28 diciembre 2017

El despertar de la señorita Prim

Nadie tan simpático a nuestro tiempo como el hereje. Por eso es audaz Natalia Sanmartín cuando llama al pueblo de su invención San Ireneo, nombre vinculado sin remedio a una obra titulada Contra los herejes. El despertar de la señorita Prim es una obra muy explícita pero las tesis no ahogan la narración ni hacen que pierda calidad como pieza novelística. Como tal, es una buena historia de amor. De amor humano y divino, por supuesto, y ya que digo esto aprovecho para señalar que la iniciativa de la parte divina está estupendamente puesta de relieve.

Cierto que es una de esas obras de las que resulta difícil juzgar a causa de tu simpatía por las cuestiones extraliterarias que plantea. ¿Hasta qué punto te gusta por sus virtudes literarias y hasta qué punto por decir lo que piensas que debería ser dicho en voz muy alta? En todo caso, insisto, pienso que aquí ese tipo de cuestiones están bien trabadas al hilo del relato, un relato de gran contención expresiva y sabiduría narrativa. En esa sabiduría incluyo el desenlace, en que todo está claro y nada está dicho.

¿Hay que ser de San Ireneo?, podría ser la pregunta. Esta especie de utopía sin Estado es la figura de algo que existe, claro, pero no en un lugar determinado, sino disuelto como la levadura en la masa, unas veces más activa, otras menos. Eso no significa que haya que comulgar con todos los aspectos de la vida en aquel lugar. Pienso por ejemplo en el rechazo a la escuela y la apuesta a favor de la educación en casa. Pero reúne las condiciones para que Prudencia Prim, mujer discreta en el sentido cervantino pero moldeada por los presupuestos ideológicos del siglo XXI, descubra que, al fin y al cabo, Dios contaba con ella. En ese sentido, El despertar de la señorita Prim, que tiene mucho de Chesterton y de los grandes conversos del pasado siglo, se alinea también con todas esas obras que, lejos de rendirse al absurdo, afirman que la Verdad te encontrará a poco que busques y digas sí en el momento adecuado.


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23 diciembre 2017

Puesto en práctica

En Los derechos humanos y la novela del siglo XX, Vintila Horia trae una frase lapidaria de Hegel que me hace gracia porque me recuerda la polémica sobre Eichmann y Kant: el jerarca nazi afirmaba haber seguido siempre una moral kantiana, y eso contrariaba bastante a Hannah Arendt, la pensadora que analizó la “banalidad del mal” a propósito del propio Eichmann.

La frase de Hegel es: “El terror es Kant puesto en práctica”.

En el libro de Vintila Horia no figura el contexto en que fue dicha, y el rumano se está refiriendo más bien a Descartes como origen de los campos de concentración y del “infierno son los otros” de Sartre, porque los otros no serían sino res extensa para quien siguiera la filosofía cartesiana de modo estricto. Pero no dejaría de ser una curiosa profecía y un argumento de autoridad para quien piense que, en efecto, Eichmann era un kantiano en acción. Aquí referencias a la polémica.




17 diciembre 2017

El juglar del Cid

El anónimo autor del Cantar de Mio Cid (que fuesen dos, como sostenía Pidal, no se contempla en esta amable fantasía) es imaginado por Joaquín Aguirre Bellver en su niñez, cuando despierta su vocación de juglar gracias, justamente, a don Rodrigo Díaz, de cuyo destierro es testigo el jovencito. El destino parece que no quiere separarlo de su tío Martín, un juglar enamorado de su profesión. La mutua compañía es grata para ambos pero Martín, un impenitente andador de caminos, siente que su modo de vida no es el más adecuado para un niño. Sin embargo, Gabriel intuye que no es casualidad que hayan confluido ambas circunstancias, el conocimiento del Cid y la eventual compañía de su tío, cuyo magisterio va asimilando día a día. Como suele decirse, Gabriel ha descubierto qué quiere ser de mayor.

