Galdós es cruel. Se burla sin piedad de esta colección
de seres mediocres como pocas veces lo había hecho con otros de sus personajes,
hasta en la manera de nombrarlos. Junto al infeliz cesante Ramón Villaamil se
halla su parentela, compuesta por su esposa doña Pura, una manirrota y víctima
del qué dirán, su cuñada Milagros, fracasada en su carrera como cantante; su hija
Abelarda, la insignificante, la sosa, presa fácil del
miserable de su cuñado Víctor Cadalso, el burlador, padre de Luisito, niño
visionario que quiere ser cura. Con todos ellos compone Galdós una
tragedia que no es tragedia y que casi es esperpento. Ciertamente, en estas
condiciones, la vida es insoportable y uno casi aplaude la "decisión final"
de don Ramón.
Es, de los que he leído, uno de los títulos más flojos de don
Benito, y no me extraña que alguna vez haya sido lectura obligatoria en
Secundaria, teniendo en cuenta el panorama educativo en España, que está
clamando por un novelista simplemente ingenioso que le dé su merecido. Debió de
fascinar su contenido social, único criterio de calidad durante muchos
años en la escuela española, y aun fuera de ella. Pero es una novela que
adolece de excesos folletinescos, aunque tamizados por la retranca galdosiana.
Esto y el castellano casi teresiano del autor, que asimila maravillosamente
toda clase de giros populares, dando a la narración un delicioso gracejo, salvan
los muebles de lo que no es más que un retablo de marionetas macabras.