pero muy en serio, Wenceslao Fernández Flórez definía así el espíritu de La Codorniz:
Cuando un escritor
cuenta como un hombre arruinado acerca a su sien el cañón de una pistola, o
cómo un enamorado desafía al que le arrebata la mujer que él ama, refleja –nada
más—ciertas modalidades sin importancia de la estupidez humana.
Pero cuando –como hace
poco en LA CODORNIZ—se nos presenta a un jugador de ajedrez que, ante un
ineludible jaque a la reina, después de haber estudiado inútilmente todas las
evasiones, se encara con su adversario para advertirle: “Usted no puede comer
la reina, porque hoy es día sin carne”, entonces, queridos señores, se nos hace
asomarnos a los abismos de la desesperación, se nos muestra estremecedoramente
la angustia de un espíritu amenazado por lo irremediable, asistimos al proceso
de una profunda congoja que alcanzó a buscar la solución por caminos
extraordinarios. ¿Qué vale ese majadero que quiere matar a un hombre porque una
mujer no le ama a él?
¿Qué puede interesar tampoco
la psicología del tipo que se suicida para librarse de sus acreedores? Ambos
proceden con arreglo a un simplismo que se inspira en su egoísta condición y, a
la postre, no resuelven nada. Pero el infeliz jugador de ajedrez que ha
repasado el tablero y ha visto que la jugada del rival no el consiente escape,
apuró un cerebro espantosamente hasta hallar un milagro que contuviese la
catástrofe. Vedlo inclinado hacia el otro jugador, conminatorio y apremiante,
ansioso de despertar en él las ideas patrióticas y de respeto a las leyes, en
que quiere escudarse. No pide gracia, no lo estrangula, no disculpa sus propios
errores. Pálido y acuciante, sufriendo horrorosamente sin decirlo, le plantea
la prohibición:
--Hoy es día sin
carne… No puede usted…
¡Oh, qué tragedia, qué
terrible tragedia! He leído pocas páginas de tan intensa ternura que me hayan
conmovido y sugerido tanto.
“Demasiado serio”, en La
Codorniz, número 60, julio 1492