En mi temprana adolescencia, ese nombre, junto con el de Graham Greene, venía asociado a películas de complejo argumento protagonizadas por unos tipos fríos y calculadores que, en medio de los peligros, se pegaban una vidorra viajando de acá para allá entre hoteles y locales de ocio más o menos glamuroso. Es cierto que el mundo del espionaje tiene un gran poder de fascinación a esas edades. Hasta el punto de que, más tarde, cuando La chica del tambor se vendía por ahí como un best-seller, tuve la impresión de que el nombre, al comercializarse, perdía parte de su hechizo. Como si sus libros anteriores no hubieran vendido igual.
Pero un día, ojeando un folleto no sé si del Círculo de Lectores,
o algo así, leo que La chica del tambor
está protagonizada por una chica antisionista.
Por entonces yo creía en las conspiraciones mundiales, y los sionistas tenían una
parte importante en ellas, según mis lecturas… ¿diré tóxicas? de aquel momento. Y encima ilustraban la reseña con una
jovencita en pose tariro tariro (que, por cierto, no responde al tipo de la
protagonista de la novela). Así que no debió de pasar mucho tiempo hasta que
empezase a leer La chica del tambor
con auténtica veneración. Y en ella me enteré, entre otras cosas, de que el
antisionismo no era solo cosa de las tendencias políticas que yo por entonces
frecuentaba, sino también de los rojillos, que estaban por los palestinos y
tal. La chica del tambor (todavía no sé por qué ese título) era una roja
ingenua a la que los israelíes consiguen reclutar. Y resulta que los judíos y los palestinos representaban, respectivamente, el papel de los occidentales y de los rusos en otras novelas del autor, es decir, los buenos y los malos, con todos los matices que un buen
escritor debe considerar, claro. Allí empecé a matizar también mis posturas.
Mis experiencias posteriores con Le Carré pasan por la serie protagonizada por Alec Guinness y, mucho más tarde, por algunas lecturas de las que
he dejado constancia en este cartapacio, aparte del Espía que surgió del frío, leída antes de que me diera por escribir
reseñas, y con bastante gustito. Las obras posteriores a La chica, no sé por qué, no me atraen demasiado.