica el punto de degeneración a que ha llegado el hombre abandonado por sus semejantes. En su modestia habitual, Delibes la consideraba como una pura novela de denuncia social, donde decía lo que no le dejaban decir en la prensa. Y sin duda lo es. Pero sus personajes, me refiero al tío Ratero y al Nini, poseen un extraño magnetismo, uno en su degradación y el otro en su persona casi angelical. Una especie de inocencia original surgida del extremo del vicio, que da lugar a múltiples interrogantes y que, creo, no ha sido atendida debidamente.
Cinco horas con Mario es también una obra muy peculiar. Rara vez encontremos a un protagonista definido como a través de las sombras, ya que se encuentra de cuerpo presente durante todo el relato. Los reproches que una atormentada viuda le dirige durante las cinco horas del velatorio permiten dibujar un perfil muy nítido del personaje, haciendo abstracción de los prejuicios de ella. Y, retomando lo que apuntábamos antes, se diría un Cristo yacente ante el cual una facunda magdalena acaba desahogando su culpa escondida... Claro que lecturas hay para todos los gustos, y hay quien hace de Mario un despreocupado que margina sus deberes conyugales por atender a sus ideas filantrópicas. Y no voy a negarlo del todo. Pero lo sugestivo de esta novela es cómo el autor vuelve a apuntarse un tanto literario sin apearse de un lenguaje a ras de pueblo, casi como captado con grabadora en un velatorio de verdad, lo que contrasta con otros experimentos contemporáneos en la misma línea.
Mario podía haber sido el propio Delibes, pero por suerte no se casó con Menchu sino con Ángeles de Castro, “mi equilibrio” (¡siempre tan castellanamente sobrio!). A ella, prematuramente fallecida, va dedicada Señora de rojo sobre fondo gris, a mi juicio su obra maestra. Si no fue la última cronológicamente, sí podría serlo desde un punto de vista espiritual, porque en ella se resuelven todos los pesimismos, vencidos por el amor. Como Miguel Hernández de su hijo, Delibes podría haber dicho de su mujer: “tu risa me pone alas”.
Pero no quiero dejar de mencionar dos novelas que, aunque muy diferentes entre sí, están unidas por la misma motivación. Me refiero a Parábola del náufrago y El hereje. La primera tal vez sea la más extraña de Delibes por su estilo, un tributo (¿o parodia?) a la moda experimental del momento (los años 60), y se encuadra en esa tradición que va de Metrópolis de Fritz Lang a 1984 de Orwell: una denuncia de la despersonalización promovida desde el poder. La segunda es una novela histórica (con perdón del propio autor) y de técnica tradicional, ambientada en el Valladolid del siglo XVI y considerada como un postrer homenaje a su ciudad de siempre. Ambas obras obedecen, digo, al mismo impulso: el rechazo que sentía Delibes ante toda forma de extorsión de las conciencias.
Fue este empeño a favor de lo esencial humano, unido a una conducta personal tan coherente como alejada de toda estridencia y toda consigna, lo que abarrotó la Catedral de Valladolid el día de su funeral. Una niña puso en el libro de condolencias: “aunque te hayas muerto, sigue escribiendo”. Lo hará, aunque de otro modo, en esa continuación de su vida para la que, según declaró su propia familia, hacía tiempo que se preparaba.
__
En esa mañana de marzo en que nos dijo adiós, Miguel Delibes podría haberse apropiado, con satisfacción, aquel versículo de la Biblia que todo hombre quisiera merecer como epitafio: “como vid retoñé con gracia, y mis flores son frutos hermosos y ricos”. Frutos que se llaman, en su caso, Miguel, Ángeles, Germán, Elisa, Juan, Adolfo y Camino. Pero también La hoja roja, Las ratas, Señora de rojo sobre fondo gris, Diario de un cazador, Cinco horas con Mario, Los santos inocentes, etc. etc.
