Jesús nos ha dicho que somos la sal de la tierra, no el azúcar del mundo.
En Se hace tarde y anochece, capitulo 17
Jesús nos ha dicho que somos la sal de la tierra, no el azúcar del mundo.
En Se hace tarde y anochece, capitulo 17
Los sucesos de Amberes [saqueo e incendio de la ciudad por los españoles amotinados] fueron terribles, en efecto. Con todo, Y para poner las cosas en su contexto, conviene subrayar que aquel no fue el único ni el más terrible de los saqueos que sufrieron las ciudades flamencas, y que tampoco fueron los españoles los más salvajes a la hora de saquear. Cuatro años más tarde, los ingleses llegarán a Malinas, ciudad fiel en ese momento a España, y la someterían a ¡un mes! continuado de saqueos, violaciones y asesinatos, sin dejar escapar ni una iglesia, ni una casa. Aún más: llegaron al extremo de arrancar las lápidas de los sepulcros para venderlas después en Inglaterra.
José Javier Esparza,
Tercios, capítulo 18
Hasta Pau Casals, que yo pensaba que habría salido en el 39, salió antes, huyendo de la Barcelona republicana y de las amenazas de muerte de los asesinos anarquistas.
Henry Kamen,
citado por Jesús Laínz, La gran venganza, capitulo I.
(Previamente había escrito: “Los exiliados más famosos de
entonces huyeron de la República, no de Franco: Juan Ramón Jiménez, Ortega,
Marañón, Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga”).
(En 1977, el grupo británico Sex Pistols lanza el LP titulado Never mind the bollocks, que en español viene a decir “Me importa tres cxxxxxx”)
Las tiendas de discos [británicas] se negaron a vender el álbum, las emisoras no lo radiaron… Tuvo que venderse dentro de una bolsa negra. La policía inglesa envió agentes tienda por tienda poniendo tiras adhesivas negras sobre la palabra bollocks. Se multó a las tiendas que desafiaron al sistema y lo exhibieron en sus escaparates.
En Jordi Sierra i Fabra, Historia del rock, capítulo 19
¿Y aquí? Yo, al menos, lo vi en poder de un compañero mío de
colegio, sería poco más de esa fecha, 78 o 79. Ya teníamos “libertá y
democracia”, pero para Otegui y los suyos era todavía el franquismo…
Cuando nos esforzamos por ser piadosos, que es lo que debemos hacer, las fórmulas de oración tienen una gran ventaja, que es apartarnos de una piedad egocéntrica, moderar las emociones, darnos paz, recordarnos quiénes somos y dónde estamos, llevarnos hacia un modo de ser más sereno y más puro, y a un hondo e imperturbable amor de Dios y de los demás, que en eso se encierra toda la ley y la perfección de la humana naturaleza.
Newman, Sermón
20, en Sermones parroquiales, 1
algo malo y complicado a la vez, algo así como cometer un adulterio en ruso.
(En El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall)
A ver si va a ser por eso por lo que la aristocracia rusa aprendía francés…
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Hay dos clases de agnósticos: los que lamentan no poder creer en la revelación, pues comprenden su belleza y su justicia; y los que se alegran de no necesitar creer en ella, porque así pueden matar, robar, oprimir, y lujuriar sin temor a ser castigados cuando mueran. A mi entender, la mayoría de los autores modernos dignos de mérito pertenecen al primer grupo. Cuando Lytton Strachey escribió acerca de los defectos que encontraba en los caracteres del cardenal Manning, de Florence Nightingale, del general Gordon y de la reina Victoria, estoy dispuesto a creer que no le guiaba un impulso menos noble que el deseo de hacer conocer imparcialmente la verdad. Sin embargo, se equivocó en un doble aspecto. Como hombre inteligente que era, debiera haber sabido que lo verdaderamente sorprendente no es que el cardenal Manning fuera en algún momento un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos, sino que un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos llegara a ser un cardenal Manning. Porque, el que un pecador se remonte a la práctica de la virtud es prueba mucho más contundente de la gracia de Dios, que no prueba de la inevitabilidad de la victoria satánica el que un hombre virtuoso caiga una o dos veces en el pecado. La segunda cosa que debiera haber sabido Strachey es que, por muy elevada que sea la intención que le dicta, el derrotismo es en definitiva un peligro para la sociedad. Lo es, porque la mayoría de los lectores son tan estúpidos que no saben ver el fin moral perseguido por el autor, como es el conocer y dar a conocer la verdad, y, en cambio, llegan a la conclusión de que nadie en el mundo obra inspirado por un desinteresado amor a Dios o a la humanidad, sino que incluso los mejores hombres son, consciente o inconscientemente, interesados y egoístas, y que ellos serían uno locos si no se volviesen también egoístas e interesados. Tome, por ejemplo, a Mr. Noel Coward, cuyas comedias están teniendo tanto éxito. Yo estoy seguro de que a ese joven autor le guía una santa intención y que escribe sus comedias en calidad de sermones, pero no estoy nada seguro,en cambio, de que sea ese el espíritu con que el público va a aplaudirlas.
