…creo que hasta el cambio de relaciones entre Guido y yo empezó el día en que me avine a ocultar algo a mi marido.
Guido era su jefe, con el que empezó a tontear hasta que se impuso la cordura (Valeria, en Cuaderno prohibido)
…creo que hasta el cambio de relaciones entre Guido y yo empezó el día en que me avine a ocultar algo a mi marido.
Guido era su jefe, con el que empezó a tontear hasta que se impuso la cordura (Valeria, en Cuaderno prohibido)
La historia no tiene un fin en sí misma, sino que se halla,
el fin, fuera de ella, en la eternidad. Es, pues, como cabía esperar en Berdiaev, una visión cristiana de la
historia. La cual no es más que un eón dentro del plan divino, puesto en
marcha, este eón, por la libertad humana. Concretamente, dice Berdiaev, es la libertad para el mal lo
que pone en marcha la historia, lo que nos hace suponer que el autor piensa
que, si el hombre no hubiera empleado su libertad para el mal, probablemente no
tendríamos historia sino otra cosa. Pero eso no lo deja claro.
Según Berdiaev,
nos hallamos empezando la época que sucede al Renacimiento, caracterizada por
una nueva barbarie cuyas caras más visibles son el capitalismo y el socialismo,
éste consecuencia de aquél. La edad antigua se habría caracterizado por una
vida del hombre a ras de naturaleza, dando a este concepto un carácter
negativo, opuesto a lo espiritual. Fue en la Edad Media cuando el cristianismo
se encargó de llenar de espiritualidad al ser humano, el cual acumularía unas
fuerzas que desplegó en el Renacimiento, época de creatividad y de libertad,
pues él considera que en el mundo medieval esta libertad se encontró represada,
no sabemos por qué, o al menos a mí no me queda claro. Pero el Renacimiento se empeñó
en volver a lo clásico, cosa que ya no era posible dentro de la nueva espiritualidad
cristiana. Por eso acabó por agotarse y aquí estamos, en una nueva barbarie que
espera su nueva edad media (título de una de sus obras más conocidas y poco
editadas).
He dicho dos veces que algo no me quedaba claro, pero no quiero
dar la impresión de que el libro es oscuro. Antes bien, estas tesis quedan bien
explicadas y no dejan de resultar convincentes en lo fundamental. Como filósofo
de la historia, fue Berdiaev uno de
los mejores intérpretes de su tiempo.
que la aceptación es una de las formas capitales de la realización de la libertad. […] Sigismunda no prefiere, no elige. Como decíamos, su modo de elegir consiste en la manera de aceptar. O, si se quiere, obedecer; en ello cifra su libertad. Recuérdese [sic] las palabras que dice Auristela a Periandro: “Mi albedrío lo es para obedecer” (I, 106).
Luis Rosales, Cervantes y la libertad, segunda parte, capítulo III
O, como diría Kierkegaard, “su libertad es inclinarse ante el poder eterno”.
__
A nadie le gusta trabajar en sábado.
Tiene algo de indecente, va contra la naturaleza humana. El sábado es
el día que antecede al domingo y el más idóneo para dar una patada a las
tensiones […] Con un sábado tan
encantador, qué mejor que encender un fuego en la chimenea de tu pisito,
encender un cigarrillo y olvidarse del mundo…
Y así. Lo que no obsta para que las situaciones,
objetivamente, sean tan violentas como las que más en este género. Hay quien
exagera el punto trágico. McBain lo
desdibuja con su narración casi coloquial y sus diálogos chispeantes y resulta
incluso más eficaz.
El título, por su parte, responde a otro de los rasgos de
este autor, y es que los policías no son solo protagonistas por investigar y
resolver el caso, sino por ellos mismos y sus circunstancias, reflejadas, ya
digo, con una retranca tan fina como amable, en las antípodas del héroe de Mankell, por ejemplo, siempre tan
agonías.
__
diga a Rivas Cherif, en marzo de 1936, que
el pánico de un movimiento comunista es equivalente al pánico de un golpe militar*,
porque ahora se nos quiere hacer creer que tal peligro no
existía y fue un invento de las derechas.
