Es, pues, un "factor humano" lo que hace a este hombre traicionar a "su patria", aunque, como él dice, su patria sean sólo su mujer y su hijo. No se siente, en efecto, identificado con ninguna de las dos partes. Le resultaría imposible, por muchos motivos, ser comunista, como lo es el señor Halliday, su contacto secreto, tan secreto que ni Castle mismo conocía que lo fuese. Y no siente tampoco la menor simpatía hacia sus colegas del
Foreign Office, que, en verdad, no la merecen. Si el librero Halliday es un
hombre de fe (como, irónicamente, lo denomina Castle), entregado por convicción a su causa, aquellos son simplemente expertos profesionales, dedicándose a mantener un engranaje al que no se sienten ligados por patriotismo ni nada semejante sino porque el destino los ha colocado allí. Verdaderamente, en la guerra que libra Castle hay poco lugar para actitudes románticas o altruistas. Hombres como el doctor Percival, que asesinará sin el menor escrúpulo a un compañero de Castle sin pruebas definitivas de que fuese el traidor, como quien realiza una operación quirúrgica, o sir John Hargreaves, que lo consiente, forman el contexto apropiado para que Castle se convierta en un escéptico. Antiguo católico, ha abandonado también la práctica de la religión (sin motivos sólidos para ello, todo hay que decirlo, al menos, que se desprendan del relato), y su intento de confesión era claramente un desahogo y no un arrepentimiento, lo que provoca que el sacerdote lo mande al psiquiatra. Solamente en su mujer y en su hijo tiene fe, y sólo a ellos guarda fidelidad como a lo único que realmente lo merece. Y al final se verá trágicametne apartado de ellos por esas estructuras en las que la fatalidad le ha envuelto. Hay, pues, algo de tragedia en la novela, pero el asunto no es original y, aunque dignamente tratado por el autor, no constituye, como decía al principio, su obra maestra. Sí estamos, por supuesto, ante una buena novela, que sabe combinar esas dos facetas de
entretenimiento y
seriedad que se suelen citar en
Greene: una intriga de espionaje y una tragedia humana. Es este, quizá, el reto que tiene planteada la novela actual: puesto que las tramas aventureras son las que menos se agotan, dejarse de rizar el rizo en busca de argumentos originales y volver a la aventura, para después edificar sobre ella, montando una paralela peripecia humana. Esto es, en suma, lo que hace grande al Quijote.
15 de abril de 1992
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