20 diciembre 2020

La danza de los salmones


 La única razón que se me ocurre para que Mercedes Salisachs escribiera esto es que quisiera dar la réplica al Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, desde una perspectiva que sería fácil llamar burguesa, pero que quizá no sea más que un elogio de la vida sencilla y familiar frente a los excesos retóricos de esas espiritualidades sincretistas, con sus frases de hoja de calendario, que a base de voluntarismo abocan a la pura vanidad. Así sucede con el salmón llamado Trueno, el que renuncia a la danza (al apareamiento) y a las costumbres inveteradas de estos peces, para vivir en una solitaria superhombría (supersalmonería, en este caso) cuyas relaciones con los demás se limitan a ser el gurú de un coro de admiradores que repiten sus mantras. El salmón Patricio cae en esa trampa hasta el punto de erigirse en el más rendido admirador de Trueno y abandonar su romance con Potámide, convertido a la utopía a cambio de volverse un tipo altivo y rarito. Pero, como en una buena fábula, acabará escarmentando.

Dije que me parece la única razón porque Salisachs ha demostrado su capacidad para crear tramas novelescas sólidas, más allá de esta fabulilla superficial, como lo es la de Bach, por supuesto, hoy sumida en el olvido aunque sus frases adornaran tantas carpetas en los 70.

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