Leyendo este trabajo de Wendy Shalit uno llega a la
conclusión de que en España aún no hemos caído tan bajo, por lo que respecta a
moral conyugal y sexual, como en los Estados Unidos de América. O sea, que aún
es posible la recuperación sin llegar a ese fondo, o bien hemos de llegar
cuando ellos estén volviendo. En fin, el caso es que Wendy Shalit
considera que la pérdida del pudor femenino ha sumido a las mujeres en la
desorientación, cuando no en la depresión y por supuesto en la infelicidad. De
sus indagaciones se desprende que muchas de ellas no querrían hacer lo que
hacen, pero se ven presionadas por una ideología que ha hecho del pudor una
rareza, casi una minusvalía moral o emocional. En una sociedad que ha
desvinculado por completo la actividad sexual de la familia y la vida, no ser
tan promiscua como los varones (como tienden a ser los varones a poco que les
aflojen) te condena a la soledad, a no ser (añado yo) que topes con varones que
aún caminan sobre dos extremidades; pero se ve que eso es una rarissima avis
en el mundo en que la autora se ha desenvuelto.
Lo que confirma lo que he dicho muchas veces: que el
feminismo no es más que una trampa machista. Miré una vez la primera página de
una novela de Lucía Etxeberría (o como lo quiera ella escribir), donde
la narradora hacía esfuerzos patéticos por contar sus experiencias sexuales
como si se tratara de un soldado fanfarrón en la cantina. Esta es también la
autora de una novela que llevaba el prozac en su título: en su libro,
justamente, Wendy Shalit relaciona el consumo de prozac con la
frustración a la que aboca en las mujeres el ahogo de su natural pudor y la
entrega de la intimidad al primer maromo que te propone un rollito. Sí, unas
son débiles y acaban en el prozac. Otras, como la tal Etxeberría (o como
se escriba) se suman por ideología a esa situación y acaban con cara, no de
soldado en la cantina, sino de una mezcla bastante repulsiva de mujer y soldado
en la cantina.
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