30 abril 2014

La enfermedad del amor

El protagonista de esta novela es un alter ego de Antonio Prieto, un filólogo que ejerce de profesor universitario en diversas ciudades de Italia, y sufre esa enfermedad del amor que poetizaron los trovadores y los poetas petrarquistas, y de la que se burló cruelmente Fernando de Rojas en La Celestina. Este nuevo Calisto no paga con la muerte sino con la amnesia, y su enfermedad del amor está íntimamente relacionada con ese río Bíos, esa vida en sentido nietzscheano que consiste en una exaltación del instinto, en este caso no de la voluntad de poder sino del eros, rechazando toda moral a la que se ve como imposición extrínseca y mera represión.

La enfermedad de nuestro hombre tiene diversas crisis, con nombre de mujer: en el pasado, esa Letizia que le arrebató "un viento helado de junio", de naturaleza nunca revelada pero tal vez relacionada con los malvados moralistas y ese momento en que ella le dijo "no puedo seguir: tengo la sensación de que me estás utilizando"; y, en el presente, Brenda, la lasciva puella que compartía piso con él y su compañero saxofonista (que pone una especie de banda sonora a la novela) y que es asesinada: el sentido de este asesinato y la relación simbólica de Brenda con Letizia y con el propio protagonista constituye el mayor misterio de la novela, que no he sido capaz de descifrar. Prieto suele depararme estas frustraciones después de muy buenos ratos de lectura.


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26 abril 2014

Se murió el tema 10


De los autores que uno explica con cierta extensión en clase, Gabriel García Márquez era probablemente el único vivo. Ahora ya no lo es. Era el ídolo de los universitarios de mi generación y resulta difícil decir hasta qué punto eso se debía a la literatura o a la política. Personalmente me alejé de esos autores desde que vi en la televisión una serie basada en novelas hispanoamericanas del XX, llamada Escrito en América, una cosa realmente soporífera.

Creo que si pudiéramos acercarnos a la cara de los personajes de García Márquez descubriríamos que tienen ojos de muerto. Es un mundo peculiar, sí, un mundo mágico, sí, y sé que a mucha gente le fascina, pero a mí me produce cierto repeluzno. El coronel es una especie de Sísifo sin pedrusco, mirando cada día el buzón, y los demás parecen actuar a fuerza de reflejos, sin sangre en las venas y, desde luego, sin el hilo de esperanza que es el motor de la citada narración. Tal vez el colombiano tuviera de Juan Rulfo y de su Pedro Páramo mucho más de lo que se ha dicho. De todos modos, tampoco puedo opinar mucho habiendo terminado sólo el Coronel y la Crónica (por cierto: si Borges no hubiera tenido a Eduardo Mallea, tal vez podría haberle aplicado a García Márquez su famosa ironía sobre aquel: "qué lindos títulos pone; es una lástima que tenga la costumbre de adjuntarles un libro"). De otras obras suyas, como los Cien años y la Candida Eréndira, me produjeron rechazo, qué le vamos a hacer, las frecuentes incursiones en el asunto venéreo. En efecto, estos seres sin sangre parecen conservar sólo la que pone en marcha el chimbo, que dicen en Colombia. Gabriel García Márquez o cómo fornican los zombis. Pero ya digo, esto es mi opinión a día de hoy y puede cambiar si Dios me da vida, larga vida.

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22 abril 2014

Hombre de criterio


Me intrigaba esa expresión cuando empecé a leer Camino. Y más en cuanto que san Josemaría la vinculaba con "meterse por caminos de oración y de Amor". Si entonces hubiese estado leyendo Guerra y paz, me lo habría explicado perfectamente Tolstoi cuando describe al nuevo Pierre que ha descubierto a Dios.

En los asuntos prácticos, Pierre notaba ahora, de un modo imprevisto, que contaba con el punto de apoyo que antaño le faltaba. En otros tiempos cualquier cuestión de dinero, sobre todo las peticiones que, dada su enorme riqueza, le hacían con frecuencia, lo sumían en un mar de confusiones "¿Le doy o no? --se preguntaba--. Tengo mucho y ese hombre lo necesita. Pero aquel otro tiene más necesidad aún. ¿Quién lo necesita más? ¿Y si los dos me engañan?" Antes no encontraba solución a esas preguntas y daba a todos. La misma turbación le producía cualquier consejo sobre el modo de administrar sus bienes de fortuna.

Ahora, con gran asombro suyo, ya no encontraba en semejantes problemas dudas ni confusiones. Había ahora en él una especie de juez que, de acuerdo con determinadas leyes, ignoradas por él mismo, le dictaba lo que convenía hacer o no hacer.


