Tal vez las palabras más famosas de san Juan en su
Evangelio sean aquellas del prólogo que dicen: "y el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros". Muchas veces he pensado que la España del Siglo de
Oro tomó carne también, y lo hizo en la persona de un tal Miguel de
Cervantes. En efecto: sería difícil encontrar una vida que, como la suya,
refleje el itinerario de aquella España, desde el imperio en que no se ponía el
sol y la conquista del Nuevo Mundo hasta la Invencible y el cansancio de
"la carrera de la edad", que dijo Quevedo.
Cervantes es el optimismo de la España imperial, que
se come el mundo literalmente, que lucha en Lepanto, "la mayor ocasión que
vieron los siglos", y se enorgullece de ello. La España de "un
monarca, un imperio y una espada", según el famoso verso de Hernando de
Acuña. Cervantes es, como su patria, guerrero y poeta, protagonista
de un Renacimiento que tenía como objetivo hacer palidecer de envidia a los
griegos y a los romanos, pues, entre otras cosas, ellos no descubrieron un nuevo
mundo. Era una España, también, de caballeros andantes. Los españoles devoraban
las novelas de caballerías y se veían superando a los lanzarotes, los tristanes
y los amadises con sus hazañas en América. La toponimia de América ofrece
ejemplos de este fervor caballeresco, como es el caso de California, por
ejemplo. En realidad, España era, colectivamente, un caballero andante que iba
a correr al rescate de la doncella en peligro. Doncella en peligro que no era otra sino la catolicidad: la unidad
cristiana medieval que había entrado en crisis. Y mientras en su nombre se
abrían nuevos frentes en América, se combatía en Europa contra los jayanes y
malandrines que querían destruirla.
Y luego, Cervantes es también el desengaño. Su propio
"pase a la reserva", por así decir, viene seguido por el desastre de
la Invencible (él mismo había tenido como oficio recaudar fondos para esta
empresa): de aquella armada que iba a dar una batalla decisiva a favor de la
doncella en peligro. Con ese desastre viene el desengaño: "no hallé nada
en que poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte". La España del
XVII está marcada por este desengaño, palabra que será muy repetida por todos
los intelectuales de la época. El Barroco, en España, es el despertar de un
sueño caballeresco que acaba tirado en una playa. Para Miguel de Cervantes,
también, a partir de su rescate de Argel, empieza una vida oscura, de trabajos
y de privaciones. Él es uno más de todos esos héroes que después de haberse
dejado la piel por su patria se ven abandonados por ella cuando las cosas van
mal. Hollywood nos los ha dado a conocer a propósito de Vietnam, pero existen
en todas las épocas y en todos los países. Cervantes se ve en la cárcel,
es excomulgado, su matrimonio fracasa. Es, una vez más, la viva imagen del
imperio espiritual que soñaban los césares Carlos y Felipe,
venido a pique con las naves que no habían ido a luchar contra los elementos.
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