El anónimo autor del Cantar de Mio Cid (que fuesen
dos, como sostenía Pidal, no se contempla en esta amable fantasía) es
imaginado por Joaquín Aguirre Bellver en su niñez, cuando despierta su
vocación de juglar gracias, justamente, a don Rodrigo Díaz, de cuyo destierro
es testigo el jovencito. El destino parece que no quiere separarlo de su tío
Martín, un juglar enamorado de su profesión. La mutua compañía es grata para
ambos pero Martín, un impenitente andador de caminos, siente que su modo de
vida no es el más adecuado para un niño. Sin embargo, Gabriel intuye que no es
casualidad que hayan confluido ambas circunstancias, el conocimiento del Cid y
la eventual compañía de su tío, cuyo magisterio va asimilando día a día. Como
suele decirse, Gabriel ha descubierto qué quiere ser de mayor.
La simpática figura de Martín y la viva pintura del modo de
vida del juglar son los elementos más valiosos de este relato, sencillo y
perfecto en su género. Conmueve la amargura del músico al tener que enajenar su
vihuela, así como divierte la rivalidad entre colegas y nos recreamos
contemplando la relación del juglar con los copleros. Es magnífica la apología
que hace de su arte Martín, al principio de la historia (“Si no puedes ser rey,
sé juglar”). Si me da por ahí me hago con la vieja edición de Doncel, que he puesto en la imagen; de momento me he conformado con la de Everest, colección "La torre y la flor".
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