El protagonista de esta novela es un alter ego de Antonio
Prieto, un filólogo que ejerce de profesor universitario en diversas
ciudades de Italia, y sufre esa enfermedad del amor que poetizaron los
trovadores y los poetas petrarquistas, y de la que se burló cruelmente Fernando
de Rojas en La Celestina. Este nuevo Calisto no paga con la muerte
sino con la amnesia, y su enfermedad del amor está íntimamente relacionada con
ese río Bíos, esa vida en sentido nietzscheano que consiste en una exaltación
del instinto, en este caso no de la voluntad de poder sino del eros, rechazando
toda moral a la que se ve como imposición extrínseca y mera represión.
La enfermedad de nuestro hombre tiene diversas crisis, con
nombre de mujer: en el pasado, esa Letizia que le arrebató "un viento
helado de junio", de naturaleza nunca revelada pero tal vez relacionada
con los malvados moralistas y ese momento en que ella le dijo "no puedo
seguir: tengo la sensación de que me estás utilizando"; y, en el presente,
Brenda, la lasciva puella que compartía piso con él y su compañero
saxofonista (que pone una especie de banda sonora a la novela) y que es
asesinada: el sentido de este asesinato y la relación simbólica de Brenda con
Letizia y con el propio protagonista constituye el mayor misterio de la novela,
que no he sido capaz de descifrar. Prieto suele depararme estas frustraciones
después de muy buenos ratos de lectura.
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