Padre Smith, en El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall, capítulo XVI
Poe se embarca (nunca mejor dicho y tal) en una de marineros y le sale bastante bien, pero se le nota el paño y pronto se ve que no es una Isla del tesoro o cualquier historia de Julio Verne o Emilio Salgari. Conforme avanzamos, lo macabro, lo inexplicable o lo vagamente sobrenatural va asomando, hasta que cobre protagonismo en la última parte. Por otra parte, la falta de costumbre hace que los episodios trepidantes coexistan con los tediosos: con estos últimos me refiero a largas descripciones de lugares y costumbres. Sobre el final, disputant auctores: ¿no pudo concluirla, lo dejó así adrede?, y si fue esto último, ¿fue por desidia o con plena intención de dejarnos tan intrigados como lo estaba la propia humanidad con respecto al continente antártico por aquellos años?
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En su sencillez, resulta más realista (más cercana al “pecador
medio”, por así decirlo) que las titánicas luchas entre el pecado y la gracia
que nos presentan Bernanos y
compañía. Tanto Smith como sus hermanos de sacerdocio y los fieles de ambas
iglesias poseen visos de realidad que tampoco vemos en las grandes
construcciones existenciales de nuestro tiempo y menos en los peleles de la narrativa
hispanoamericana contemporánea, por ejemplo. Aunque solo sea porque estos
personajes (los de Marshall) son
capaces de virtud tanto como de pecado y de apreciarla cuando la ven (la
virtud). El humor latente es otra de las bazas del autor, un humor que se
advierte ligado al optimismo sobrenatural propio de la fe católica y que se
sobrepone a dramas muy reales que incluyen injusticia y muerte.
En definitiva, la novela edificante que uno daría como regalo
de fin de curso a un estudiante, en la época en que eran capaces de entender un
libro.
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Mercedes Salisachs es especialista en tipos que triunfan profesionalmente, pero en su vida familiar y amorosa no cosechan sino una fenomenal cadena de desgracias y desengaños. Es el caso de Felipe Arcalla, abogado y escritor, protagonista de esta novela de 2003. Lo de la dimensión intermedia es porque Felipe nos cuenta su vida desde la lucidez que le otorga su situación entre la vida y la muerte, ya que ETA acaba de asesinarlo. Esto sirve como un macguffin para arrancar la trama pero también, al final, para cambiar a una narración omnisciente que nos permite saber la verdad sobre determinados personajes que no eran lo que parecían. De paso, se da a la historia un final cristiano.
Como es costumbre en Salisachs,
se ofrece un panorama de la historia española contemporánea paralelo a la
peripecia privada. Menudean los pellizcos de monja contra el régimen de Franco (ya se sabe, ese peaje que los
de derechitas se sienten obligados a pagar por serlo, y que viene engrosando el
capital ideológico del socialismo durante tanto tiempo) y que, de nuevo, le
perdono por sus críticas a las lacras de la transición
y la democracia.
Para no leer con depresión. Y, en todo caso, para acompañar
con algún buen número de humor después de cada tramo de lectura.
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(Juan Ignacio Luca de Tena se refiere al abandono del trono por parte de Alfonso XIII)
No nos engañemos. La
inmensa mayoría de la opinión, ofuscada y engañada por una campaña difamatoria,
estaba entonces contra al rey. Se ha dicho que pudo y debió resistir y que si
España quiso entonces suicidarse no era razón suficiente para darle gusto. Pero
es que la Corona no se limitó a aceptar los deseos del país, sino que hizo
posible, con su actitud, el movimiento salvador iniciado cinco años después. La
guerra civil que ganamos en 1939 se hubiera perdido en 1931. De 1936 a 1939,
los españoles luchamos contra una realidad nefasta. En 1931 hubiéramos luchado
contra una ilusión que para la mayoría significaba entonces la República. Y en
política es poco prudente luchar contra una ilusión. Fue cinco años después
cuando, agotada la paciencia, agotados los sufrimientos, agotada la capacidad
de resistencia pasiva de los españoles contra los hombres que estaban
deshonrando a España y a la misma República; fue cinco años después cuando los
españoles –lo mismo los monárquicos como los que no lo habían sido—optaron
heroicamente por la guerra. […] el
régimen republicano representaba una provocación a la dignidad de los
españoles, de la religión y de los hogares. Había conculcado la unidad de la
patria. Gracias a la abnegada actitud tomada el 14 de abril por el rey de
España, la monarquía secular seguiría siendo una solución natural e histórica.
[…] El rey no podía ni debía ponerse al
frente de la inevitable guerra civil, ni provocarla en 1931.
Citado por Torcuato
Luca de Tena, Papeles para la pequeña
y la gran historia, capítulo XII.
Pero es fácil decirlo después, pasada y ganada la guerra,
como si el rey hubiera previsto todas las jugadas de aquella partida.
En estos tiempos que cuentan con complicadas técnicas para todo, sólo se hace una cosa al buen tuntún: vivir. Así ha llegado la individualidad humana al más extremo rebajamiento –a la cultura democrática.
