No me extraña que todo el mundo diera de lado a Mercedes
Salisachs, excepto sus numerosos lectores. Mira que ponerse a escribir
sobre los problemas de los burgueses, con lo mal que lo estaba pasando el
proletariado en la dictadura franquista. Y no es que hablara de su vida vacía e
inútil, como los goytisolos o los garcía hortelanos, no. Es que se ponía a
divagar sobre sus emociones, sus heridas íntimas, sus dudas, como si tuvieran
alma, los puñeteros.
Bien, el caso es que el público respondía, y también parte
de la crítica, puesto que Adagio confidencial fue finalista del Planeta,
y dicen que el finalista es el bueno de verdad, porque el otro es un pasteleo.
No sé; el caso es que respondían, como digo, a lo que en efecto es una novela
redonda. Redonda por su construcción, por su desarrollo y su final perfecto,
donde nadie come perdices porque esta vida es lo que es y no es más, pero
tampoco nos quedamos con la típica sensación de vacío de la novela
contemporánea más propiamente dicha.
"Me quedan siete horas de Germán de Alcántara",
dice Marina con resignación. Siete horas que son las que median entre que llega
su vuelo y parte el de Germán, el hombre de su vida que siempre vuelve para no
quedarse. Pero de todo eso nos vamos enterando a lo largo de una confidencia
dolorosa con algo de desahogo, similar a otras producciones de la época como Cinco horas con Mario o Prólogo a una muerte. Pero en este caso, yo diría
que acertadamente, la autora no elige el monólogo continuo, sino un diálogo con
el interlocutor (en este caso ni muerto ni sordo) y alternando además la
confidencia directa de Marina con la voz narradora. El resultado es realmente
sugestivo. Cierto que uno tiene a veces la dudosa sensación de estar
disfrutando con una novela rosa, pero la calidad del producto aleja todo
prejuicio.
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