Antes parecía una buena persona, pero desgraciada; por ello,
la gente se alejaba de él aun sin darse cuenta. Ahora, su rostro estaba siempre
iluminado por una sonrisa jubilosa y en sus ojos se transparentaba la simpatía
por los hombres, la pregunta de si estaban todos tan a gusto como lo estaba él.
Y los demás se encontraban siempre bien en su presencia.
Antes hablaba mucho; se acaloraba en las discusiones y escuchaba
poco; ahora rara vez se apasionaba y sabía escuchar de tal manera que todos le
confiaban de buen grado sus más íntimos secretos.
(Pierre, en Guerra y paz, después de esto)
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