(En el artículo “Primores de lo vulgar”, de 1916, recogido
en El espectador, II. En nota a pie
de página se cura en salud por la blasfemia: “Cuanto hay de noble en el derecho
democrático, hay de innoble en la moral, las costumbres, el arte y los nervios
democráticos”)
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La narración sorprende con un arranque diría que distópico,
pues el kiosquero le vende el cuaderno de tapadillo, ya que “está prohibido”.
No sabemos por qué, pero el hecho es que, en efecto, el diario parece tener un
poder maléfico, pues la lleva a una introspección que revela… ¿su verdad?, no,
sino su debilidad. Poco a poco Valeria se sume en un abismo de autocompasión y
victimismo que perjudica a la relación con su familia y la lleva a buscar la felicidad
en brazos de su jefe, otro cuarentón insatisfecho.
El desenlace a lo Casablanca
es algo escéptico, pero nos muestra a una Valeria que se sobrepone al ridículo
que estaba a punto de hacer y opta por la relativa felicidad que proporciona la
fidelidad a los vínculos contraídos, por encima de estúpidos romanticismos
extramatrimoniales y cuarentones. Más de un lector lo lamentará, quizá también
la propia autora, pero yo brindo por la decisión de Valeria. Por cierto: un
futuro nieto tiene la culpa.
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El sentimiento del
honor de los soldados y de los oficiales era, en este ejército, un fundamento
más importante que la disciplina. “Por la honra pon la vida, y pon las dos,
honra y vida, por tu Dios”, era un conocido proverbio militar. Con harta frecuencia
se daban motines, pero rara vez actos de cobardía. Y no, ciertamente, por su
composición y organización, sino por la idea de que era honroso servir al rey
de España, este ejército, que se componía de españoles y extranjeros, de
voluntarios y de gentes procedentes de levas, fue un verdadero ejército nacional,
el primer ejército nacional de la Edad Moderna. Este ejército, que era considerado
una escuela de honor, en que los tránsfugas y parias podían ganar de nuevo la
consideración social, pasó a constituir un ejemplo para el resto de las
naciones. Era también puerto de refugio para todo género de aventureros. Y
precisamente en ese azar de honores y derrotas se veía su valor educativo,
confortador, rehabilitador ante Dios y ante los hombres. En la aventurosa carrera
militar, los sanos de espíritu y los valientes se sentían a sus anchas, los
débiles mal, y los frívolos adquirían la gravedad de que estaban faltos. Servir
en el ejército español no fue solo una escuela del honor y de la aventura, sino
también un penal donde iban a purgarse delitos pasados. Junto a los voluntarios
militaban los penados, ora en la infantería, ora en galeras. En una galera real
termina sus días Guzmán de Alfarache, y sólo ahí llega a la plena conciencia de
su vida y a un íntimo arrepentimiento. El autor de la famosa historia escribe:
“La vida del hombre milicia es en la tierra: no hay cosa segura ni estado que
permanezca perfecto, gusto ni contento verdadero”. (Pp. 123-124)
…
Cuando se ha empezado […] a estudiar sin prejuicios la influencia de
la Inquisición y de la censura sobre la literatura española y las bellas artes,
se ha puesto en claro, con gran sorpresa, que dicha influencia es escasísima.
La presión ejercida sobre el pensamiento, que consideramos hoy como algo
intolerable, apenas la sintieron entonces ni siquiera las mejores cabezas ni
los espíritus más delicados. Y eso que debe tenerse en cuenta que los españoles
distaban mucho de tener una mentalidad servil, pues experimentaron siempre un
gran placer en sublevarse, protestar y desobedecer… (Pp. 139-140)
[En el drama español] lo mismo que en un sueño, lo sublime se desarrolla, naturalmente, al lado de lo ridículo, y la gravedad más profunda junto a las vulgaridades y las burlas, llegando incluso a hacerse, por ese contraste, más profunda la profundidad de lo ensoñado. Así logra la poesía española, del contraste de lo excelso con lo vulgar, su unidad espiritual y artística. Se parece al claroscuro, que forma del blanco y negro su unidad y su mundo. (P. 57)
…
Esta historia nos
enseña
que para Dios todo
es fácil,
y que en el mundo
es posible
ser un hombre santo
y sastre.
(Santo y sastre,
de Tirso de Molina, citado en p. 72,
que sigue:)
En la manera de ver el
mundo, y en el arte de los españoles, lo divino está en íntima relación con lo
humano, y el héroe tiene junto a sí al bufón como amigo inseparable…
…
[Hablando de los Ejercicios
espirituales de san Ignacio y
extendiendo a la cultura española la cosmovisión subyacente]
En una palabra, el
hombre, señor de los animales y de las cosas, con el único fin de servir a la
gloria de Dios, fue el ideal teocrático de una vida, a la vez espiritual y
militar, según el cual se encaminan el monje y el soldado, el hidalgo y el noble,
el rey y, con él, toda la nación. La gloria del hombre se eleva así hacia la
gloria de Dios, la cual, a su vez, glorifica el sentimiento humano del honor.
(p. 121)
Si el que llega es un caminante, ayudadle con cuanto podáis; pero no permanecerá entre vosotros más que dos días, o, si hubiera necesidad, tres. Si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso.
Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, 12, 2-4
De mi segunda lectura de Algunos caracteres de la cultura española, de Karl Vossler, que en su momento dije me resultó difícil de resumir, anoto algunos pasajes de interés.