*Carta del 29.03.1936, citada por del Rey y Álvarez Tardío
en Fuego cruzado.
se sirven de los hombres ilustrados cuando quieren triunfar sobre el poder establecido, pero cuando se trata de mantenerse en él, suelen mostrar un desprecio grosero por la razón.
Mme. De Staël, La literatura y su relación con la sociedad,
segunda parte, capítulo III.
Patricia Highsmith utilizó a este personaje, Tom Ripley, para gozarse en eso que los reac llamamos inversión de valores. El estafador y asesino disfruta de la empatía que tiene todo protagonista con el narrador y acaba librándose de las trampas de los antagonistas, como los buenos de toda la vida. Y los lectores normales no podemos evitar el asco cuando habla de sus crímenes (en conversaciones o a través del narrador) con la frialdad de Herodes Antipas, “a Juan lo decapité yo…” y tal. Por más que sea muy amigo de sus amigos y muy cariñoso con su esposa.
De todos modos, no sé las otras, que solo conozco por el
cine, pero esta última salida de Tom Ripley resulta fallida. La trama, que conecta
con anteriores episodios, es mínima, y las conversaciones con la mujer, la
criada y los amigos aburren a las ovejas. Esto es que Ripley vive en un pueblo
de Francia con su mujer Héloise y se ve de pronto acosado por un tipo que se ha
instalado allí y que no para de insinuarle que conoce su historial criminal.
Ripley a duras penas mantiene la calma pero la suerte acaba favoreciéndole de
modo bastante chusco. La Highsmith
que conozco se halla presente a través de algunos detalles macabros, como los
trajines con un cadáver descabezado. Poca cosa para lo que ha sido.
__
1984 no me chocó la idea de una tiranía socialista que instalara pantallas espía en cada casa; lo que me resultó poco creíble es que siguieran funcionando al cabo de un año.
Muy agudo Carlos
Esteban en La Gaceta (“La pulsera”,
25 de septiembre de 2025)
__
¿Por qué lloraba Jesús, el todopoderoso, el omnisciente, el Salvador que derrotó la muerte con su Resurrección? ¿Y por qué lloraba justo antes de resucitar a Lázaro?
Al recordar cómo al
final luchaba por respirar el cuerpo deteriorado de mi padre, lo entendí por
fin. Jesús sollozó porque la muerte es horrible, toda muerte, incluso la muerte
de un hombre bueno, incluso la muerte de alguien que se va con Dios. Jesús lloraba
porque la muerte, igual que el Alzheimer o la infertilidad, no es lo que él
quiso para nosotros. No formaba parte del plan original de Dios. Jesús nos
salvó de la muerte final; crea un bien mayor a partir del dolor de la muerte;
pero la muerte nos sigue horrorizando porque así es la propia naturaleza de la
muerte: horrible.
Colleen Carroll
Campbell, Mis hermanas las santas,
“Llorando con Jesús”
La interpretación personal no está ausente del libro, pero
se reduce al mínimo. Predomina, como cabe esperar, una visión positiva del
personaje, mencionando los errores cuando se los estima como tales. Al tratarse
de una biografía y no de la crónica del régimen, los hechos históricos son narrados
con suma brevedad, salvo los que atañían de modo decisivo a la evolución del
régimen, como la cuestión del Sahara.
__
Digo habas por lo de que en todas partes cuecen y por lo que hemos tenido que soportar los católicos a propósito del famoso Índice de libros prohibidos.
Augusto Comte redactó
una lista de cien títulos, los únicos que los positivistas ortodoxos podían
consultar con cierta utilidad, ya que el “korán” [sic] positivista lo decía todo.
(En Vintila Horia,
Los derechos humanos y la novela del siglo
XX, capítulo 2, 9)
No me avergüenzo de haberme equivocado… o, al menos, me importa muy poco, por no decir nada, en comparación con lo que sentiría si pensara mal de él o de sus hermanas. Permíteme ver las cosas del modo más favorable, del modo en que todo resulta comprensible.
