Hay preguntas de entrevista muy socorridas, que no se hacen
necesariamente porque el periodista sea un inútil o el espacio no dé para más.
Una de ellas es qué libro le hubiera gustado escribir, o tal vez qué pieza
musical componer, o película realizar. No tengo entrada en la Wikipedia y no
creo que nunca me hagan una de esas preguntas, ni ninguna otra del tipo qué
virtud admira más en los hombres o quién le gustaría ser si no fuera usted. Por
suerte, porque con la mayoría de ellas me quedaría en blanco.
Pero hoy, Nochebuena, vuelvo a pensar lo mucho que me
hubiera gustado componer la Canción de Cuna de Brahms para la
mejor película que se hubiera realizado jamás sobre la Navidad. Y la imagino
empezando a sonar mientras José escucha el primer llanto de Jesús
desde el exterior del portal, donde se ha refugiado pudoroso durante el magno
acontecimiento. Y alcanzaría su clímax con los dos esposos mirando extasiados a
la Criatura. Lullaby for Jesus, podrían haberla llamado si la producción
fuese hollywoodense.
Mataiotes mataioteton, que decía el predicador
(Eclesiastés: vanidad de vanidades). Pero hay una conclusión ascética
que se impone, y que no voy a escribir también por pudor. Al fin y al cabo, eso
de componer o ejecutar una sinfonía tiene una gran potencialidad metafórica.