En el lejano primero de BUP, una joven profesora que reemplazaba aquel año al padre director nos propuso una actividad entonces no tan usual como ahora en los colegios, cual era leer un libro enterito. Se titulaba El camino: una novela de lectura fácil, con personajes sencillos, que trataba de un niño de once años al que, contra su voluntad, le llevaban a estudiar a la ciudad, lejos de su pueblo y de sus amigos. Tal vez en aquel momento sólo nos fijamos en las anécdotas entrañables, los tipos populares y el entorno natural en que la novela se desarrolla. Pero en El camino late un intenso drama humano, pues toda la novela gira en torno al punto en que Daniel supo “lo que era tener el vientre seco y lo que era un aborto”, que es como decir el descubrimiento de la vecindad de la vida y la muerte: la cuna y la sepultura, que hubiera dicho Quevedo, o la sombra alargada del ciprés. El fin de la inocencia:
Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa lo asfixiaba.
Mucho más tarde conocí La sombra del ciprés es alargada, y ahora pienso que El camino pudo ser una versión corregida de aquella, más de acuerdo a los gustos y la personalidad de nuestro novelista. Aunque le dieron el premio Nadal, La sombra del ciprés fue siempre repudiada por Delibes como algo falso, ajeno a su espíritu, por lo que respecta al lenguaje, quiero decir: «En El camino me despojé por primera vez de lo postizo y salí a cuerpo limpio». Siempre me pareció injusta esta apreciación de don Miguel sobre su primera novela, que me parece bastante buena. Pero lo cierto es que Delibes se halla más a gusto en la sencillez, en lo naïf, podríamos decir. A partir de El camino ya no abandonará esa llaneza meseteña que le caracteriza como escritor y que no es superficialidad sino una manera de presentar los hechos, dejando que sea el lector quien reflexione.
Hay también en El camino algo que no está en La sombra... y que será una constante en Delibes: la defensa de la vida natural frente a un progreso que es sólo material y que obra en contra de lo humano. Así sucede con Cecilio Rubes, el empresario de Mi idolatrado hijo Sisí, constructor de bañeras y enemigo de los niños, que cuando se decide a tener un hijo, uno solo, lo trata como a una mascota, cubriéndolo de mimos y a la postre destruyéndolo como persona. El autor dedicó esta novela a sus siete hermanos, “en la confianza de que ocho hermanos unidos pueden conquistar el mundo". Los reaccionarios son siempre en Delibes los egoístas, los enemigos de la vida. Mientras que el liberal Mario, de Cinco horas..., le reprochará a su mujer: “no seamos mezquinos con Dios...”, cuando ella se empeña en no usar del matrimonio sino en los “días buenos”, es decir, los infértiles.
Los protagonistas de Delibes suelen ser las víctimas de esa idolatría del progreso. Seres inocentes cuyas taras son como zarpazos de aquella maldad original, que ellos parecen expiar crísticamente en sus personas. Así el retrasado Azarías, el hipersensible Pacífico Pérez, el superdotado Nini, el depresivo Mario o el viejo Eloy con su sentimiento de soledad. A ellos se refería justamente el novelista en su discurso de ingreso en la Real Academia, publicado más tarde con el título Un mundo que agoniza:
Mis personajes no son, pues, asociales ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío, es cierto, pero, simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará ineluctablemente en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles. Y aunque un día llegue a ofrecerles un poco de piedad organizada, una ayuda –no ya en cuanto semejantes sino en cuanto perturbadores de su plácida digestión- siempre estará ausente de ella el calor.
Por el contrario, la caza parece en Delibes el ámbito de lo natural, donde no reina el egoísmo ni la simulación sino la camaradería y la amistad. Sabido es que el propio escritor fue un practicante asiduo y experto de esta actividad, ligada en él al aprecio por el campo castellano, al que dedicó ensayos y artículos. Y por eso también, el Diario de un cazador pasa por ser la obra más optimista de un hombre inclinado por lo general al pesimismo. El contacto con la naturaleza le hace a Lorenzo inmune, hasta cierto punto, a los egoísmos y a los afanes del mundo moderno.
Claro que incluso eso puede prostituirse, y así lo vemos en una de las novelas más sombrías de nuestro autor, Las ratas, cuyo título (Delibes tenía un particular duende para los títulos) ya indica el punto de degeneración a que ha llegado el hombre abandonado por sus semejantes. En su modestia habitual, Delibes la consideraba como una pura novela de denuncia social, donde decía lo que no le dejaban decir en la prensa. Y sin duda lo es. Pero sus personajes, me refiero al tío Ratero y al Nini, poseen un extraño magnetismo, uno en su degradación y el otro en su persona casi angelical. Una especie de inocencia original surgida del extremo del vicio, que da lugar a múltiples interrogantes y que, creo, no ha sido atendida debidamente.