La literatura [española] es en el siglo XVI, y especialmente en el
siglo XVII, completamente distinta de lo que fue en la Edad Media, y, si no me
equivoco, siente usted [Hugo von
Hofmannsthal] más afición por esta
poesía barroca que por la medieval. Pero hay un gran motivo que persiste y
actúa en la literatura de ambas épocas a través de todas las vicisitudes de su
historia y de los distintos estilos: es lo que pudiéramos llamar sentimiento
metafísico del honor o, quizá mejor, militarismo religioso. (P. 10)
…
En la España de
entonces [Siglo de Oro] se
literalizaba* la vida y se vivía la literatura. Si no, ¿cómo
hubieran podido surgir Don Quijote y esta Dorotea? Las dos obras son un espacio
poético que se superpone a la vida de un hombre, que se introduce en ella, que
la colorea, la eleva, la adorna, la hermosea, la embriaga y también la falsea,
hasta que, ante la muerte y la eternidad, se desploma todo su esplendor.
(P. 47)
*Sic en la traducción de Austral. Hoy
diríamos más bien literaturizaba.
…
…que seamos como los
españoles de los grandes tiempos fueron: que nos sintamos dichosos de vivir,
que seamos exaltados y hasta —¿por qué no—frívolos, impresionables y blandos,
pero también vigilantes siempre en lo tocante a las cosas eternas. […] En estos tiempos de relajamiento y molicie [1924],
a los que estamos condenados, se recrea
uno de buen grado en una literatura y un pensamiento como los españoles. (P.
48)
…
Para el francés, tiene
la palabra, en alto grado, un valor activo, práctico y eminentemente realista. Para
el español, mucho menos. (P. 58)
Victor Hugo se interna ahora en el territorio de la picaresca, con Gavroche, el hijo de los Thenardier abandonado a su suerte en la calle, y sus amigos del milieu, como se dirá más tarde. Exhibe de paso sus conocimientos sobre la jerga delincuencial, a la que dedica además una de sus, a estas alturas, ya difícilmente soportables digresiones. Este mundo de la delincuencia callejera se toca con otros dos, uno de índole privada cual es el del romance entre Marius y Cosette y otro de carácter político como el de las barricadas de la revolución liberal de junio del 32. Porque el chico y la chica por fin se encuentran y se entregan a uno de los más azucarados idilios que recuerda la historia de la literatura. Pero Jean Valjean, que no se siente seguro en París, decide embarcarse para Inglaterra con su pupila, lo que ocasiona en los enamorados el desgarro que cabe esperar, al tiempo que Valjean sufre un terrible ataque de celos. En fin, en las barricadas acaban confluyendo los miserables por su pobreza: Gavroche, Éponine, Mabeuf; el miserable por amor, Marius, y los idealistas amigos de Marius. Ninguno de ellos, como personaje, vale la mitad de los de Galdós o Tolstoi, pero el tremendo folletín se sigue leyendo con emoción.
__
__
Una vez más, me complace que esta gente se relaje fumando y
bebiendo en vez de chupando ramitas, y anoto un guiño del guionista: en un
momento dado, un médico dice que no cree que el paciente, a quien han
tiroteado, se muera, porque supondría tener problemas con la censura. Vamos,
que Franco mandaba también en Bélgica, si ustedes me entienden…
__
El escepticismo, esa caries de la inteligencia…
…
“¿No se ha casado usted nunca?”. “Se me olvidó”, dijo.
…
Leer en voz alta es afirmarse a sí mismo lo que está
leyendo. Hay personas que leen muy alto y parece que se están dando su palabra
de honor de que es cierto lo que leen.
…
…con todas las formas más deliciosas de la mujer en ese
momento preciso en que se combinan aún con todos los encantos más candorosos de
la niña, momento fugitivo y puro que sólo pueden expresar estas dos palabras:
quince años.
Existen, sabido es, ateos ilustres y fortísimos […] En cualquier caso, aunque no crean en Dios, son unas inteligencias tan grandes que son la demostración de Dios.
[Tiene sentido, pero no creo que los ateos del tiempo de
Víctor Hugo fuesen unas inteligencias tan grandes. Ni los de cualquier otro
tiempo.]
…
…con las penas de los
castigados y la sonrisa de los premiados [se refiere a las monjas que hacen
penitencia por los pecados de la humanidad]
…
Nunca había sido mala,
lo cual es una bondad relativa.
…
¿Es que siempre hay
que andar proscribiendo algo? ¿Qué salimos ganando con quitarle el oro de la
corona a Luis XIV y raspar el escudo de armas de Enrique IV?
No podemos impedir al pensamiento que vuelva a una idea como no se puede impedir al mar que vuelva a una orilla. Para el marinero, eso se llama la marea; para el culpable se llama el remordimiento. Dios hace crecer el alma como el océano.
…
El señor Madeleine solía
ir a las tres a ver a la enferma. Como la puntualidad era bondad, era puntual.
