22 enero 2025

Elegías

En las Elegías encontramos al Juan Ramón melancólico de esa época, como en las Baladas de primavera. Los escenarios son similares: jardines al atardecer, con el color oro, o amarillo, como predominante: ¡Oh plenitud de oro!... El oro de mi ocaso se ha puesto ya jazmín… Sobre el collado mustio descansan mis ruinas doradas… Cielo que miro, azul y oro, sobre el triste patio blanco…

Desde el punto de vista formal, es también un libro bastante uniforme, pues consta todo él de serventesios alejandrinos, en poemas de dos, tres o cuatro estrofas. Supongo que lo compondría al mismo tiempo que otros de la época, como Jardines lejanos o las propias Baladas de primavera.

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17 enero 2025

SS-GB

Las SS en Gran Bretaña. Sí, porque, en la ficción de Len Deighton, la batalla de Inglaterra ha sido ganada por los alemanes, el rey Jorge VI está recluido en la Torre de Londres y Churchill ha sido sentenciado a muerte. El protagonista es Douglas Archer, inspector de policía, que con resignación sirve ahora a los nuevos amos. Pronto, sin embargo, se ve envuelto en una trama que envuelve a la resistencia británica, el ejército alemán y las SS, que, estos últimos, no se llevan nada bien. Hay unas investigaciones nucleares de por medio y un plan para llevarse al rey a los Estados Unidos, con un muerto como detonante. Archer se mueve con bastante soltura entre unos y otros, consiguiendo salvar el pellejo a pesar de lo incendiario del asunto. Deighton se toma todas las libertades que quiere con la historia y consigue una intriga de estas que van cambiando a cada recodo del camino, sin que sea fácil siempre seguir el hilo. Lo que se agradece es que el autor prescinda de maniqueísmos de película y los alemanes sean tan humanos como el resto, capaces de dialogar de persona a persona, y eso a pesar de los frecuentes “idiota” o “tonto” con que se dirigen al otro, para mi gusto bastante fuera de lugar.

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14 enero 2025

Petra Chérie

Petra Chérie no se parece a esas patéticas tipas que vemos hoy en las pantallas, dando pasos de ballet con una pistola en las manos mientras fruncen el ceño para parecerse a Clint Eastwood. Al ser una criatura dibujada, Petra Chérie es perfecta en su conjunción de feminidad y temple aventurero. De hecho, maneja armas y pilota aviones sin renunciar a utilizar sus armas de mujer, mujer fatal… para los malos.

En España creo que se publicaron sus aventuras por primera vez en la revista Capitán Trueno de los… ¿90?, donde el héroe español era dibujado por Blasco, creo. Eran episodios en color, mientras que el volumen que acabo de apurar, un grueso tomo en francés de la editorial Mosquito, viene en blanco y negro.

Se trata de episodios breves, a veces conectados entre sí, desarrollados en la Primera guerra mundial. La protagonista, de ascendencia polaca (Karlowitz), reside en Holanda junto a un perro y un sirviente chino, y se mete o se ve metida en todo tipo de intrigas a lo largo de toda la geografía de la guerra, en la trastienda de los combates y a veces no tan en la trastienda, pues llega a tener enfrente al propio Barón Rojo.

Me deja un poco mosca el final del último episodio. No me la irás a convertir en comunista, ¿eh, Atilio? De la gente del cómic me fío menos…

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12 enero 2025

…que no todos

los imperativos morales que “tocan y ligan la conciencia de los hombres” (DH, 1) pueden convertirse en materia de ordenamiento jurídico, porque a ello obsta otro imperativo moral –el del respeto debido a la persona humana en la comunidad—y porque, en cuanto tal, el orden moral y la verdad “no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas”.

