31 julio 2012

Servicio especial (y III)

Dejando a un lado la tercera parte, que es una galería de personajes que trató el autor en algún momento de este período, si algo nos deja claro esta libro de San Martín es el estupor que sintió su protagonista ante la absoluta falta de voluntad para defender el Estado del 18 de julio. ¿Quién, en efecto, deseaba realmente la perduración de aquel régimen? Quiero decir quién se hallaba empeñado en ello, porque sobre el papel a nadie le interesaba el triunfo de la subversión, pero no se actuaba en consecuencia, y, como decía santo Tomás, quien dice que quiere algo pero actúa de modo totalmente opuesto es que en realidad no lo quiere. Sólo el llamado bunker, quizá, daba muestras en este sentido, pero eran cada vez más tildados de reaccionarios o catastrofistas.

Fue esto lo que hizo que la mudanza se llevara a cabo con tan curiosa naturalidad: "te quito esto, ¿de acuerdo?; voy a poner esto aquí, ¿te parece?" Si algo nos llama la atención de esta fase de la vida española es la implacable lógica con que actuó la historia, tan inusual en ella que nos costó reconocerla; hasta el punto de que pocos preveían una transición sin que nos diéramos unos cuantos palos. Pero así fue. El régimen, personalista como fue, se apagó conforme se apagaba su fundador, para desembocar llanamente en un sistema democrático homologable a los europeos. La pena fue la inmensa torpeza con que ha actuado luego este nuevo régimen, con una izquierda a la que nunca le ha interesado la democracia y una derecha empeñada en demostrar que a ellos sí, aun a costa de terribles claudicaciones. Es fácil ver, pues, qué es lo que llevó a San Martín a embarcarse en la desgraciada aventura del 81. Encargado de la defensa de un barco, asistió estupefacto a su hundimiento y contempló cómo el nuevo hacía aguas por todas partes. Cuando se le ofreció una oportunidad de reconducir las cosas de acuerdo con sus principios, se lanzó a fondo. Creo que es eso lo que llaman lealtad.

Julio de 1993

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