[Me voy a deshacer del tomo de “Club
del misterio”, de Bruguera, que contenía este texto como prólogo;
pero me interesa mantenerlo, así que lo estampo aquí. Dashiell
Hammett, su autor, lo publicó al parecer en la revista Smart
Set, en marzo de 1923, cuando empezaba a publicar sus primeras
historias policíacas en Black Mash)]
1
Deseando obtener cierta información
de miembros de la WCTU (una asociación moralista de mujeres) en una
ciudad de Oregón, me presenté como secretario de la Liga de Pureza
Cívica. Una de ellas me leyó un largo discurso acerca de los
efectos eróticos de los cigarrillos en las jovencitas. Experimentos
posteriores demostraron que este viaje era inútil.
2
Un hombre al que estaba siguiendo
salió al campo a dar un paseo un domingo por la tarde y se perdió
por completo. Tuve que indicarle el camino de vuelta a la ciudad.
3
El robo con escalo es probablemente
el trabajo peor pagado del mundo. Nunca he conocido a nadie que
pudiera vivir de ello.
Pero, a decir verdad, pocos
delincuentes, sea cual fuere su especialidad, logran mantenerse, a no
ser que de vez en cuando consigan algún trabajo legal. La mayoría
de ellos vive de sus mujeres.
4
Conozco a un detective a quien,
mientras andaba a la caza de carteristas en el hipódromo, le robaron
la cartera. Más tarde llegó a ser agente en una empresa de
detectives del este.
5
Me confundieron tres veces con un
agente de la Prohibición, pero nunca tuve problemas para aclarar el
malentendido.
6
Una noche, cuando llevaba a un
detenido desde un rancho cerca de Gilt Edge, en Montana, a Lewistone,
se averió mi automóvil y tuvimos que quedarnos allí sentados hasta
el amanecer. El prisionero, que sostenía con firmeza su inocencia,
solo llevaba unos pantalones ligeros y una camisa. Después de
pasarse toda la noche tiritando en el asiento delantero, su moral
cayó por los suelos y a la mañana siguiente no tuve dificultad para
conseguir una confesión completa mientras caminábamos hacia el
rancho más cercano.
7
De todos los empleados desfalcadores
con los que he tenido contacto, no puedo recordar ni una docena que
fumaran, bebieran o tuvieran alguno de los vicios en los que las
compañías de seguros se fijan tanto.
8
Una vez fui falsamente acusado de
perjurio y tuve que jurar en falso para evitar el arresto.
9
El agente de una empresa de
detectives en San Francisco sustituyó una vez la palabra verdadero
por voraz en uno de mis informes, con la excusa de que el cliente no
iba a poder entender el texto.
Pocos días más tarde, en otro
informe, simular se convirtió en apresurar por la misma razón.
10
De todos los hombres de distintas
nacionalidades que frecuentan los juzgados criminales, los griegos
son los más difíciles de condenar.
Simplemente se limitan a negarlo
todo, no importa lo concluyentes que puedan ser las pruebas; y nada
impresiona más a un jurado que la escueta afirmación de un hecho,
aunque ese hecho sea claramente improbable y absurdo frente a la
abrumadora evidencia de lo contrario.
11
Conozco a un hombre que puede
falsificar cualquier tipo de huella dactilar por 50 dólares.
12
Nunca he conocido a nadie capaz de
convertir un buen trabajo en un negocio, profesión o arte, que fuera
al mismo tiempo un criminal profesional.
13
Conozco a un detective que una vez
quiso disfrazarse a la perfección. El primer policía con quien se
tropezó lo detuvo.
14
Conozco a un sheriff de Montana que
en cierta ocasión fue a arrestar a un ranchero. Este salió al
porche empuñando un rifle. El sheriff sacó su revólver y trató de
disparar por encima de la cabeza del otro, para asustarle.
La bala arrancó el rifle de las
manos del ranchero. Con el paso del tiempo, el sheriff acabó
creyéndose la reputación de puntería que este incidente le dio, y
no solo permitió a sus amigos que le inscribieran en un concurso de
tiro, sino que se jugó todo lo que tenía confiando en su destreza.
En el concurso sus seis tiros no
dieron ni una sola vez en el blanco.
15
Una vez, en Seattle, la esposa de un
estafador fugitivo me ofreció una fotografía de su marido por 15
dólares. Yo sabía dónde podía conseguir una gratis, así que no
la compré.
16
Una vez fui contratado para ayudar a
una mujer en las tareas de su casa.
17
El argot usado entre delincuentes es
en general un código utilizado adrede y además sectario, destinado
más que nada a confundir a la gente, pero a veces es singularmente
expresivo; por ejemplo, perdedor en dos tiempos: uno que ha sido
condenado dos veces; y el más antiguo irse a leer y escribir:
encontrar conveniente alejarse por un tiempo.
18
La del carterista es la práctica
delictiva más fácil de aprender: basta no ser inválido para ser
experto en un solo día.
19
En 1917, en Washington, conocí a
una chica que no me dijo que mi trabajo “debía de ser muy
interesante”
20
Incluso cuando el criminal no hace
ningún esfuerzo por borrar sus huellas dactilares y las deja
esparcidas por todo el escenario del crimen, la posibilidad de
encontrar una huella lo bastante clara para ser de algún valor es
una sobre diez.
21
El jefe de policía de una ciudad
del sur me proporcionó una vez la descripción de un hombre,
completa hasta incluir el detalle de un lunar en el cuello, pero
olvidó mencionarme que solo tenía un brazo.
22
Conozco a un falsificador que dejó
a su mujer porque había aprendido a fumar mientras él cumplía
condena en prisión.
23
La terminología de la prensa diaria
utiliza el apodo de “Raffles” inmediatamente después del de
“Doctor Jekyll y Mr. Hyde”. Los periodistas, en cuanto pueden,
utilizan la expresión “ladrón caballeroso”.
Un retrato aproximado del personaje
al que los periódicos atribuyen este apodo nos mostraría a un
bebedor de láudano, con una herradura de diamantes que reluciera en
su pecho bajo un lazo de terciopelo, mientras sonríe a su víctima y
exclama: “No se asuste, señorita, no le voy a hacer mucho daño.
¡No soy un manazas!”
24
El detective más inteligente y de
más éxito que conozco es muy miope.
25
Si se hace un itinerario desde las
ciudades más grandes hasta las aldeas rurales más remotas, se
descubre un porcentaje constantemente decreciente de crímenes que
tienen que ver con el dinero y un aumento proporcional en la
frecuencia del sexo como motivo criminal.
26
Un noche, mientras trataba de espiar
el interior del piso superior de un albergue en el norte de
California –el hombre que andaba buscando estaba en Seattle en esos
momentos– parte del techo del porche cedió bajo mis pies y me caí,
torciéndome un tobillo. El propietario de la casa me dio agua
caliente para hacerme una cura.
27
La principal diferencia entre el
problema excepcionalmente enredado al que se enfrenta el detective de
ficción y el que tiene que resolver un detective real es que,
generalmente, al primero le faltan pistas, mientras el segundo
encuentra demasiadas.
28
Conozco un hombre que robó una vez
un tiovivo.
29
Uno de los mitos menos
controvertidos es el de que tarde o temprano se detiene al malhechor.
Y, sin embargo, en todas las agencias de detectives del mundo los
ficheros rebosan de datos sobre misterios irresueltos y criminales
sin capturar.