Jane, en Orgullo y prejuicio, capitulo XXIV
__
--Lo que no quita que, en la práctica, las mujeres alcancen escasa talla como ajedrecistas… Para que se haga idea: en la Unión Soviética, donde el ajedrez es pasatiempo nacional, sólo una mujer, Vera Menchik, llegó a considerarse a la altura de los grandes maestros.
--¿Y a qué se debe
eso?
--Puede que el ajedrez
requiera demasiada indiferencia respecto al mundo exterior.
(En Arturo
Pérez-Reverte, La tabla de Flandes,
capítulo XI)
Jesús nos ha dicho que somos la sal de la tierra, no el azúcar del mundo.
En Se hace tarde y anochece, capitulo 17
Los sucesos de Amberes [saqueo e incendio de la ciudad por los españoles amotinados] fueron terribles, en efecto. Con todo, Y para poner las cosas en su contexto, conviene subrayar que aquel no fue el único ni el más terrible de los saqueos que sufrieron las ciudades flamencas, y que tampoco fueron los españoles los más salvajes a la hora de saquear. Cuatro años más tarde, los ingleses llegarán a Malinas, ciudad fiel en ese momento a España, y la someterían a ¡un mes! continuado de saqueos, violaciones y asesinatos, sin dejar escapar ni una iglesia, ni una casa. Aún más: llegaron al extremo de arrancar las lápidas de los sepulcros para venderlas después en Inglaterra.
José Javier Esparza,
Tercios, capítulo 18
Hasta Pau Casals, que yo pensaba que habría salido en el 39, salió antes, huyendo de la Barcelona republicana y de las amenazas de muerte de los asesinos anarquistas.
Henry Kamen,
citado por Jesús Laínz, La gran venganza, capitulo I.
(Previamente había escrito: “Los exiliados más famosos de
entonces huyeron de la República, no de Franco: Juan Ramón Jiménez, Ortega,
Marañón, Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga”).
(En 1977, el grupo británico Sex Pistols lanza el LP titulado Never mind the bollocks, que en español viene a decir “Me importa tres cxxxxxx”)
Las tiendas de discos [británicas] se negaron a vender el álbum, las emisoras no lo radiaron… Tuvo que venderse dentro de una bolsa negra. La policía inglesa envió agentes tienda por tienda poniendo tiras adhesivas negras sobre la palabra bollocks. Se multó a las tiendas que desafiaron al sistema y lo exhibieron en sus escaparates.
En Jordi Sierra i Fabra, Historia del rock, capítulo 19
¿Y aquí? Yo, al menos, lo vi en poder de un compañero mío de
colegio, sería poco más de esa fecha, 78 o 79. Ya teníamos “libertá y
democracia”, pero para Otegui y los suyos era todavía el franquismo…
Cuando nos esforzamos por ser piadosos, que es lo que debemos hacer, las fórmulas de oración tienen una gran ventaja, que es apartarnos de una piedad egocéntrica, moderar las emociones, darnos paz, recordarnos quiénes somos y dónde estamos, llevarnos hacia un modo de ser más sereno y más puro, y a un hondo e imperturbable amor de Dios y de los demás, que en eso se encierra toda la ley y la perfección de la humana naturaleza.
Newman, Sermón
20, en Sermones parroquiales, 1
algo malo y complicado a la vez, algo así como cometer un adulterio en ruso.