Este párrafo de don Matías puede servir como resumen de Dignitatis humanae. Y, si esto es así, ¿podríamos plantearnos lo siguiente? Hay que tener en cuenta que esto se escribe en 1983, pero la situación descrita ya está ahí:

El caso más difícil se presentaría cuando una sociedad se negase a defender algún derecho fundamental de la persona (sería, por ejemplo, el caso de la despenalización del aborto) con los diversos matices que el asunto puede presentar. Habría entonces que seguir afirmando el derecho a la vida incluso de los no nacidos, pero simultáneamente tal vez se pueda opinar que es mejor regular o permitir, hasta un cierto grado, algo que resultase imposible impedir fáctica o legalmente, porque una gran mayoría de la población no estuviese convencida de ello. En esos casos, el cristiano tendrá desde luego que hacer lo posible por influir en el cuerpo social para que las concepciones erróneas (sobre la familia, la estabilidad del matrimonio, el derecho a la vida, etc.) se vayan purificando, pero entretanto no siempre estará obligado a exigir un estricto paralelismo entre la acción política concreta y todos los valores que en principio defiende para la vida social.

Es lo que llaman principio del bien posible o limitación del mal, que no mal menor, y, desde luego, está lejos del frívolo “yo no soy partidario, pero cada uno que haga lo que quiera”. ¿Es aplicable a España? Yo, al menos, no me apresuraría a censurar a Vox (en el hipotético, ay, caso de que llegara al poder) que no derogara inmediatamente la ley del aborto, siempre que pusiera en marcha (no implementara, ¿eh?, vade retro) medidas serias de fomento de la natalidad y de información sobre alternativas a la eliminación del no nacido. Ni tampoco censuraría al votante del Partido Popular si este hiciera lo propio y dejase de hacer el mañueco a la primera embestida de los enemigos del ser humano.



 

 

 

09 enero 2025

La visita que no tocó el timbre

Dos hermanos solterones, probos funcionarios de Aduanas, comparten piso. Un día alguien deja un bebé a su puerta. Es el punto de partida de una serie de diálogos chispeantes, que en eso consiste básicamente la obra, sostenida por los dos personajes y, durante dos escenas, también por una enfermera a la que manda el médico porque el niño llora que llora, y a ver qué le pasa.

Final feliz.

Te diviertes.

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07 enero 2025

Cómo funciona el miedo

Toda obra de tesis es un poco reduccionista. Leyendo esta se diría que “la historia de la humanidad no es más que la historia de sus miedos”, por aprovechar el molde de Marx. El miedo, sugiere Furedi, ha movido a los antiguos, a los medievales y a los modernos y contemporáneos, solo que con diversos contenidos. Y aquí Furedi me parece doblemente reduccionista, porque parece reducir la moral y la religión a un temor, sustituido en épocas recientes por el temor a la enfermedad y a la muerte. Lo que él dice sobre nuestra época ha venido confirmado, en gran parte (y ha sido una coincidencia providencial para él) por el Covid: de hecho, escrito el libro en los años inmediatamente anteriores, ha visto oportuno añadir un epílogo sobre la cuestión.

No es que Furedi, en modo marxiano, piense que el miedo ha sido manejado por el poder para oprimir al pueblo (de hecho se mantiene siempre lejos de ese planteamiento), sino que ha actuado como una fuerza retardadora frente a la virtud del valor, que, este sí, ha existido en otros tiempos como contrapeso al miedo:

En las sociedades que gozaban de un código moral robusto, temer se relacionaba con un guion cultural que enseñaba qué había que temer y cómo había que enfrentarse a esos temores. En la antigua Grecia la virtud del coraje desempeñó un importante papel en la gestión pública y la representación de los miedos.

Mientras que

conversaciones que he mantenido en sitios tan distintos como Singapur, Budapest, Ámsterdam o Milán me han convencido de que, en mayor o menor medida, la cultura del miedo tiene hoy un amplio impacto global. He llegado a la conclusión de que la sociedad ha pasado inadvertidamente a quedar separada de valores como el coraje, el juicio personal, la responsabilidad y el razonamiento, valores que son necesarios para gestionar el miedo. La cultura del miedo no es un producto de la naturaleza; en muchos aspectos su fuerza proviene del modo en que los jóvenes han sido socializados.

El autor advierte que no culpa a los medios de fomentar el miedo: ellos están inmersos en la misma corriente. Pero sí que se encargan de poner de moda ciertos términos que sirven de vehículo a esas obsesiones. Por ejemplo, lo de la bomba de relojería, empleado sobre todo para referirse a la amenaza climática, pero también a otros fantasmas.

