29 octubre 2017

El inquisidor Bocanegra

Es un personaje de El capitán Alatriste, un tipo siniestro con aspecto de Fu-Manchú capaz de helar el aire cuando menciona al Santo Tribunal de la Inquisición y que hace su aparición espectral, diríase que imitada de la de su homólogo del Don Carlos de Schiller, para encargar al protagonista un par de magnicidios. Sin embargo, leemos en María Elvira Roca Barea que el hecho en que se basa la novela

...sucedió en 1623, y en este momento había naturalmente un presidente del Santo Oficio. Hay que buscarlo debajo de las piedras para encontrarlo, pero no es imposible dar con él. Su presencia hubiera destrozado por completo cualquier complot fanático o tenebroso. Don Andrés Pacheco de Cárdenas era extremeño y franciscano, no dominico. Doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, dedicó su vida al estudio y la caridad. Su gran cultura y conocimiento de lenguas hicieron que Felipe II lo nombrara preceptor de su sobrino Alberto de Austria, quien más tarde sería soberano de los Países Bajos desde 1598. Después fue obispo de Cuenca, donde se destacó por su empeño en mejorar las condiciones de vida de los más humildes: “Singular prelado por su rara virtud y santidad y por la eminencia de letras... En tiempo que gobernava aquella sede no supieron los pobres que avia falta de frutos en la tierra”. Murió con fama de santo y no consta que firmara una sola sentencia de muerte.

(En Imperiofobia y Leyenda negra, parte II, capítulo 6)

Si no hay que dejar que la verdad te estropee un buen reportaje, imagínense una novela...







07 octubre 2017

Solaris

Dice Jesús Palacios en la introducción que la historia de la ciencia-ficción ha puesto de manifiesto nuestra incapacidad por imaginar vidas extraterrestres, ya que lo que hace la ciencia-ficción es no es sino volver sobre nosotros mismos, bajo las apariencias que sean. Y lo dice incluyendo a Solaris, aunque quizá sea esta novela de Stanislaw Lem una de las que más se hayan acercado a pensar algo diferente. En efecto, el intento de Lem resulta subyugante: poco después de la misteriosa entrada en escena del narrador y su compañero de trabajo aquel nos revela el objeto de su investigación, ese planeta Solaris que ha dado lugar a una nueva ciencia, la solarística; ese planeta cubierto en su mayor parte por un mar de materia orgánica a la que costó atreverse a calificar de viva. Un ente capaz de jugar con los seres humanos produciendo copias autoconscientes de otros humanos ya difuntos y escenarios de todo orden sin que se sepa con qué finalidad o si acaso la hay. La narración avanza con la frialdad de un informe aunque nos deje entrever el terror existencial del narrador y del resto de personajes. La pregunta por el origen está ahí, por supuesto, formulada en términos parecidos a los de Clarke en 2001 odisea espacial, es decir, como posibilidad de que el ser humano sea el juguete de una inteligencia extraterrestre cuya forma y características ni siquiera sospechamos.   

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