Hay una salsa especial
Dahl
que distingue estas historias de suspense de otras similares. Una salsa basada,
sí, en el humor negro:
Dahl maltrata a sus personajes como si fueran
malotes de videojuego, pero además ellos mismos son así con el resto: egoístas,
adúlteros, maniáticos, tiranuelos domésticos, todo dentro de una aparente
normalidad. De hecho, si no fuera por la pista del título, y si leyéramos solo
uno, podríamos pensar que estamos ante un mero relato costumbrista y ante unos
personajes que son la mar de buenas personas: sin embargo, la cosa va
ensombreciéndose sutil pero notoriamente, hasta que el final macabro ocurre
como desenlace lógico, que no necesita mucha explicación. El maniático, la
maniática, resultan monstruos.
Hay un relato que me resultó conocido apenas lo terminé, y
es el titulado “Hombre del sur”, donde un tipo se apuesta un Cadillac contra un
dedo del adversario a que este no es capaz de encender diez veces seguidas su
mechero. Lo habían echado en la
televisión, tal vez en Alfred Hitchcock
presenta o una serie similar. Son cuentos fácilmente cinematografiables en
efecto. Si tuviera que ser solo uno, me quedaría con “William y Mary”, donde el
humor negro alcanza tal vez su cumbre, con ese científico loco narrando a su
amigo moribundo cómo piensa, si él quiere, desguazar su cabeza para que el
cerebro pueda subsistir tras su muerte, y con el cerebro, su conciencia.
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