En Advenimientos domina la postura reaccionaria que
se observa también en Los cuadernos de Rembrandt, y yo diría que más
acentuada. Aquí Jiménez Lozano se preocupa menos de afilar los dardos.
Dardos dirigidos contra todos los tipos de personajillos que nuestra época ha
producido, siempre sin citar nombres, delicadeza que esta sí se permite el
autor. Abunda la cita, así que esta obra puede considerarse tanto un diario
como un florilegio, una antología de lo que debe ser y de lo que no. Entre esto
último, por ejemplo, tenemos el famoso artículo en que Juan Benet se
cubrió y no de gloria al decir que los campos de concentración tenían su razón
de ser si servían para dar lo suyo a personas como Solzhenitsin. Ser un
escritor de moda (y no a lo Vizcaíno Casas, claro) autorizaba para
desahogarse de ese modo, al parecer. No creo que la intelectualidad necesite un
silencio político de mil años, como dice don José, pero unos doscientos
no vendrían mal.
Y vuelve a destacar aquí también la faceta paisajística, que
arranca a los atardeceres de Castilla matices exquisitos. Atardeceres que
vuelven a estar habitados por santa Teresa y san Juan de la Cruz,
gente que sólo rompía el silencio cuando lo que decían era más valioso que él,
y por eso merece la pena volver a ellos con frecuencia.
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