La simpática figura de Martín y la viva pintura del modo de vida del juglar son los elementos más valiosos de este relato, sencillo y perfecto en su género. Conmueve la amargura del músico al tener que enajenar su vihuela, así como divierte la rivalidad entre colegas y nos recreamos contemplando la relación del juglar con los copleros. Es magnífica la apología que hace de su arte Martín, al principio de la historia (“Si no puedes ser rey, sé juglar”). Si me da por ahí me hago con la vieja edición de Doncel, que he puesto en la imagen; de momento me he conformado con la de Everest, colección "La torre y la flor".


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02 diciembre 2017

Papirotazos

Echo un vistazo a Breve historia de la literatura española, de Alberto de Frutos, bien tratada por Adolfo Torrecilla, de quien me fío. Me parece, más que breve, esquelética. Lo más apreciable es, como indicaba Torrecilla, el tono periodístico que le aporta amenidad. Veo que no sale del tópico al tratar la narrativa de posguerra, que no sería sino la crónica de una larvada oposición a la dictadura: La familia de Pascual Duarte y Nada son “sendos papirotazos a la novela triunfalista tutelada por el régimen”.

Confieso que a fecha de hoy todavía no sé cuáles son esas “novelas triunfalistas tuteladas por el régimen”. Lo que sé es que Nada recibió un premio instituido por una revista falangista en su primera convocatoria, y que la prensa del momento (prensa del régimen, por supuesto) habló de ella hasta el aburrimiento; que Camilo José Cela ejerció de censor para el famoso régimen y de conferenciante en instancias oficiales mientras iban apareciendo ediciones de un Pascual Duarte bastante bien recibido por la crítica. Se lo cuentan a Pasternak y a Solzhenitsyn y las carcajadas se oyen en Pernambuco. No te digo si además añades que La fiel infantería, novela triunfalista que exaltaba a los combatientes nacionales que “fecundaban la patria a tiros”, lejos de ser “tutelada por el régimen”, fue rechazada por la censura eclesiástica por “expresiones de sabor volteriano”.



P. D. Poco después de escrito esto, encuentro esta perla:

La falsificación, la impostura, comenzó con una circular enviada por Juan Aparicio, director general de Prensa, en 1942 o 1943, a todas las publicaciones periódicas del país, como era vox populi in litterarum orbe cuando yo llegué a Madrid en 1958... Dicha circular "aconsejaba" a los directores de los periódicos y revistas prestar especial atención y dar relevancia a los libros y a las noticias relativas al poeta José García Nieto, el comediógrafo Víctor Ruiz Iriarte y el novelista Camilo José Cela. Aquí nos interesa la novela. En la primera época de La Estafeta Literaria (cuarenta números entre 1944 y 1946), informa Martínez Cachero que Cela "aparece número tras número hasta 384 veces (para ser entrevistado, contestar a las preguntas de una encuesta, escribir una reseña, ser reseñado, ser objeto de examen por críticos o por médicos, etcétera)". Casi cuatrocientas referencias, en menos de cuatro años, en una sola publicación... ¡quincenal! Aunque otras no hubiesen sido tan "generosas"... E idéntica fuente protectora tuvo el excepcionalmente favorable trato que recibió La familia de Pascual Duarte por parte de una censura que por entonces era severísima. En este sentido, se pregunta el historiador citado: "¿Cómo fue que La familia de Pascual Duarte vivió sin traba censorial alguna casi doce meses de éxito?, ¿alguna mano poderosa se interesó eficazmente por una novela con violación, matricidio, asesinatos, prostitución y adulterios, aunque el protagonista termine su vida arrepentido y la relate para aviso y escarmiento de presuntos lectores?" Según Luis Ponce de León..., a quien cita Martínez Cachero, la obra fue efectivamente protegida, contra vientos y mareas, desde la Dirección General de Prensa.

(Manuel García Viñó, La novela española desde 1939: historia de una impostura, 44)

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