Cinco horas con Mario es también una obra muy peculiar. Rara vez encontremos a un protagonista definido como a través de las sombras, ya que se encuentra de cuerpo presente durante todo el relato. Los reproches que una atormentada viuda le dirige durante las cinco horas del velatorio permiten dibujar un perfil muy nítido del personaje, haciendo abstracción de los prejuicios de ella. Y, retomando lo que apuntábamos antes, se diría un Cristo yacente ante el cual una facunda magdalena acaba desahogando su culpa escondida... Claro que lecturas hay para todos los gustos, y hay quien hace de Mario un despreocupado que margina sus deberes conyugales por atender a sus ideas filantrópicas. Y no voy a negarlo del todo. Pero lo sugestivo de esta novela es cómo el autor vuelve a apuntarse un tanto literario sin apearse de un lenguaje a ras de pueblo, casi como captado con grabadora en un velatorio de verdad, lo que contrasta con otros experimentos contemporáneos en la misma línea.
Mario podía haber sido el propio Delibes, pero por suerte no se casó con Menchu sino con Ángeles de Castro, “mi equilibrio” (¡siempre tan castellanamente sobrio!). A ella, prematuramente fallecida, va dedicada Señora de rojo sobre fondo gris, a mi juicio su obra maestra. Si no fue la última cronológicamente, sí podría serlo desde un punto de vista espiritual, porque en ella se resuelven todos los pesimismos, vencidos por el amor. Como Miguel Hernández de su hijo, Delibes podría haber dicho de su mujer: “tu risa me pone alas”.
Pero no quiero dejar de mencionar dos novelas que, aunque muy diferentes entre sí, están unidas por la misma motivación. Me refiero a Parábola del náufrago y El hereje. La primera tal vez sea la más extraña de Delibes por su estilo, un tributo (¿o parodia?) a la moda experimental del momento (los años 60), y se encuadra en esa tradición que va de Metrópolis de Fritz Lang a 1984 de Orwell: una denuncia de la despersonalización promovida desde el poder. La segunda es una novela histórica (con perdón del propio autor) y de técnica tradicional, ambientada en el Valladolid del siglo XVI y considerada como un postrer homenaje a su ciudad de siempre. Ambas obras obedecen, digo, al mismo impulso: el rechazo que sentía Delibes ante toda forma de extorsión de las conciencias.
Fue este empeño a favor de lo esencial humano, unido a una conducta personal tan coherente como alejada de toda estridencia y toda consigna, lo que abarrotó la Catedral de Valladolid el día de su funeral. Una niña puso en el libro de condolencias: “aunque te hayas muerto, sigue escribiendo”. Lo hará, aunque de otro modo, en esa continuación de su vida para la que, según declaró su propia familia, hacía tiempo que se preparaba.
__
19 marzo 2010
La plaga del artículo indeterminado
en los títulos está tomando proporciones alarmantes. Me pregunto cuántas vidas tiene García Márquez, ya que al parecer Gerald Martin nos cuenta una. Y supongo que el libro de Hamit Bozarslan contiene una preciosa narración ambientada en Oriente Medio, que es lo que en buen español sugiere el título que le han plantado.
Ya sé que pueden hacerse infinidad de biografías de Henry Newman, pero este género de escritos se han titulado siempre biografía, historia, introducción, aproximación..., sin artículo, por más que los angloparlantes tengan la costumbre de decir An introduction, A biography y tal. Véase por ejemplo la reciente biografía de Unamuno por los Rabaté. Van a venir los franceses a enseñarnos a hablar español, hay que jorobarse.
__
Ya sé que pueden hacerse infinidad de biografías de Henry Newman, pero este género de escritos se han titulado siempre biografía, historia, introducción, aproximación..., sin artículo, por más que los angloparlantes tengan la costumbre de decir An introduction, A biography y tal. Véase por ejemplo la reciente biografía de Unamuno por los Rabaté. Van a venir los franceses a enseñarnos a hablar español, hay que jorobarse.