…
El velo que llevan es
noche tejida
[Casi una greguería, ¿no? Se refiere a unas monjas
penitentes, vistas por él con ojos de progresista escandalizado]
…
[Aquí, en cambio, el progresista menosprecia las filosofías
ateas]
Lo curioso es el aire altanero,
superior y compasivo que esa filosofía a tientas adopta frente a la filosofía que
ve a Dios. Es como si oyésemos exclamar a un topo: ¡Qué pena me dan esos que
hablan del sol!
(Selecciono algunas frases de Los miserables que me parecen afortunadas o dignas de consideración)
…de la misma forma que
es imposible amar demasiado, no es posible orar demasiado.
…
[Jean Valjean, tras sus conversaciones con el obispo de
Digne]
¿Le decía al oído una
voz que acababa de cruzar la hora solemne de su destino; que ya no había para
él término medio; que, si no era en adelante el mejor de los hombres, sería el
peor; que, por así decirlo, ahora tenía que subir más alto que el obispo o caer
más bajo que el galeote; que, si quería volverse bueno, tenía que volverse
ángel; que, si quería seguir siendo malo, tenía que convertirse en monstruo?
…
…rebosante de esa
caridad que consiste en dar, pero que no contaba, en igual grado, con la
caridad que consiste en entender y perdonar.
…
Le parecía que podían
verlo… Por desgracia, lo que quería dejar fuera ya había entrado; lo que quería
cegar, lo estaba mirando. Su conciencia.
Su conciencia, es
decir, Dios.
Tal vez algunos me echarían en cara que hago una lectura
reduccionista; pero, si piensas, como don Langlois,
no solo que “si hay alguien que pueda aproximarse con objetividad y libertad al
rostro oculto del enigma, ese es ciertamente el hombre que piensa y vive en la
fe de Jesucristo”, sino que la esencia del arte narrativo está en “la
recreación del acto libre, del albedrío humano que se mueve dramáticamente
entre las solicitaciones del bien y el mal, y de cara a un Dios presente o
ignorado que es el sentido final de nuestra elección libre”, entonces el decir
que Al este del Edén me parece una de
las novelas más cristianas que se han escrito es el elogio más completo que se
puede hacer de una obra literaria.
“Cristiano”, según este punto de vista, implica también buen
hacer artístico, ya que el arte se acerca a la Verdad a través de la estética.
Una mala biografía novelada de un santo sería una obra muy bienintencionada,
sin duda, pero no una gran novela cristiana. Y Al este del Edén no es la mala (aunque trepidante) novela que creía
Vargas Llosa, sino una producción
equiparable a las grandes del siglo XIX.
Se ha hablado de Caín y Abel y del hijo pródigo. Algo hay de
eso, incluso implícito en el título y en el nombre del protagonista, Adam
Trask. El mal parece triunfar sobre su hijo Cal mientras que el bien lo hace
sobre Aron, pero no todo es tan sencillo, por supuesto. Hay que contar con
condicionantes de todo tipo, como son las actitudes del padre hacie ambos, la
figura de la madre descarriada o las distintas sensibilidades de cada hermano
hacia el pecado.
Todo pecador es redimible… con su propia cooperación, y así
como Cathy, la madre, rechaza la gracia y se hunde conscientemente en el mal
hasta el fin, Cal se abre al perdón de su padre (Adam, pero también Dios,
aunque eso no se diga de modo explícito). Steinbeck,
por tanto, no cae en la herejía progresista que lanza sobre la sociedad o sobre
los genes toda la responsabilidad del mal: Cathy es responsable de su perdición
y Cal de su vuelta a la casa paterna, figuradamente hablando.
¿Y qué decir del chino Lee? De algún modo es la voz de la
eterna sabiduría, que está ahí y uno puede seguirla o no, y que (no es más que
un criado) no te va a forzar a hacerlo, aunque nunca abandone su solicitud por
la familia.
Y no me aventuro a decir más (por ejemplo, de otros
personajes como la familia Hamilton) porque ya digo que me separan cinco años
de su lectura. En todo caso, me pareció que, con este relato, Steinbeck estaba muy cerca de la fe
católica, si no la tenía ya.
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Esa tercera parte de Los
miserables presenta, internamente, dos partes a su vez: una descriptiva,
donde Víctor Hugo se dedica a
trazarnos el perfil de varios grupos sociales del París del XIX, en los que se
encuadran los personajes: el de los golfillos (gamins), el de los jóvenes posrevolucionarios, el de los ladrones;
y otra parte narrativa, un auténtico thriller,
donde Hugo se muestra como todo un Alejandro Dumas, llevándonos de emoción
en emoción en un enfrentamiento a muerte entre Valjean y Thenardier.
Y, para llevar la tensión al límite, Javert.
__
Si hacemos caso a los expertos, esos relatos artúricos
encierran un gran simbolismo. Lo cierto es que, si prescindimos de eso, se
trata de productos bastante anodinos, a no ser que uno tenga imaginación para
representarse “los pendones y estandartes y banderas, los castillos
impugnables, los muros y los baluartes”, que decía Jorge Manrique. Y peor aún si leemos, como es el caso, una
traducción en prosa: es como si te cuentan una película en vez de verla.