(En El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall)
A ver si va a ser por eso por lo que la aristocracia rusa aprendía francés…
__
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Hay dos clases de agnósticos: los que lamentan no poder creer en la revelación, pues comprenden su belleza y su justicia; y los que se alegran de no necesitar creer en ella, porque así pueden matar, robar, oprimir, y lujuriar sin temor a ser castigados cuando mueran. A mi entender, la mayoría de los autores modernos dignos de mérito pertenecen al primer grupo. Cuando Lytton Strachey escribió acerca de los defectos que encontraba en los caracteres del cardenal Manning, de Florence Nightingale, del general Gordon y de la reina Victoria, estoy dispuesto a creer que no le guiaba un impulso menos noble que el deseo de hacer conocer imparcialmente la verdad. Sin embargo, se equivocó en un doble aspecto. Como hombre inteligente que era, debiera haber sabido que lo verdaderamente sorprendente no es que el cardenal Manning fuera en algún momento un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos, sino que un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos llegara a ser un cardenal Manning. Porque, el que un pecador se remonte a la práctica de la virtud es prueba mucho más contundente de la gracia de Dios, que no prueba de la inevitabilidad de la victoria satánica el que un hombre virtuoso caiga una o dos veces en el pecado. La segunda cosa que debiera haber sabido Strachey es que, por muy elevada que sea la intención que le dicta, el derrotismo es en definitiva un peligro para la sociedad. Lo es, porque la mayoría de los lectores son tan estúpidos que no saben ver el fin moral perseguido por el autor, como es el conocer y dar a conocer la verdad, y, en cambio, llegan a la conclusión de que nadie en el mundo obra inspirado por un desinteresado amor a Dios o a la humanidad, sino que incluso los mejores hombres son, consciente o inconscientemente, interesados y egoístas, y que ellos serían uno locos si no se volviesen también egoístas e interesados. Tome, por ejemplo, a Mr. Noel Coward, cuyas comedias están teniendo tanto éxito. Yo estoy seguro de que a ese joven autor le guía una santa intención y que escribe sus comedias en calidad de sermones, pero no estoy nada seguro,en cambio, de que sea ese el espíritu con que el público va a aplaudirlas.
Padre Smith, en El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall, capítulo XVI
Poe se embarca (nunca mejor dicho y tal) en una de marineros y le sale bastante bien, pero se le nota el paño y pronto se ve que no es una Isla del tesoro o cualquier historia de Julio Verne o Emilio Salgari. Conforme avanzamos, lo macabro, lo inexplicable o lo vagamente sobrenatural va asomando, hasta que cobre protagonismo en la última parte. Por otra parte, la falta de costumbre hace que los episodios trepidantes coexistan con los tediosos: con estos últimos me refiero a largas descripciones de lugares y costumbres. Sobre el final, disputant auctores: ¿no pudo concluirla, lo dejó así adrede?, y si fue esto último, ¿fue por desidia o con plena intención de dejarnos tan intrigados como lo estaba la propia humanidad con respecto al continente antártico por aquellos años?
__
En su sencillez, resulta más realista (más cercana al “pecador
medio”, por así decirlo) que las titánicas luchas entre el pecado y la gracia
que nos presentan Bernanos y
compañía. Tanto Smith como sus hermanos de sacerdocio y los fieles de ambas
iglesias poseen visos de realidad que tampoco vemos en las grandes
construcciones existenciales de nuestro tiempo y menos en los peleles de la narrativa
hispanoamericana contemporánea, por ejemplo. Aunque solo sea porque estos
personajes (los de Marshall) son
capaces de virtud tanto como de pecado y de apreciarla cuando la ven (la
virtud). El humor latente es otra de las bazas del autor, un humor que se
advierte ligado al optimismo sobrenatural propio de la fe católica y que se
sobrepone a dramas muy reales que incluyen injusticia y muerte.
En definitiva, la novela edificante que uno daría como regalo
de fin de curso a un estudiante, en la época en que eran capaces de entender un
libro.
__
Mercedes Salisachs es especialista en tipos que triunfan profesionalmente, pero en su vida familiar y amorosa no cosechan sino una fenomenal cadena de desgracias y desengaños. Es el caso de Felipe Arcalla, abogado y escritor, protagonista de esta novela de 2003. Lo de la dimensión intermedia es porque Felipe nos cuenta su vida desde la lucidez que le otorga su situación entre la vida y la muerte, ya que ETA acaba de asesinarlo. Esto sirve como un macguffin para arrancar la trama pero también, al final, para cambiar a una narración omnisciente que nos permite saber la verdad sobre determinados personajes que no eran lo que parecían. De paso, se da a la historia un final cristiano.