Como antes, no sentía atracción por el dinero, pero sabía perfectamente lo que debía o no debía hacer con él. El primer caso práctico a resolver por ese juez fue el de un coronel francés prisionero, quien después de contarle con todo detalle sus proezas le pidió, casi exigiendo, cuatro mil francos para enviárselos a su mujer y a sus hijos. Pierre, sin esfuerzo alguno, se los negó, admirándose después de lo fácil y sencillo que resultaba hacerlo; en otros tiempos le habría parecido una dificultad invencible. Y al mismo tiempo que denegaba la petición del coronel, pensaba cómo hacer, antes de irse de Orel, para que el oficial italiano aceptase el dinero que evidentemente necesitaba.

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20 abril 2014

Flashbacks, volumen 2

Lo malo de comprar casetes en vez de discos era, entre otras cosas, que te perdías gran parte de la información: en los 70 no había internet. En este caso, la cinta no informaba de la marca del cochazo de la portada. Era una colección de la CFE que reunía cosas de los 50, primeros 60 tal vez; el nacimiento del rock and roll, vaya. Este volumen (no conozco los otros) traía muchas piezas de doo-wop, que servían para hacerte una idea de la cantidad de grupos que se dedicaron a este género en esos años. Desde luego, desde mi punto de vista, Rocky Sharpe & The Replays los mejoraron sensiblemente. Yo destacaría Walking along, de los Solitaires, y Remember then, de The Earls.

Algunas pistas eran francamente deleznables, como las de Don and Dewey. Lo de Koko Taylor (Wang dang doodle), sintiéndolo mucho, no me hacía ninguna gracia entonces, y ahora tampoco. Hay cosas simpáticas, como Last kiss de J. Frank Wilson, y curiosas como la versión original de ese Popotitos que bailaron nuestros padres en la voz de los Teen Tops y que atentó también Miguel Ríos. Se titula Bonie Moronie y su autor e intérprete es un rocker negro llamado Larry Williams.

Lo mejor son las piezas de Little Richard (Rip it up, Ready Teddy) y Bill Haley (R. O. C. K.), junto al Rudy´s rock del saxo de los Comets, Rudy Pompilli. Y han colado de rondón dos frenéticos números de rock and roll a cargo de Hank C. Burnette, rocker sueco muy posterior al resto de intérpretes, y que eran los que yo siempre esperaba al oír esta cinta.

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14 abril 2014

Las cloacas del 11-M


Este libro mal escrito y peor editado añade bastante poco a lo ya expuesto (mucho mejor) por José María de Pablo en La cuarta trama y por Luis del Pino en su larga serie de artículos sobre la cuestión: la mochila de Vallecas, el cachondeo de los explosivos, las mil caras del Chino, el numerito circense de la Kangoo, etc. Su única aportación relevante, en la última parte, es su propia tesis sobre las intenciones que movieron a ejecutar aquella salvajada y sobre sus autores. Según López Bru, se trató de dar un viraje a la política antiterrorista sin que forzosamente hubiera de cambiar el gobierno. El PP tenía previsto un atentado dirigido, a través de sus infiltrados en la ETA, que movería al electorado definitivamente en su favor. Pero las "cloacas malas" del Estado, es decir, miembros de las fuerzas de seguridad y de los servicios de inteligencia que militaban a favor de la entente con ETA, decidieron adelantarse y provocar una masacre: en cuanto se descubriera el pastel de los inflitrados, el gobierno se vería forzado a la negociación. El invento de los islamistas vino después, como mal menor para el gobierno (y por tanto para el sistema) cuando algo hizo pensar que el PP se avenía. Al perder este las elecciones continuó la farsa.

El autor repite mucho aquello de se non é vero é ben trovato, y la frase puede aplicarse a su propia teoría. Pero cuando le da por jugar a Dan Brown y sugerir que el Opus Dei estaba en la conjura para cambiar de signo la autoría del atentado, pierde credibilidad a chorros. Vamos, no es que pierda credibilidad, sino que no tienes más remedio que pensar que este tío es imbécil. Y eso juega claramente en su contra. Bueno, eso y los atentados que comete contra la lengua española, hasta el punto de que parece querer competir con el portero de La gran familia: alegoría por analogía, proverbial por asombroso, alter ego (quizá) por homólogo, uña y carne del por uña y carne con, editorial (de periódico) en femenino, prolijo por pródigo, indelebles sin venir a cuento... Sin hablar de las erratas y del continuo uso de la raya en lugar del guion. Un auténtico 11-M lingüístico, si decirlo no fuera falta de respeto a los muertos.