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La tercera persona narrativa se ciñe al punto de vista de
ella: con sus ojos vemos cucarachas, vecinas sangrantes y cuadros con figuras
cambiantes, y con nuestros propios ojos vemos que estamos ante una mujer
desequilibrada, sin que nos lo cuenten otros personajes, que seguramente lo
intuían. Su paranoia, o como se llame técnicamente, la lleva de acongojarse por
el pensamiento de que su marido (novelista) se ha inspirado en ella para un
personaje desagradable hasta la obsesión por creerle un asesino. El final es
hasta cierto punto previsible pero el interés no decae, aunque quizá no haya
para tanto como dicen los de la solapa.
__
__
Pío Baroja
publicó este artículo en el Diario de
Navarra el 1 de septiembre de 1936. Lo cita el ABC del 24 de junio de 1939, lo que no es que sea mucha garantía,
pero le daremos el beneficio de la duda. (Mantengo la puntuación y alguna otra
pequeña irregularidad del original).
UNA EXPLICACIÓN
Yo no sé si en este
momento en que en España no se oye más que el estampido de los cañones y el
crepitar de los fusiles y ametralladoras, vale la pena de [sic] que un escritor dé una explicación de sus
ideas, que veo que se comentan por ahí sin exactitud.
Yo no soy un escritor
sistemático. Mi pensamiento ha sido siempre el intentar ver en lo que es.
Meses antes del
advenimiento de la República, a mí me asombraba el que la mayoría de los
escritores y profesores de Madrid, Ortega y Gasset, Unamuno, Azorín, Marañón,
no vieran que detrás de la República tenía que venir un intento de revolución
social y de comunismo, en parte dirigido por los judíos de Moscú.
A mí me parecía un
hecho casi matemático. Yo muchas veces dije a los amigos:
--Si la república
burguesa viene, o tendrá que ametrallar a la gente de la calle, o tendrá que
pactar con ella.
A todos los que decía
esto, me achacaban de [sic] pesimista
o de reaccionario.
Tanto lo creí así, que
el día que se marchó el rey, estuve en la redacción de Ahora con un amigo para saber noticias, y los redactores
me dijeron:
--Baroja, estamos de
enhorabuena. Ya tenemos la república.
Yo no creía que
estábamos de enhorabuena, y se lo dije al director:
--Yo pienso lo
contrario de ustedes, le indiqué. Supongo que la República va a ser un
desastre, pero como no me parece bien, dimito porque no puedo engañar. Voy a
dejar de escribir en el periódico. Así lo hice durante un tiempo.
Al comienzo, Marcelino
Domingo, este maestro de escuela pedante, aseguró que iban a imitar a Thiers y
a constituir una república conservadora, como Francia después de la guerra del
70. Ni ellos mismos saben lo que han hecho después. Han ido solamente
arrastrados por las aguas del río, sin saber a dónde.
Primero había que
hacer Cortes Constituyentes. Todos los políticos ansiaban que llegara el
momento de brillar, de mostrar su arte de histriones. La gran batalla oratoria
terminó con una Constitución ridícula, la número 13 de España. De esa Constitución
no se pudo llevar a la práctica absolutamente nada.
La cuestión era
lucirse, charlar con luz y taquígrafos, según la medicina de don Antonio Maura.
El parlamentarismo no
ha demostrado más, sino que es un buen medio para los arribistas, para los
ambiciosos que van a hacer su carrera.
Con la gran batalla
política y parlamentaria, vino lo que se llamó el enchufe y vimos a ministros,
a subsecretarios y a diputados echándoselas de conquistadores en automóviles
charolados, con cupletistas y camareras en restaurantes y cabarets, en una cachupinada continua.
Estos Petronios de
escalera de servicio no veían el interés del país sino el éxito, y para obtener
el éxito ante el público, cualquier cosa puede venir bien. En España se dice,
cuando en las corridas hay muertos y heridos, que hay hule. En un ambiente de
sensacionalismo así, es imposible que se haga nada serio. Se dicen las cosas
más absurdas. Así un concejal socialista de Madrid ha asegurado que la
prehistoria es una ciencia reaccionaria. Lo mismo ha podido decir que la
geografía es comunista.
Toda esta algarada
parlamentaria la ha jaleado la Prensa, porque para ella las reseñas de los
escándalos del Congreso son un ingreso que ocasiona poco gasto.
Después del primer
bienio, tuvimos el segundo tan malo como el primero. Fue la lucha entre el león
y la serpiente. El león Lerroux y la serpiente Azaña. ¡Qué león! El león era un
viejo tonto, vacuo, con unos cuantos lugares comunes en el cerebro. La
serpiente, un ateneísta pedantesco, que manejaba unos cuantos tópicos manidos
de literatura francesa.
El león acabó como un
presidente de un casino de jugadores de ventaja, en un asunto de tahúres, con
un reloj que le regaló un judío holandés y una promesa de unas pesetas que no
se las dieron.
La serpiente hizo su
nido en el Palacio Real y pensó cambiar las decoraciones, para él poco lujosas,
y ser algo como el Rey Sol de la República. ¡Pobre gente! Y todo ha estado a la
misma altura. El pueblo se ha sentido mixtificado tomando como reales unas
bambalinas de cartón.