Como es costumbre en Salisachs,
se ofrece un panorama de la historia española contemporánea paralelo a la
peripecia privada. Menudean los pellizcos de monja contra el régimen de Franco (ya se sabe, ese peaje que los
de derechitas se sienten obligados a pagar por serlo, y que viene engrosando el
capital ideológico del socialismo durante tanto tiempo) y que, de nuevo, le
perdono por sus críticas a las lacras de la transición
y la democracia.
Para no leer con depresión. Y, en todo caso, para acompañar
con algún buen número de humor después de cada tramo de lectura.
__
(Juan Ignacio Luca de Tena se refiere al abandono del trono por parte de Alfonso XIII)
No nos engañemos. La
inmensa mayoría de la opinión, ofuscada y engañada por una campaña difamatoria,
estaba entonces contra al rey. Se ha dicho que pudo y debió resistir y que si
España quiso entonces suicidarse no era razón suficiente para darle gusto. Pero
es que la Corona no se limitó a aceptar los deseos del país, sino que hizo
posible, con su actitud, el movimiento salvador iniciado cinco años después. La
guerra civil que ganamos en 1939 se hubiera perdido en 1931. De 1936 a 1939,
los españoles luchamos contra una realidad nefasta. En 1931 hubiéramos luchado
contra una ilusión que para la mayoría significaba entonces la República. Y en
política es poco prudente luchar contra una ilusión. Fue cinco años después
cuando, agotada la paciencia, agotados los sufrimientos, agotada la capacidad
de resistencia pasiva de los españoles contra los hombres que estaban
deshonrando a España y a la misma República; fue cinco años después cuando los
españoles –lo mismo los monárquicos como los que no lo habían sido—optaron
heroicamente por la guerra. […] el
régimen republicano representaba una provocación a la dignidad de los
españoles, de la religión y de los hogares. Había conculcado la unidad de la
patria. Gracias a la abnegada actitud tomada el 14 de abril por el rey de
España, la monarquía secular seguiría siendo una solución natural e histórica.
[…] El rey no podía ni debía ponerse al
frente de la inevitable guerra civil, ni provocarla en 1931.
Citado por Torcuato
Luca de Tena, Papeles para la pequeña
y la gran historia, capítulo XII.
Pero es fácil decirlo después, pasada y ganada la guerra,
como si el rey hubiera previsto todas las jugadas de aquella partida.
En estos tiempos que cuentan con complicadas técnicas para todo, sólo se hace una cosa al buen tuntún: vivir. Así ha llegado la individualidad humana al más extremo rebajamiento –a la cultura democrática.
(En el artículo “Primores de lo vulgar”, de 1916, recogido
en El espectador, II. En nota a pie
de página se cura en salud por la blasfemia: “Cuanto hay de noble en el derecho
democrático, hay de innoble en la moral, las costumbres, el arte y los nervios
democráticos”)
__
__
La narración sorprende con un arranque diría que distópico,
pues el kiosquero le vende el cuaderno de tapadillo, ya que “está prohibido”.
No sabemos por qué, pero el hecho es que, en efecto, el diario parece tener un
poder maléfico, pues la lleva a una introspección que revela… ¿su verdad?, no,
sino su debilidad. Poco a poco Valeria se sume en un abismo de autocompasión y
victimismo que perjudica a la relación con su familia y la lleva a buscar la felicidad
en brazos de su jefe, otro cuarentón insatisfecho.
El desenlace a lo Casablanca
es algo escéptico, pero nos muestra a una Valeria que se sobrepone al ridículo
que estaba a punto de hacer y opta por la relativa felicidad que proporciona la
fidelidad a los vínculos contraídos, por encima de estúpidos romanticismos
extramatrimoniales y cuarentones. Más de un lector lo lamentará, quizá también
la propia autora, pero yo brindo por la decisión de Valeria. Por cierto: un
futuro nieto tiene la culpa.
