28 agosto 2006

Aviraneta o la vida de un conspirador

Hay personajes que nos atraen sin remedio, que casi se convierten en un otro yo. Algo nos encanta en ellos, los investigamos, fantaseamos sobre su persona, daríamos cualquier cosa por haberles conocido. Esto tiene su peligro, claro, porque puede suceder que la realidad nos desencante, que ese hombre no fuera el que habíamos imaginado en un principio.

Es difícil que eso le ocurriera a Baroja con Aviraneta, porque dispone de muy escasos datos sobre ese "hombre de acción" que tanto le hubiera gustado a él ser. Y por eso mismo puede dejar correr la imaginación, como lo hizo en los veintitantos tomos de las "Memorias", y como lo hace también, no cabe duda, en esta biografía. Biografía que tiene todo el sabor de una novela de las suyas. Como en estas, los acontecimientos se suceden a ritmo vertiginoso, sin darnos tiempo a saborearlos. Alguien dijo que de una de las partes de Las inquietudes de Shanti Andía salía material para dos o tres novelas de Conrad. De la presente biografía podríamos decir que salen al menos veintidós novelas, si no fuera porque efectivamente salieron. Y esto me da pie para reflexionar sobre la amplísima materia novelesca que ofrece nuestro siglo XIX, y la pena de haber carecido de un Hollywood para divulgarla por medio del cine.

__

26 agosto 2006

El calvo franquista o la maldición de la memoria

A raíz del asunto Pinochet/Garzón, Francisco Ibáñez, el gran humorista, lanzó un álbum titulado El Tirano, donde se parodiaba al general chileno de acuerdo con el molde fabricado por la prensa, es decir, el de un déspota veleidoso y cruel. Panocho (así se llamaba) hacía tirotear a un maniquí porque no había levantado los brazos a su paso, o mandaba encarcelar a un ciudadano que había bautizado a su perro con el nombre del presidente, entre otras barbaridades.

Si no lo hubiéramos leído con nuestros propios ojos, pensaríamos que se trataba también de una ocurrencia del autor de Mortadelo y Filemón: Jesús Vicente Evangelio, director de Loterías y apuestas del Estado, ha sido cesado y el contrato con la empresa Publicis rescindido, entre otras cosas porque el anuncio de la lotería de navidad (ya saben, el del calvo que sopla burbujas), al ser en blanco y negro, “parecía evocar el franquismo” (http://www.elconfidencialdigital.com/Articulo.aspx?IdObjeto=8476).

Uno se queda perplejo y se pregunta si la casta gobernante no estará rozando los límites de la paranoia. Se diría que la inopinada victoria del 2004 produjo en ellos un shock colectivo de modo que se creyeron trasladados a abril del 39 y no cesaran de repetirse: “todavía no habéis ganado, todavía no habéis ganado...”

Pero, vista con serenidad, la noticia, en su insignificancia, no hace más que confirmar algo que ya temíamos. El partido (o banda) que en los últimos años de Aznar extendió la kale borroka a toda la nación, ahora en el poder pretende hacer de España ese Estado socialista que la ETA viene soñando para su Euzkadi desde hace décadas. Una Cuba ibérica que sea otra mota en el ojo de los Estados Unidos y que consume al fin la abortada revolución del 36.

Para ello no emplean métodos diversos que los de todo socialismo real. Lo que eran las “sesiones de odio” en el mundo totalitario imaginado por Orwell, aquí y ahora se traducen en museos de la “memoria histórica”. La cantarina consigna “pi Lin, pi Kon”, lanzada por Mao para recordar a todo chino viviente que estaba obligado a hablar mal de Confucio y del “hereje” Lin Piao, la comemos aquí en forma de dicterios contra “la dictadura” (Franco) y contra “la guerra” (Aznar). Gonzalo Fernández de la Mora dio con el término adecuado para designar toda esta campaña: la damnatio memoriae o maldición de la memoria, que algunos emperadores romanos lanzaban contra sus predecesores para auparse a sí mismos, la vivimos aquí desde hace tres décadas contra quien paró lo que hoy está de nuevo en marcha. En vida de don Gonzalo, aún parecía una inofensiva rabieta. Ahora que cosechamos sus frutos, ya no tanto.

__

24 agosto 2006

Democracia como concepto negativo

Una de las mejores cosas que se han dicho de la democracia es aquello de Winston Churchill: es “el peor de los sistemas posibles, a excepción de todos los demás”. Es una manera de renunciar a sobreestimar la democracia, a hacerla “morbosa”, en expresión orteguiana. En efecto, hablamos de un sistema político, no de las tablas de la ley de un universo llegado a su mayoría de edad. No es un punto ideal de arribada al que hay que aspirar y de cuyos esfuerzos por alcanzarlo deba hacer balance cada hombre al anochecer. Esa formulación negativa de la democracia puede evitar más de un desengaño. Podrá discutirse que sea lo menos malo que ha conseguido el ser humano para el buen desenvolvimiento de la cosa pública; pero si lo es, no es más que eso.

Pienso todo esto a propósito de un artículo de Manuel Ramírez en la revista de la FAES; un trabajo meritorio y (sin que esto sea un pero) muy discutible, titulado Cara y cruz de la Segunda República. Entre otras tesis, asienta el autor que aquellos prohombres que anhelaron la república, por encima de sus diversos credos políticos, la hacían sinónima de democracia. Eso, democracia, es lo que hay que leer en sus discursos cuando hablan de república. Esto ya me parece dudoso: democracia no era entonces el gastado eufonema con que hoy se evoca el bien en todas sus formas, sino un concepto del que podían predicarse cosas bien diferentes según lo utilizaran Francisco Largo Caballero, Salvador de Madariaga o Ángel Herrera, por ejemplo. Y ya se vio, muy poco después, cuan diversos proyectos tenía cada uno de ellos para tan deseada dama.

Partiendo de aquí, Manuel Ramírez concluye que lo que hizo fracasar a la segunda república fue la falta de una educación del pueblo en la democracia. Los españoles no habríamos asimilado los valores, los principios, la cultura, si se quiere, de la democracia porque tampoco los gobiernos movieron un dedo en este sentido.

Y aquí es donde me pongo en guardia: oír hablar de valores democráticos me suena a idealización de la democracia, a sacarla de su quicio político para erigirla en sistema moral o de creencias. Por el camino de una “educación en democracia” se llega a engendros como la asignatura estrella de la LOE, que absolutiza lo que no es absoluto e impone lo que es opinable. Si cuando llaman a tu puerta de madrugada es el lechero; si tenemos la posibilidad, mejor que la de poner, de quitar a un gobernante; si un ministro no es juez y un juez no es legislador; si todo eso y otras cosas que identificamos con la democracia han de ser posibles, será merced a principios que emanan de fuera de la propia democracia. Ella misma no puede dárselos. Se ha dicho muchas veces que sólo en una cultura cristiana ha podido florecer la democracia, porque sólo en el cristianismo se hallan esas convicciones sobre la dignidad y la igualdad de los hombres que la hacen viable y que van más allá de un puro acuerdo para no destruirse. Un déficit de cristianismo produce un déficit de democracia. Una “educación en democracia”, o en “ciudadanía”, es compatible con un poder instalado en la arbitrariedad: España, 2006.

Publicado en Minuto digital

http://www.minutodigital.com/

__