Las oficinas de la
Reforma agraria tenían trescientos o cuatrocientos empleados con sueldo, y para
todos ellos, para recorrer España y estudiarla en el terreno, un automóvil
Ford. Marcelino Domingo no iba nunca a las sesiones de la Reforma agraria, a la
que tenía tanto cariño en público. Quizá tenía que escribir sus magníficos
dramas en el ministerio.
Toda esta decoración
falsa, toda esta mentira que, si no la ha engendrado la República, le ha dado
una vida, hace que la gente, creyéndola una gran cosa, se lance a matar y a
morir.
El talento de Azaña y
el sentido jurídico de Sánchez Román y la democracia del adiposo judaico
Ossorio y Gallardo, que era gobernador de Barcelona cuando se fusilaba obreros,
y la austeridad de Largo Caballero, consejero de Estado de R. O. cuando la
Dictadura, el republicanismo de Alcalá Zamora, que fue monárquico, y el de
Maura, que también lo fue, y el comunismo de Valle-Inclán, que fue carlista;
toda esta serie de bolas recalentadas por una Prensa de gente mediocre, forma
como absceso y tiene valor para mucha gente del pueblo, que cree que defiende
con eso la civilización y el porvenir de España.
Este tumor o este
absceso, formado por mentiras, es de desear que lo saje cuanto antes la espada
de un militar.
Hoy es el día de la Súplica a la Virgen de Pompeya. Nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor.
Entonces, quisiera rezar con ustedes. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo, y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre.
...
El amor a la Señora es prueba de buen espíritu, en las obras y en las personas singulares. (Camino, 505)
Tal aventura alterna con dos largas digresiones: Víctor Hugo es el narrador más
omnisciente que conozco, tanto que llegas a rogarle que se quite de en medio,
que más que omnisciente es narrador cuñado, o tertuliano. Las digresiones son,
una sobre la batalla de Waterloo, prácticamente un ensayo de interpretación
histórica, y otra sobre el convento donde va a parar Valjean, ahora añadiendo
además sus teorías sobre la inutilidad de la vida religiosa en el momento
actual (siglo XIX, excuso a usted decirle). Eso sin ocultar tampoco su
admiración por quien es capaz de entregar su vida de ese modo, expiando por los
pecadores. Y siempre comentando cada jugada, como un Matías Prats. Lo hace bien, qué duda cabe, pero, de este modo, una historia
que a Baroja le habría cabido en
trescientas páginas se le alarga a las dos mil.
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Segundo Serrano
Poncela es un narrador totalmente olvidado, incluso por la izquierda
culturalmente dominante, no sé si por el rechazo del autor a los comunistas después
de la guerra o porque prefieren evitar el recuerdo de Paracuellos. De los pocos
que lo han leído (Trapiello, Agapito Maestre, Lázaro Carreter) he recibido buenas referencias y de la lectura de
esta Puesta de capricornio y sus dos
apéndices concluyo que, en efecto, supo con el tiempo dar a su pluma un uso mucho
más brillante que cuando estampaba firmas macabras a las órdenes de Carrillo.
La mejor de las tres piezas es, como ya he sugerido, Cirios rojos. La lucha de cada personaje
consigo mismo, en una situación límite donde cualquier decisión puede implicar
la vida o la muerte, está narrada con mano maestra. Y, aunque hubiera preferido
otro desenlace, el que hay puede hacernos ver a la novela como un “estudio
sobre la banalidad del mal”, por emplear la expresión de la Arendt. Banalidad del mal que podría
aplicarse también al caso del autor, Eichmann español. Supongo que su subconsciente
tuvo que librar siempre batalla contra aquello.
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Otras cosas, en efecto. Entre ellas, la verdad histórica, el honor de la Iglesia y la sangre de los que la vertieron para que en España se pudiera honrar a Dios.
que en el franquismo no dejaban leer Los miserables. Mucho me extraña. Sería en un colegio religioso de esos en los que estudiaron los ministros. De lo que estoy cierto es que, si lo leyeran (los socialistas, digo), serían ellos quienes lo censuraran escapado. Véase.
La muñeca es una de
las necesidades más imperiosas y, al tiempo, uno de los instintos más deliciosos
de la infancia femenina. Cuidar, ataviar, engalanar, vestir, desnudar, volver a
vestir, enseñar, reñir un poquito, acunar, mimar, dormir, imaginarse que algo
es alguien, ahí está todo el porvenir de la mujer. Mientras sueña y charla,
mientras prepara diminutas canastillas y diminutos ajuares, mientras cose
vestiditos, corpiños y camisitas, la niña llega a muchachita, la muchachita
llega a joven, la joven llega a mujer. El primer hijo es la continuación de la
última muñeca.
Una niña sin muñeca es
casi tan desdichada y tan enteramente imposible como una mujer sin hijos.
(Segunda parte, libro tercero, capítulo VIII)
Rosa Chacel reúne aquí unas cuantas meditaciones (así las llama, imitando a su maestro Ortega) sobre el eros y otras cuestiones conexas, que me superan ampliamente; o, al menos, me supera su forma de exposición, sutil y alambicada donde las haya. Así que me voy a conformar con citar algunos pasajes cuyo sentido sí me ha parecido alcanzar.
