23 mayo 2024

Franco, sí, pero...

Es la segunda entrega de las memorias de Torcuato Luca de Tena (y Brunet). En su prólogo se refiere siempre al libro como Confesiones profanas, que es el subtítulo, aunque en la portada no aparece. Tal vez alguien le sugirió lo de Franco, sí, pero…, como algo más comercial, así como fue otra persona, no recuerdo quién, quien le sugirió lo de Embajador en el infierno. El hecho es que estas memorias abarcan ese período en que aún podía ponerse en duda si Franco iba a seguir o le iban a echar o se iba a ir; en concreto, desde el final de la guerra civil hasta mediados de los 50, ya con la ley de sucesión promulgada. Los monárquicos, como nuestro autor, abrigaban la esperanza de que el Caudillo restaurara la monarquía en la persona de aquel en quien había abdicado Alfonso XIII, es decir, don Juan de Borbón. Y ahí está el pero del título: según dos imágenes que el autor utiliza, a Franco le ofrecieron una silla para sentarse, y se quedó con la silla; o bien, era como el cirujano que, después de haber llevado a cabo con éxito una difícil operación, dice que quiere quedarse en nuestra casa y además como administrador. Es decir, la idea era: tú nos ganas la guerra, echas a los rojos, y luego te vas y nos dejas el sitio a nosotros. Lo que me pregunto es con qué derecho, pues, a pesar de todo lo ilegítima que quiera el autor que fue la República (puesto que no fue votada), la monarquía perdió, si no la legitimidad (doctores tiene esa Iglesia que sabrán…) al menos la credibilidad, cuando su titular se largó de España con el pretexto de no querer ser ocasión de derramamiento de sangre.

En fin, volviendo al libro. Lo que resulta más razonable son esos temores suyos de que España acabara convirtiéndose en un país fascista. Cosa que no sé si podría haber sucedido, sobre todo en el caso de que los alemanes hubieran ganado la guerra. Pero creo que era conocer poco a Franco (él, en cambio, les conocía a ellos demasiado, me refiero a los que pretendían que se levantara de la silla, y por eso no lo hizo). Gran parte del libro está dedicado a lamentar que una parte del Movimiento (la Falange) usurpara la representación de todas las demás, con sus consignas y sus símbolos. Para quien se dedica al periodismo, además, si esa parte ejercía la censura, la cosa era especialmente sangrante: de hecho, Juan Aparicio, director general de prensa y propaganda, es aquí la bestia negra, con cuernos y rabo. Y le entiendo perfectamente, pues todos sabemos lo que molesta que metan las zarpas en lo que tú has escrito; o que no te lo dejen publicar ni siquiera en tu medio, como le sucedió a don Torcuato más de una vez. Por eso termina el libro en tono jubiloso, narrando la llegada del Semíramis con los españoles liberados de su prisión en la URSS.

Pues resulta que el citado Aparicio, ejerciendo las prerrogativas de su cargo, había indicado qué periódicos podían cubrir la vuelta de los prisioneros, y excluyó al ABC, al cual y a cuyo director (el propio Luca de Tena) tenía ya bastante tirria. De modo que, yendo de perro a puñetero, que se dice, don Torcuato viajó en privado a Estambul y consiguió embarcar en el Semíramis, de modo que pudo entrevistar a placer a todo hijo de vecino y ser testigo de las primeras conversaciones por radio de los prisioneros con sus familias. Para rematar la faena, publicó en forma de libro las memorias del capitán Teodoro Palacios, que ejerció de algún modo de líder entre los condenados a aquel infierno; libro que se convirtió en éxito de ventas y recibió el Premio Nacional de Literatura.

La travesía a Chile, de donde su padre fue nombrado embajador, la estancia y la accidentada vuelta, así como la corresponsalía de ABC en el Londres de la segunda guerra mundial constituyen asimismo puntos fuertes de este volumen, bien escrito y en un tono que aspira a ser equilibrado en cuanto a los juicios a los personajes. De todos modos, prefiero sus novelas.

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