__
El sentimiento del
honor de los soldados y de los oficiales era, en este ejército, un fundamento
más importante que la disciplina. “Por la honra pon la vida, y pon las dos,
honra y vida, por tu Dios”, era un conocido proverbio militar. Con harta frecuencia
se daban motines, pero rara vez actos de cobardía. Y no, ciertamente, por su
composición y organización, sino por la idea de que era honroso servir al rey
de España, este ejército, que se componía de españoles y extranjeros, de
voluntarios y de gentes procedentes de levas, fue un verdadero ejército nacional,
el primer ejército nacional de la Edad Moderna. Este ejército, que era considerado
una escuela de honor, en que los tránsfugas y parias podían ganar de nuevo la
consideración social, pasó a constituir un ejemplo para el resto de las
naciones. Era también puerto de refugio para todo género de aventureros. Y
precisamente en ese azar de honores y derrotas se veía su valor educativo,
confortador, rehabilitador ante Dios y ante los hombres. En la aventurosa carrera
militar, los sanos de espíritu y los valientes se sentían a sus anchas, los
débiles mal, y los frívolos adquirían la gravedad de que estaban faltos. Servir
en el ejército español no fue solo una escuela del honor y de la aventura, sino
también un penal donde iban a purgarse delitos pasados. Junto a los voluntarios
militaban los penados, ora en la infantería, ora en galeras. En una galera real
termina sus días Guzmán de Alfarache, y sólo ahí llega a la plena conciencia de
su vida y a un íntimo arrepentimiento. El autor de la famosa historia escribe:
“La vida del hombre milicia es en la tierra: no hay cosa segura ni estado que
permanezca perfecto, gusto ni contento verdadero”. (Pp. 123-124)
…
Cuando se ha empezado […] a estudiar sin prejuicios la influencia de
la Inquisición y de la censura sobre la literatura española y las bellas artes,
se ha puesto en claro, con gran sorpresa, que dicha influencia es escasísima.
La presión ejercida sobre el pensamiento, que consideramos hoy como algo
intolerable, apenas la sintieron entonces ni siquiera las mejores cabezas ni
los espíritus más delicados. Y eso que debe tenerse en cuenta que los españoles
distaban mucho de tener una mentalidad servil, pues experimentaron siempre un
gran placer en sublevarse, protestar y desobedecer… (Pp. 139-140)
[En el drama español] lo mismo que en un sueño, lo sublime se desarrolla, naturalmente, al lado de lo ridículo, y la gravedad más profunda junto a las vulgaridades y las burlas, llegando incluso a hacerse, por ese contraste, más profunda la profundidad de lo ensoñado. Así logra la poesía española, del contraste de lo excelso con lo vulgar, su unidad espiritual y artística. Se parece al claroscuro, que forma del blanco y negro su unidad y su mundo. (P. 57)
…
Esta historia nos
enseña
que para Dios todo
es fácil,
y que en el mundo
es posible
ser un hombre santo
y sastre.
(Santo y sastre,
de Tirso de Molina, citado en p. 72,
que sigue:)
En la manera de ver el
mundo, y en el arte de los españoles, lo divino está en íntima relación con lo
humano, y el héroe tiene junto a sí al bufón como amigo inseparable…
…
[Hablando de los Ejercicios
espirituales de san Ignacio y
extendiendo a la cultura española la cosmovisión subyacente]
En una palabra, el
hombre, señor de los animales y de las cosas, con el único fin de servir a la
gloria de Dios, fue el ideal teocrático de una vida, a la vez espiritual y
militar, según el cual se encaminan el monje y el soldado, el hidalgo y el noble,
el rey y, con él, toda la nación. La gloria del hombre se eleva así hacia la
gloria de Dios, la cual, a su vez, glorifica el sentimiento humano del honor.
(p. 121)
Si el que llega es un caminante, ayudadle con cuanto podáis; pero no permanecerá entre vosotros más que dos días, o, si hubiera necesidad, tres. Si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso.
Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, 12, 2-4
De mi segunda lectura de Algunos caracteres de la cultura española, de Karl Vossler, que en su momento dije me resultó difícil de resumir, anoto algunos pasajes de interés.
