Ocurre raramente que leas una novela (o una colección de relatos) de un tirón y a la vez te sientas admirado por su calidad. Por eso, cuando ocurre, hay que reseñarlo. Decía Luis Cernuda (hombre poco dado a los prejuicios en materia de crítica literaria) que, en sus mejores momentos, Dashiell Hammett es superior a Hemingway o Faulkner. Yo nunca lo he dudado. Quizá el alcance de sus obras sea limitado. Pero como maestro del estilo y del arte narrativo no admite discusión. He leído dos veces, con sumo agrado, Cosecha roja, y el volumen titulado El gran golpe (cuatro relatos) me volvió a maravillar. Llevaba mucho tiempo en la estantería de mi casa otra recopilación titulada Dinero sangriento y, vaya usted a saber por qué, hasta ahora no lo había abierto. Nueva y grata sorpresa: hasta el punto de que me pareció ofensivo fragmentar la lectura y me leí un cuento diario (este volumen consta de cinco). No sé qué ponderar más, si la invención, el estilo o el humor. Lo cierto es que todo ello se halla interrelacionado y que una cosa potencia la otra. Por ejemplo, los retratos son inimitables, pero la carga de humor que conllevan no puede separarse de sus magníficas metáforas. Lo mismo ocurre con la narración de hechos o la exploración de estados de ánimo o de intenciones. Y estas excelencias hacen que sigas con doble placer el encadenamiento de los sucesos que te llevan al desenlace inesperado, resuelto con tanto aplomo como ingenio por el detective de la Continental, protagonista invariable de todos los relatos.
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