En plan de amistad y por creer que
pueden serle útiles, me atrevo a escribirle dándole algunas impresiones
recibidas en el Congreso Internacional de los Jóvenes de Acción Católica que
tuvo lugar en Roma y al que asistí presidiendo la delegación española y en mi
visita "ad limina".
En el Congreso nos encontramos con la oposición
manifiesta de varias naciones y con una maniobra dirigida a excluir a España del
bureau internacional. Las naciones que más se distinguieron en ello fueron
Francia, Bélgica e Inglaterra.
Tuvimos, por otra parte, el apoyo
incondicional y entusiasta de casi todas las Repúblicas sudamericanas. Gracias a
ellas, España fue elegida y con una votación muy lucida por cierto, miembro del
bureau.
Lo que más daño me hizo de esta oposición fue que no se trataba
exclusivamente de una cosa política, sino más bien de una cuestión doctrinal. No
entienden nuestra posición católica, e incluso el Estado católico les parece
contrario a la libertad y a la democracia, lo cual es más terrible en el aspecto
religioso.
Pero tampoco será esto un secreto para V. que conoce las
corrientes de muchos intelectuales católicos, particularmente en Francia. Por
cierto que el Papa en el discurso que pronunció en la audiencia concedida a los
miembros del Congreso hizo una alusión a esta desviación, condenándola.
Pero quería hablarle particularmente de la impresión que saqué en los
círculos del Vaticano con respecto a nosotros.
A primera vista mi
impresión fue pesimista. Por lo que me dijeron en las Embajadas y en el Colegio
Español y por el recelo que yo noté en mis primeras visitas, llegué a creer que
tampoco entendían nuestra posición y que también nos miraban con recelo.
Me dediqué por ello a hacer visitas -hice todas las que pude- hablando
con sinceridad de nuestras cosas en incluso en la audiencia privada con el Papa,
al darle cuenta de las cosas de mi Diócesis, aproveché para hablarle incluso de
la votación del referéndum [de julio de 1947, sobre la Ley de Sucesión] en la
zona industrial de mi Diócesis.
La consecuencia que he sacado es la
siguiente: en el Vaticano se conoce lo que se hace en España y se aprecia; el
Papa llegó a afirmar que en las actuales circunstancias del mundo, su consuelo
está en España; pero temen por la continuidad de ese estado de cosas. Recelan
que esto pueda perderse todo y que la actual situación pueda desembocar en una
revolución, si le pasase algo al Caudillo y por eso quisieran que en vida de
este se diese mayor estabilidad al Estado para evitar este peligro. Y claro,
esta posición ya es más razonable y se comprende fácilmente.
Dispénseme
si me he metido en cosas que no son de mi incumbencia. Lo he hecho en plan de
amistad; V. puede echar la carta al cesto de los papeles si la juzga
improcedente y darla por no leída.
Lo bendice con todo afecto su s.s. y
amigo
Vicente [Enrique y Tarancón], Obispo de Solsona.
[A
Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, 17 de septiembre
de 1947]
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