__
18 marzo 2010
Tormento
"Si no tengo caridad, nada me aprovecha". El cristianismo sin caridad es el peor esperpento imaginable, y eso lo saben todos los que, con diversa intención, lo han llevado a la literatura o al cine. Galdós lo hace por enésima vez en este Tormento. Tal es el nombre con que Pedro Polo, el cura descarriado, se refiere a la mujer de sus amores, tal vez para aludir al que esa mujer le inflige a él, pero que para nosotros, lectores, define muy bien la propia personalidad de Amparo, impenitente atormentadora de sí misma. El hecho es que los rígidos esquemas de decencia de aquella sociedad consiguen poner a Amparo-Tormento en trance de suicidio, al no poder soportar esta la exclusión social a que la condenaría el descubrimiento de una antigua metedura de pata con don Pedro. Es curioso, pero, aunque con mentalidad de crítico piensas que la desgracia de Amparo debería consumarse, como lector estás todo el tiempo deseando que fracase su suicidio. Creo que Galdós es muy hábil al plantear un desenlace intermedio, que ni es feliz ni trágico y que consigue mostrar cómo los prejuicios acaban dando al traste con algo tan estimable como el vínculo matrimonial.
Nota redactada en septiembre del 2009
__
12 marzo 2010
Creced, multiplicaos y henchid la tierra
¿Y qué digo yo de Delibes que no se haya dicho o que sí se haya dicho? Tal vez que su libro más actual es Mi idolatrado hijo Sisí, a pesar de que él quisiera matizar la "moraleja antimalthusiana" que, en efecto, se desprende de su lectura. Pero yo preferiría enunciar esa "moraleja" en plan más positivo, como una rotura de lanza en favor de la familia numerosa. Así lo indica su lema bíblico, con el que encabezo esta entrada, y su dedicatoria:
"A mis hermanos Adolfo, Concha, José Ramón, Federico, María Luisa, Manuel y Ana María, en la confianza de que ocho hermanos unidos pueden conquistar el mundo".
Pues que así sea.
__
11 marzo 2010
Cosa nueva es para mí
que pedir cuentas al poder sea perjudicar a la democracia. Yo pensé que eso era justamente la democracia. Pero si se trata de un título que confiere impecabilidad al poder, me contará usted, ministro, en qué se diferencia de un sultanato.
__
__
10 marzo 2010
Punto y aparte
En el poema "Radiografía", Miguel d´Ors se define como "eterno partidario de los ciento volando", y esta antología lo verifica con creces. Son muchos los poemas en que d´Ors se dedica a evocar, con sus típicas enumeraciones caóticas, todas aquellas identidades que no le tocaron, pero podrían haberle tocado en suerte; o bien los lugares donde podía haber nacido, o los que conocerá sólo después de "nacer", como él dice con terminología radicalmente cristiana.
Lo que más me gusta de Miguel d´Ors son esos finales sarcásticos que se permite de vez en cuando, como el famoso "tampoco soy feliz". Pero hay que reconocer que eso es sólo una parte mínima de su poética, y que tampoco los prodiga tanto. Aquí descubro a un d´Ors soñador, insatisfecho, con un acusado desprecio de sí mismo que no se convierte en desesperación gracias a una fe en Jesucristo que no duda en proclamar y que casi siempre transforma la autocompasión en humildad.
Nota redactada en mayo del 2009
__
09 marzo 2010
Los griegos y el Faisán
De todos los hombres de diversas nacionalidades que frecuentan los juzgados criminales, los griegos son los más difíciles de condenar.
Simplemente se limitan a negarlo todo, no importa lo concluyentes que lleguen a ser las pruebas. Y nada impresiona más a un jurado que la escueta afirmación de un hecho, por improbable que pueda resultar y por abrumadora que resulte la evidencia en contrario.
Dashiell Hammett, Memorias de un detective privado
Oyendo a Rubalcaba y a los capos de la pasma socialista, no me cabe duda de que convergemos hacia Grecia, no sólo en lo económico. Claro que la cosa empezó con Felipe González y el GAL.
__
Simplemente se limitan a negarlo todo, no importa lo concluyentes que lleguen a ser las pruebas. Y nada impresiona más a un jurado que la escueta afirmación de un hecho, por improbable que pueda resultar y por abrumadora que resulte la evidencia en contrario.