En cuanto a la guerra
de los sexos, dice la Condesa de Campo Alange que “tiene lugar en el campo de
la cultura y por la posesión de la misma”. ¿Dónde está la crónica de esta
guerra? Yo creo que si los anales de Oriente y Occidente la hubieran
silenciado, en las obras de arte o literatura exentas de propósito directo, en
las que no son más que reflejo del drama, de la ambición, del afanarse humano o
de la realidad, simplemente, se trasluciría algo así como la existencia de
bandos o cofradías; alguna corriente secreta o extraoficial sustentada por un
mínimo de cohesión. Si el anhelo de cultura hubiera constituido realmente, vitalmente el drama de la mujer ¿cómo es que no tuvo jamás poder para crear en
ella algún vínculo de solidaridad? ¿Registra la historia períodos o hechos
aislados en los que se trasluzca un conato de voluntad común, un acento que
delate el bando desposeído al acecho de la ocasión de arrebatar, si no por la fuerza
por la astucia, al menos, el botín deseado? Si alguien me demostrase que se
puede seguir en la historia el rastro de esa lucha sofocada, me causaría
verdadera desolación comprobar que ni en los períodos en que alguna mujer fue
dueña absoluta del poder –reinados—ni en los que por medio del dinero, del
talento, de la belleza o de la astucia logró alguna ser poderosa –casos harto
frecuentes—hubo una sola que se decidiese a echar una mano a sus congéneres.
(pp. 49-50, edición Seix Barral 1991)
...
La mujer es tan
absolutamente contraria al hombre como la mano izquierda a la derecha. Las
manos están hechas así o, menor, así se hicieron, tal como son, para oponerse
una a otra y en esta posición son unánimes. El trabajo que les está encomendado
sólo se puede llevar a cabo siendo como son. Claro está que la oposición formal de las dos manos no es más que
como el cerco material en que una misma
voluntad se dilata a un lado y a otro para encerrar la realidad, cumpliendo así
su ciclo, y que el hombre y la mujer son dos individuos distintos,
independientes. ¿Independientes?... Si llegaran a serlo del todo no duraría
mucho la humanidad, pero tal como son
el hombre y la mujer, independientes, de ellos depende el Hombre. Si empleamos el dicho proverbial en que cada uno de los
cónyuges llama al otro “su mitad” queda indicado que cada uno de ellos se considera como una mitad del círculo, pues,
desde un principio son como son para encontrarse: su ser así consiste en esa
unánime oposición que, gradualmente, va distanciándoles “en la zona diurna y
luminosa en que acontece lo más valioso de la vida”, y abruptamente los reúne
en la zona donde acontece y prevalece simplemente, la vida. (p. 70)
…
¿Se vio alguna vez que
las mujeres que sufrieron la oposición de los hombres en su carrera literaria,
o, simplemente, en el deseo de estudio cuando éste era un deseo costoso,
encontrasen ayuda en las mujeres que hubieran podido dársela? Jamás. Afirmo que
jamás porque las excepciones no son más numerosas que las que existieron entre
los hombres: algunos hubo capaces de ayudar a una mujer desinteresadamente.
Algunos, pero muy pocos; y muy pocas, poquísimas mujeres. (p. 167)
…
…hay una guerra secreta, inconfesable, en la que los bandos
no los constituyen los sexos ni las clases, ni las razas, ni los partidos: los
bandos son, simplemente, unos contra otros. (p. 169)
...
Los primeros diez años de la vida son decisivos: en ellos se aprende todo cuanto hay que aprender --este hay no alude a lo que hay, sino a lo que se debe aprender, a lo que para todos hay la necesidad de aprender--, de modo que, si los primeros años de la vida los pasaban los chicos con sus madres y si en esos años lo habían aprendido todo --no se puede olvidar la precocidad con que actuaban los hombres antiguamente: en la Edad Media, en el Renacimiento, en el Romanticismo--, es de suponer que las mujeres que les habían enseñado a hablar, esto es, a pensar, no podían estar tan al margen, no podían ser tan ajenas a la cultura. (p. 188)
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La razón es una noción cristiana, a pesar del uso perverso que han hecho de ella algunos pensadores de la ilustración queriendo confrontarla con la fe. Antes de la fe, estaba el logos. […] De hecho, el carácter racional de la realidad es una idea cristiana.
…
En Rusia, Alexander Solzhenitsyn
llegó a decir que lo peor del régimen soviético no fue el hambre, ni siquiera
la opresión, sino la obligación de mentir para poder sobrevivir.
…
El nihilismo es un
pensamiento chiflado que, por ejemplo, sirve para justificar la violencia. El nihilismo
no permite resistirse al poder de las ideologías. El nihilismo imposibilita que
las personas existan.
…
[El entrevistador le recuerda sus palabras: “En cierto modo,
los hombres libres, los verdaderamente libres, son los que están atados,
mientras que nuestra libertad moderna muy a menudo es la libertad de los
esclavos”]
Esa reflexión paradójica procede de un pasaje de la Metafísica de Aristóteles. Los hombres libres tienen deberes, un código de honor, etc. Los esclavos son capaces de cualquier cosa con tal de alejarse de los azotes.