Clave de la cultura del miedo es la confusión moral. “La mayoría de las incitaciones al miedo incorporan una exhortación moral para promover su objetivo”, dice el autor, aunque, según se deduce, la cuestión podría enunciarse también a la inversa: las exhortaciones morales recurren con frecuencia al miedo, como se hizo en tiempos propalando que la masturbación iba ligada a graves enfermedades (no solo por la Iglesia, por cierto: según Furedi, gente como Voltaire o Rousseau participaban de esta creencia). El caso es que, cuando deja de creerse en una moral universal, se moraliza cualquier actitud contraria a lo que se supone debe ser evitado. Por ejemplo, hoy día el riesgo es algo que debe ser reducido a toda costa, y uno será un buen ciudadano en la medida en que evite correr riesgos. Esto, dice Furedi, “funciona como argumento para silenciar a los escépticos y a los críticos” y “sirve para autorizar determinadas políticas y exhortaciones”, en torno, por ejemplo, al dichoso cambio climático. En este sentido, tal vez el valor más apreciado por nuestra sociedad no sea la tolerancia, ni la igualdad, sino la seguridad. De ahí que cada vez menos estén dispuestos a ir a la guerra por su patria, ni por cualquier cosa. Pero la búsqueda de la seguridad a cualquier precio acaba echándonos a perder como seres libres, pues

un hombre que no tiene nada por lo que esté dispuesto a luchar, nada por lo que se preocupe más que por su seguridad personal, es una criatura miserable que no tiene ninguna posibilidad de ser libre, alguien que si conserva cierta libertad es gracias a los esfuerzos de hombres mejores que él mismo. Mientras la justicia y la injusticia no hayan puesto fin a su lucha siempre renovada por la supremacía en los asuntos de la humanidad, los seres humanos deben estar dispuestos, cuando sea necesario, a luchar unos contra otros.

Porque

no hay ningún poder en la tierra que pueda capacitarnos para hacer frente a las amenazas que enfrentamos mejor que la libertad misma.

Que no lo olvidemos cuando surja otra pandemia.

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03 enero 2025

El escritor

Azorín adopta aquí el avatar de Antonio Quiroga, escritor ya viejo a quien le toca ejercer de crítico de otro escritor más joven, Luis Dávila. A quién de los dos se refiera el título queda para el curioso lector, que se decía en mi casa. Según Ródenas de Moya, el tal Dávila es avatar de Dionisio Ridruejo, y tiene sentido porque la dedicatoria del libro va para Ridruejo y además Dávila ejerce de líder intelectual de otros jóvenes que saludan brazo en alto y con el Arriba España. Las relaciones entre los dos escritores pasan de la tensión a la amistad, pero la novela, como es usual en el autor, está lejos de presentar una trama lineal. Hay capítulos que nada tienen que ver, aparentemente, con dicha relación, y se dedican a glosar a alguna otra persona, un lugar o un sucedido. Por otra parte, el relato está puesto en boca de Quiroga hasta el capítulo XXVII y, a partir de aquí (son cincuenta) en la de Dávila. Durante la lectura se me ocurrió calificar la novela como cubista, por esta rotura de la linealidad.

Me ha parecido ver un Azorín más ligero en el aspecto descriptivo, con menos zaguanes, menos horizontes, menos campanas; se columbra menos, se escucha menos, aparecen menos cosas, y los espacios son menos interminables, monótonos o profundos. O sea, que vamos más al grano. Sea este el que sea.

Una curiosidad: al comentar aquí La isla sin aurora, decía que parecía que al autor le hubiera gustado el título y sobre él hubiera montado el libro. Pues bien, en El escritor encontramos esta observación:

Los títulos son difíciles; cuesta trabajo encontrarlos… o se encuentran desde el primer momento, y en ese caso todo el libro futuro gira en torno al título.

Poco después aparecía La isla sin aurora. Me apunto el tanto.

Por cierto, lo que es en este no le dio muchas vueltas…

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