Me intrigaba esa expresión cuando empecé a leer Camino.
Y más en cuanto que san Josemaría la vinculaba con "meterse por
caminos de oración y de Amor". Si entonces hubiese estado leyendo Guerra
y paz, me lo habría explicado perfectamente Tolstoi cuando describe
al nuevo Pierre que ha descubierto a Dios.
En los asuntos prácticos, Pierre notaba ahora, de un modo
imprevisto, que contaba con el punto de apoyo que antaño le faltaba. En otros
tiempos cualquier cuestión de dinero, sobre todo las peticiones que, dada su
enorme riqueza, le hacían con frecuencia, lo sumían en un mar de confusiones
"¿Le doy o no? --se preguntaba--. Tengo mucho y ese hombre lo necesita.
Pero aquel otro tiene más necesidad aún. ¿Quién lo necesita más? ¿Y si los dos
me engañan?" Antes no encontraba solución a esas preguntas y daba a todos.
La misma turbación le producía cualquier consejo sobre el modo de administrar
sus bienes de fortuna.
Ahora, con gran asombro suyo, ya no encontraba en
semejantes problemas dudas ni confusiones. Había ahora en él una especie de
juez que, de acuerdo con determinadas leyes, ignoradas por él mismo, le dictaba
lo que convenía hacer o no hacer.
Como antes, no sentía atracción por el dinero, pero sabía
perfectamente lo que debía o no debía hacer con él. El primer caso práctico a
resolver por ese juez fue el de un coronel francés prisionero, quien después de
contarle con todo detalle sus proezas le pidió, casi exigiendo, cuatro mil
francos para enviárselos a su mujer y a sus hijos. Pierre, sin esfuerzo alguno,
se los negó, admirándose después de lo fácil y sencillo que resultaba hacerlo;
en otros tiempos le habría parecido una dificultad invencible. Y al mismo
tiempo que denegaba la petición del coronel, pensaba cómo hacer, antes de irse
de Orel, para que el oficial italiano aceptase el dinero que evidentemente
necesitaba.
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