Dashiell Hammett, Memorias de un detective privado
Oyendo a Rubalcaba y a los capos de la pasma socialista, no me cabe duda de que convergemos hacia Grecia, no sólo en lo económico. Claro que la cosa empezó con Felipe González y el GAL.
__
08 marzo 2010
Terrorismo profiláctico
Recuerdo que en la película Arriba Hazaña se ridiculizaban esas prédicas de los viejos ejercicios espirituales en las que se trataba de inspirar el horror al infierno. Habían llenado la pizarra de ceros con un uno delante y decían: “imaginaos que todo eso son años; más aún: siglos...”; bien, pues todo eso era nada en comparación con la eternidad de las penas infernales. Una vez oí a un padre jesuita, más hijo él de su tiempo, llamar a tales prácticas “terrorismo ascético”.
Ahora Sanidad nos va a regalar, en su maternal afán por salvarnos del tabaco, unas cajetillas adornadas con imágenes de cánceres, infartos y otras truculencias. ¿Cómo llamarle a eso? ¿Terrorismo profiláctico...?
Ya de paso, podrían vender los condones con fotos de muchachas apostadas en una esquina, los brazos en jarras. Pero no sería muy eficaz porque tales productos los compran sobre todo maromos a quienes el futuro de sus eventuales concubinas les importa muy poco: sería, en todo caso, una opción, tan respetable como la que más.
Ahora Sanidad nos va a regalar, en su maternal afán por salvarnos del tabaco, unas cajetillas adornadas con imágenes de cánceres, infartos y otras truculencias. ¿Cómo llamarle a eso? ¿Terrorismo profiláctico...?
Ya de paso, podrían vender los condones con fotos de muchachas apostadas en una esquina, los brazos en jarras. Pero no sería muy eficaz porque tales productos los compran sobre todo maromos a quienes el futuro de sus eventuales concubinas les importa muy poco: sería, en todo caso, una opción, tan respetable como la que más.
__
05 marzo 2010
Bajo la red
Resulta algo patético ver a estos bohemios ingleses de los 50 defender posiciones socialistas, pero lo peor estaba aún por llegar, con el 68, para no hablar de la España de los 2000. En todo caso, eso no es lo sustancial en una novela que se caracteriza por el optimismo: cosa normal si tenemos en cuenta la juventud de sus protagonistas y de su autora, en la época en que la escribió. "No sé por qué es así. Es simplemente una de las maravillas del mundo", termina su narración Jake Donaghue, lo que no deja de tener mucho parecido con el "y vio Dios que era bueno". Hablamos de unos personajes a cual más peregrino, que tunean o personalizan su vida, que no se resignan a una existencia gregaria y se mueven en las fronteras de la ley con el mayor desparpajo. La autora parece negarse, sí, al pesimismo, aunque este no deje de aflorar por ciertos resquicios. Jake Donaghue, en el fondo, no sabe qué hacer, pero mientras lo averigua jugará con fuego, burlándose de personajes del gran mundo, tan frívolos como él pero que han conseguido instalarse. Y probablemente se pueda reflexionar mucho más sobre esta novela, pero no veo en su autora a la magna pensadora que dice que era quien me instó a leerla. Narra con gran oficio, sabe crear situaciones divertidas (la de Jake tratando desesperadamente de robar el perrazo es un pequeño toque de genio), pero creo que tardaré en agarrar otra novela suya.
Nota redactada en abril del 2007.
__
04 marzo 2010
Apostillas a Cercas
sobre la llamada novela negra (III)
Algunos autores caen en el recurso fácil del morbo. Detalles de sadismo o de hiperviolencia, descripción de comportamientos sexuales patológicos o sencillamente vidas planas e inmorales donde sólo se busca el propio provecho.
De hecho, sin esas salsas picantes, tendrían muchos menos lectores. Yo confieso sin ambages que me encantaba la violencia enfermiza que me encontraba en ciertos autores, sobre todo si era la del bueno zurrando a los malos. Cuando vi la lista de Cercas, que aparece al final del artículo, me sentí tentado de elaborar la mía propia, pero descubrí con horror que muchas de las que consideraba favoritas lo eran por ese factor. Hoy no podría, seriamente, canonizar cosas como Yo, el jurado o The last cop out, de Mickey Spillane; El secuestro de miss Blandish o Una radiante mañana estival, de James Hadley Chase; 1280 almas, de Jim Thompson, o El clan de los sicilianos, de Auguste Le Breton.
