Don Fernando Álvarez de Toledo
murió convencido de que no había ahorcado a nadie que no lo hubiese
merecido, lo cual le daba la necesaria tranquilidad de conciencia
para afrontar el trance. Es lo que me sorprende de cualquier época
pasada: la facilidad con que se daba el pasaporte al prójimo,
incluso por delitos menores que el asesinato. ¿Fue cruel el Duque
de Alba? No más que cualquiera en su lugar, encargado de
reprimir una rebelión de semejante alcance como la de los Países
Bajos. Creo que habría ido a la muerte con menos paz si se hubiera
retraído en ejercer esa represión, como era su deber.
Los rebeldes se encargaron de
magnificar su maldad hasta el punto de representarlo como una especie
de Vlad el empalador o de ogro comeniños. Y sin embargo sus
enemigos no daban caramelos a nadie, como supieron a su tiempo los
católicos de los Países Bajos. Alguna vez, para asustar, hicieron
correr el rumor de que Felipe II quería implantar en Flandes
una inquisición al estilo español, pero, como ya había advertido
el rey, “la que tienen allí es más despiadada que la de aquí”.
El libro de William S. Maltby,
cuya reedición, corregida y aumentada, corrió a cargo de la
editorial Atalanta (cuyo propietario es Jacobo Siruela,
descendiente del Duque) en 2007, me parece un modelo de equilibrio y
ponderación. Consta de catorce capítulos, cada uno con un título
orientador, más un epílogo y un prefacio del propio Siruela,
que aporta algunos retratos del biografiado. Buen trabajo por parte
de autor y editor.
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