Para que mi opinión sobre él salga más fácilmente en Google, escribo su nombre completo: Ignacio López Bru.

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11 abril 2014

Esto nos ha pasado por la guerra de Irak.

En Las cloacas del 11-M, Ignacio López Bru dice que la COPE estuvo dividida aquellos días: mientras un sector (Apezarena, Villa) dio pronto pábulo a la tesis islamista, hubo otros (Jiménez Losantos, Cacho, Sánchez Vicente, López Schlichting) que nunca tragaron. De hecho, es este un libro ad usum delphini, siendo en este caso el delfín el entorno de Federico, por así decir, para el que hay jabón a cubos y que le ríen la gracia en la contraportada.

Pero las cosas no fueron así. Una de las pocas cosas que recuerdo de las que se dijeron en la radio al anochecer del día 11 es la frase que he puesto en el título, dicha por Jesús Cacho con tono de sentar cátedra y desengañar al personal. Oh, vamos, en aquellos días, la autoría islamista era algo tan deseado por unos y tan temido por otros que todo el mundo estaba emocionalmente preparado para aceptarla, desde que se le ocurrió a Otegui. Menos historias de héroes y villanos.

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09 abril 2014

Metanoia


Antes parecía una buena persona, pero desgraciada; por ello, la gente se alejaba de él aun sin darse cuenta. Ahora, su rostro estaba siempre iluminado por una sonrisa jubilosa y en sus ojos se transparentaba la simpatía por los hombres, la pregunta de si estaban todos tan a gusto como lo estaba él. Y los demás se encontraban siempre bien en su presencia.

Antes hablaba mucho; se acaloraba en las discusiones y escuchaba poco; ahora rara vez se apasionaba y sabía escuchar de tal manera que todos le confiaban de buen grado sus más íntimos secretos.

(Pierre, en Guerra y paz, después de esto)

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06 abril 2014

The Blues Brothers Complete

Los solos de guitarra del rockabilly me prepararon para apreciar el blues, pero sobre todo el blues blanco (por motivos estrictamente musicales, he de decir, por si acaso, que el Laico Oficio tiene oídos por doquier). Ahora mismo oigo una delicia de Robben Ford mientras tecleo. En la película The Blues Brothers hay números antológicos, como sabe cualquier aficionado. Hay que aguantar un poco los de soul, como el pesadísimo The old landmark de James Brown, pero en seguida llegan Minnie theMoocher y Sweet home Chicago, el primero a cargo de Cab Calloway, el segundo interpretado por los propios Brothers en la voz; ambas piezas me parecen lo mejor del disco, que imagino que no contiene sólo temas de la película. Es cierto que Minnie the Moocher gusta mucho más si ves a Calloway paseándose por el escenario con su smoking blanco.

Pos supuesto, sucede lo mismo con las piezas interpretadas por Jake y Elwood, por darles el nombre de la ficción. No me gusta lo que han hecho con Jailhouse Rock y con Flip flop and fly, pero en fin, es su estilo. En cambio quedan muy bien Shake a tail feather o Messin´ with the kid, junto a los popularizados Everybody needssomebody to love y Gimme some lovin´. Y hay cosas prescindibles, claro: es un doble LP o MC con diecisiete canciones.


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04 abril 2014

Esto no es todo

Quino es a la literatura lo que un buen viñetista de diario, Forges o Mingote por citar a los clásicos, es al periodismo de opinión. En una de esas ocasiones en que te toca hacer una lista de libros recomendados, por aquello del fomento de la lectura y tal, me dio por incluir uno de Quino, y alguien que lo compró se quedó consternado porque no había nada que leer. Espero que aprendiera a hacerlo.

Este volumen, si no es todo, es casi todo lo que no es Mafalda. Como artista de su tiempo, Quino es un escéptico que siente compasión por el ser humano a la par que se ríe de sus invenciones (como ese Dios que se carcajea con un tratado de física) y de sus convenciones, y pone en evidencia su debilidad: todo lo suyo es como la monumental maqueta del avión que, en una agencia de viajes, se viene al suelo por el descuido de un tipo que engancha su chaqueta.


Las viñetas (o tiras) van agrupadas por temas: el amor y su degeneración en rutina, la comodidad burguesa y su rechazo de todo idealismo, el mundo moderno con la incomunicación y masificación (a lo Kafka o a lo Ionesco) que conlleva; la guerra como lugar privilegiado para el absurdo, la chapuza nacional, los abusos del poder... Y siempre con un dibujo tan expresivo que produce, en ocasiones, un leve escalofrío añadido a la sonrisa.

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