Y, con todo, es posible que todas ellas sean cuentecillos de hadas comparadas con las cosas de los Stig Larsson y, por supuesto, de los Andreus Martines y demás. Pero, hoy como ayer, sirven para que haya quien piense que lee literatura.
__
Algunos autores caen en el recurso fácil del morbo. Detalles de sadismo o de hiperviolencia, descripción de comportamientos sexuales patológicos o sencillamente vidas planas e inmorales donde sólo se busca el propio provecho.
De hecho, sin esas salsas picantes, tendrían muchos menos lectores. Yo confieso sin ambages que me encantaba la violencia enfermiza que me encontraba en ciertos autores, sobre todo si era la del bueno zurrando a los malos. Cuando vi la lista de Cercas, que aparece al final del artículo, me sentí tentado de elaborar la mía propia, pero descubrí con horror que muchas de las que consideraba favoritas lo eran por ese factor. Hoy no podría, seriamente, canonizar cosas como Yo, el jurado o The last cop out, de Mickey Spillane; El secuestro de miss Blandish o Una radiante mañana estival, de James Hadley Chase; 1280 almas, de Jim Thompson, o El clan de los sicilianos, de Auguste Le Breton.
Y, con todo, es posible que todas ellas sean cuentecillos de hadas comparadas con las cosas de los Stig Larsson y, por supuesto, de los Andreus Martines y demás. Pero, hoy como ayer, sirven para que haya quien piense que lee literatura.
__
03 marzo 2010
Cain
El amigo que firma "Desde Mompracem" insiste en su recomendación de James M. Cain. Es un autor al que leo con gusto aunque me parece que sigue siempre el mismo esquema: un pringado seducido por una mujer fatal que le lleva a cometer un crimen. La bella al final se saldrá con la suya o se hundirá en el abismo con él. "Los ojos verdes" de Bécquer en plan negro, vamos.
Un día de estos insertaré la nota que escribí para Pacto de sangre. Mis otras dos experiencias son El cartero llama dos veces y otra cuyo título original era The embezzler y que creo que aquí titularon El estafador. De esta última no recuerdo nada. Es un tipo que ha tenido suerte, también, con sus adaptaciones cinematográficas.
__
02 marzo 2010
De Raymond Chandler a Jardiel Poncela
Creo que prefiero el Philip Marlowe de El sueño eterno. Por este Marlowe de El largo adiós han pasdo ya los años, y con ellos se ha vuelto más amargo. Ha mantenido y aumentado sus dosis de sarcasmo, su ingenio en la réplica, y sus reflexiones han adquirido mayor profundidad, lo que hace quizá que esta novela de 1953 sea superior en su alcance a la de 1939, pero el paladar se queja.
La coincidencia de mi lectura de El largo adiós con la Semana Negra de Gijón no fue más que eso, una casualidad. Podía haber dicho que se trataba de un homenaje; que, ante la avalancha de novelas y novelistas mediocres, decidí volver a los clásicos, a los maestros fundadores del género. Pero, con todo, esta coincidencia me da pie para una meditación: ¿por qué se llamó negra a esta subespecie de la novela policíaca que cambió el salón aristocrático por el callejón y dio entrada a la realidad social en su aspecto más desagradable? Entre otras cosas, porque su tono general deja poco lugar a la esperanza. Porque la virtud, en ella, parece ser algo exótico, o bien una pieza de museo ante cuya autenticidad uno prefiere reservarse la opinión.
