11 agosto 2012

¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte! Salamanca, 1936 (y II)


Decíamos que se presenta la obra como un contrapunto entre los dos antagonistas: páginas para Unamuno, páginas para Astray. Y a través de ese contrapunto vamos conociendo a ambos y a sus motivaciones para obrar como lo hicieron en el Paraninfo. Don Miguel, desde su inicial apoyo al Alzamiento hasta su desengaño producido por el rumbo que tomaban los hechos. Astray, desde su pasado guerrero y heroico y años más allá, hasta su infancia. Y es aquí donde cabe hacer un reproche al libro de Rojas. Reproche no en cuanto a obra de creación, pues el autor tiene derecho, en este aspecto, a encauzarlo como le plazca. Sino en cierto desequilibrio que se observa en el tratamiento de ambas figuras. Rojas siempre ha dejado clara su toma de partido en aquella contienda (recordemos lo explícito de uno de sus títulos, Por qué perdimos la guerra) y también queda clara su admiración por don Miguel. Todo ello viene a convertir su libro en una historia de "el bueno contra el malo". Entendámonos, no de buenos y malos, porque eso sí que lo tiene superado el autor, y así lo refleja en sus páginas: si en algo se insiste en ellas es en el carácter incivil de la guerra (para utilizar el término de Unamuno); los malos estaban en ambos lados. Pero si el rector de Salamanca viene a representar el heroísmo y la defensa valiente de la verdad frente a aquella incivilidad, Millán Astray es la figura en quien se encarna todo lo abominable del bando faccioso y, quizá, de toda la contienda.

Rojas intenta, pues, explicar de algún modo ese fanatismo, esa irracionalidad que llevaron al fundador del Tercio a gritar "¡Muera la inteligencia!" y a comportarse con frecuencia de modo acorde con ese grito. Por ello procede con él de un modo psicoanalítico, buscando en el pasado razones ocultas que expliquen sus desafueros: su vergüenza por saber a su padre cómplice de un famoso asesinato y la orfandad espiritual consiguiente le llevan, por un lado, a ese "servilismo" hacia Franco (nuevo padre a quien admirar) y, por otro, a esa idea de la muerte como novia redentora a quien el réprobo se abraza como expiación.

Este enfoque psicoanalítico está ausente en el tratamiento de Unamuno, que, insisto, figura como héroe del drama. Un desequilibrio que resta objetividad al libro sin que lo haga prescindible ni mucho menos, pero sí necesitado de lecturas complementarias.


__