24 diciembre 2013

Canción de cuna



Hay preguntas de entrevista muy socorridas, que no se hacen necesariamente porque el periodista sea un inútil o el espacio no dé para más. Una de ellas es qué libro le hubiera gustado escribir, o tal vez qué pieza musical componer, o película realizar. No tengo entrada en la Wikipedia y no creo que nunca me hagan una de esas preguntas, ni ninguna otra del tipo qué virtud admira más en los hombres o quién le gustaría ser si no fuera usted. Por suerte, porque con la mayoría de ellas me quedaría en blanco.

Pero hoy, Nochebuena, vuelvo a pensar lo mucho que me hubiera gustado componer la Canción de Cuna de Brahms para la mejor película que se hubiera realizado jamás sobre la Navidad. Y la imagino empezando a sonar mientras José escucha el primer llanto de Jesús desde el exterior del portal, donde se ha refugiado pudoroso durante el magno acontecimiento. Y alcanzaría su clímax con los dos esposos mirando extasiados a la Criatura. Lullaby for Jesus, podrían haberla llamado si la producción fuese hollywoodense.

Mataiotes mataioteton, que decía el predicador (Eclesiastés: vanidad de vanidades). Pero hay una conclusión ascética que se impone, y que no voy a escribir también por pudor. Al fin y al cabo, eso de componer o ejecutar una sinfonía tiene una gran potencialidad metafórica.