Philip Marlowe se encuentra ante este panorama. Y, ciertamente, no se hace ilusiones. Sabe que no debe presuponer la virtud, sino el vicio, ante las gentes con quienes se topa. Pero él mismo quiere mantenerse incontaminado. No descubro nada nuevo si digo que este detective es el nuevo héroe caballeresco, capitán trueno de una sociedad sin doncellas inocentes ni honrados campesinos. Tanto en El sueño eterno como en El largo adiós lo vemos llevando adelante un caso cuando todo el mundo le presiona para que lo abandone. El olor a corrupción le subleva y renuncia a la recompensa material en aras de la justicia. Un "retrato de Madison" (un billete de cinco mil dólares) es en El largo adiós el precio por no levantar la tapa del cubo de la basura. Marlowe lo sabe y lo conserva intacto mientras, implacablemente, va poniendo las cartas boca arriba pese a todos. Sabe que él solo no conseguirá que las cosas dejen de ser como son, pero al menos no contarán con él para seguir infectando la llaga. No le harán entrar en el engranaje de podredumbre y mentiras. Algo semejante creí ver hace tiempo en el detective de la Continental, el personaje de Dashiell Hammett: con la diferencia, quizá, de que este no hace discursos, no medita: se limita a llevar a cabo su tarea con honradez y se incomoda cuando roza la inmoralidad, como en Cosecha roja. Marlowe va más allá. Es el auténtico "Quijote desencantado", como alguien lo llamó con feliz expresión. Don Quijote es capaz de decir, bajo la lanza enemiga, aquello de "Dulcinea es la mujer más hermosa de la tierra". Marlowe, con un caso cerrado (en falso) y libre de todo compromiso, da a la prensa un documento que hará que al día siguiente su pellejo no valga un céntimo.
Y esto es lo que se echa de menos en los novelistas negros epigonales. Han puesto el acento en la podredumbre sin mostrar una alternativa. Da la impresión de que lo negro se ha convertido, frívolamente, en un objeto de adorno. Se ha crado una estética de lo corrupto, así como el spaghetti-western hizo su estética de lo sucio. Por eso, leyendo El largo adiós, me pregunto: un detective de novela negra actual, ¿hubiera rechazado cheques y camas con la elegancia con que lo hace Marlowe? Mucho me temo que más bien se han integrado por completo en la sucia maquinaria y que sus creadores han confundido el desencanto y el sarcasmo con la renuncia a todo asomo de reacción. De ahí mis reticencias con respecto a la Semana Negra, a la que no quito méritos como iniciativa original y de éxito, pero no sé si al autor del Lazarillo le hubiera gustado una "semana de la picaresca", caso de que tal evento hubiera sido posible en la época. Sabría que se iba a poner el acento en lo superficial y que lo picaresco, que en su obra y en la de Mateo Alemán aprece como una necesidad expresiva, iba a convertirse en gratuito, como de hecho sucedió en Castillo Solórzano, por ejemplo. De ahí que en la novela negra actual proliferen hasta la náusea las crueldades y las perversiones sin que veamos nada más adentro. Es el destino de todo fenómeno literario, o artístico, cuando se convierte en moda.
Dije al principio que lo que hace de El largo adiós una novela de gran alcance es ese tono amargo que destila su protagonista contra todo el mundo. Nos encontramos en medio de una sociedad viciada, donde incluso los que se suponen "guardianes del bien" (la policía) son quienes primero lo traicionan (en este sentido, el discurso en que Marlowe contrapone la ley a la justicia es memorable). En un contexto como este, en que se ha perdido la esperanza de encontrar una conducta intachable, los que resultan más simpáticos son los mediocres, los perdedores, gente como Terry Lennox o Roger Wade, inmorales, sí, pero producto o desecho de los auténticos canallas, los Mendy Menéndez, los Randy Starr o, quizá más por encima, los Harlan Potter, millonarios a los que hay que suponer la inocencia porque se han cuidado muy bien de ocultar la manera como han conseguido su fortuna. Sucede como en Los ladrones somos gente honrada, la comedia de Jardiel Poncela, traducción cómica de lo que Chandler nos ofrece en versión trágica. "Los borrachos y los cornudos somos gente honrada", cabría decir aquí, cuando parece que no cabe otro modo de entender la honradez que en términos relativos. Afortunadamente, nos queda Marlowe.
Agosto 1996
__
01 marzo 2010
Sarcástico
Todo el mundo comprende que, cuando una guerra termina, las operaciones de limpieza, ordenación y venganza sobre los vencidos llevan tanto tiempo y esfuerzo mental como el conflicto mismo.
(Narrador de Lo que arraiga en el hueso)
Pero... tan deplorable como cierto.
__
(Narrador de Lo que arraiga en el hueso)
Pero... tan deplorable como cierto.
__
Suscribirse a:
Entradas (Atom)