30 agosto 2012

Miau


Galdós es cruel. Se burla sin piedad de esta colección de seres mediocres como pocas veces lo había hecho con otros de sus personajes, hasta en la manera de nombrarlos. Junto al infeliz cesante Ramón Villaamil se halla su parentela, compuesta por su esposa doña Pura, una manirrota y víctima del qué dirán, su cuñada Milagros, fracasada en su carrera como cantante; su hija Abelarda, la insignificante, la sosa, presa fácil del miserable de su cuñado Víctor Cadalso, el burlador, padre de Luisito, niño visionario que quiere ser cura. Con todos ellos compone Galdós una tragedia que no es tragedia y que casi es esperpento. Ciertamente, en estas condiciones, la vida es insoportable y uno casi aplaude la "decisión final" de don Ramón.

Es, de los que he leído, uno de los títulos más flojos de don Benito, y no me extraña que alguna vez haya sido lectura obligatoria en Secundaria, teniendo en cuenta el panorama educativo en España, que está clamando por un novelista simplemente ingenioso que le dé su merecido. Debió de fascinar su contenido social, único criterio de calidad durante muchos años en la escuela española, y aun fuera de ella. Pero es una novela que adolece de excesos folletinescos, aunque tamizados por la retranca galdosiana. Esto y el castellano casi teresiano del autor, que asimila maravillosamente toda clase de giros populares, dando a la narración un delicioso gracejo, salvan los muebles de lo que no es más que un retablo de marionetas macabras.

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