La literatura [española] es en el siglo XVI, y especialmente en el
siglo XVII, completamente distinta de lo que fue en la Edad Media, y, si no me
equivoco, siente usted [Hugo von
Hofmannsthal] más afición por esta
poesía barroca que por la medieval. Pero hay un gran motivo que persiste y
actúa en la literatura de ambas épocas a través de todas las vicisitudes de su
historia y de los distintos estilos: es lo que pudiéramos llamar sentimiento
metafísico del honor o, quizá mejor, militarismo religioso. (P. 10)
…
En la España de
entonces [Siglo de Oro] se
literalizaba* la vida y se vivía la literatura. Si no, ¿cómo
hubieran podido surgir Don Quijote y esta Dorotea? Las dos obras son un espacio
poético que se superpone a la vida de un hombre, que se introduce en ella, que
la colorea, la eleva, la adorna, la hermosea, la embriaga y también la falsea,
hasta que, ante la muerte y la eternidad, se desploma todo su esplendor.
(P. 47)
*Sic en la traducción de Austral. Hoy
diríamos más bien literaturizaba.
…
…que seamos como los
españoles de los grandes tiempos fueron: que nos sintamos dichosos de vivir,
que seamos exaltados y hasta —¿por qué no—frívolos, impresionables y blandos,
pero también vigilantes siempre en lo tocante a las cosas eternas. […] En estos tiempos de relajamiento y molicie [1924],
a los que estamos condenados, se recrea
uno de buen grado en una literatura y un pensamiento como los españoles. (P.
48)
…
Para el francés, tiene
la palabra, en alto grado, un valor activo, práctico y eminentemente realista. Para
el español, mucho menos. (P. 58)
Victor Hugo se interna ahora en el territorio de la picaresca, con Gavroche, el hijo de los Thenardier abandonado a su suerte en la calle, y sus amigos del milieu, como se dirá más tarde. Exhibe de paso sus conocimientos sobre la jerga delincuencial, a la que dedica además una de sus, a estas alturas, ya difícilmente soportables digresiones. Este mundo de la delincuencia callejera se toca con otros dos, uno de índole privada cual es el del romance entre Marius y Cosette y otro de carácter político como el de las barricadas de la revolución liberal de junio del 32. Porque el chico y la chica por fin se encuentran y se entregan a uno de los más azucarados idilios que recuerda la historia de la literatura. Pero Jean Valjean, que no se siente seguro en París, decide embarcarse para Inglaterra con su pupila, lo que ocasiona en los enamorados el desgarro que cabe esperar, al tiempo que Valjean sufre un terrible ataque de celos. En fin, en las barricadas acaban confluyendo los miserables por su pobreza: Gavroche, Éponine, Mabeuf; el miserable por amor, Marius, y los idealistas amigos de Marius. Ninguno de ellos, como personaje, vale la mitad de los de Galdós o Tolstoi, pero el tremendo folletín se sigue leyendo con emoción.
__
__
Una vez más, me complace que esta gente se relaje fumando y
bebiendo en vez de chupando ramitas, y anoto un guiño del guionista: en un
momento dado, un médico dice que no cree que el paciente, a quien han
tiroteado, se muera, porque supondría tener problemas con la censura. Vamos,
que Franco mandaba también en Bélgica, si ustedes me entienden…
__
El escepticismo, esa caries de la inteligencia…
…
“¿No se ha casado usted nunca?”. “Se me olvidó”, dijo.
…
Leer en voz alta es afirmarse a sí mismo lo que está
leyendo. Hay personas que leen muy alto y parece que se están dando su palabra
de honor de que es cierto lo que leen.
…
…con todas las formas más deliciosas de la mujer en ese
momento preciso en que se combinan aún con todos los encantos más candorosos de
la niña, momento fugitivo y puro que sólo pueden expresar estas dos palabras:
quince años.
Existen, sabido es, ateos ilustres y fortísimos […] En cualquier caso, aunque no crean en Dios, son unas inteligencias tan grandes que son la demostración de Dios.
[Tiene sentido, pero no creo que los ateos del tiempo de
Víctor Hugo fuesen unas inteligencias tan grandes. Ni los de cualquier otro
tiempo.]
…
…con las penas de los
castigados y la sonrisa de los premiados [se refiere a las monjas que hacen
penitencia por los pecados de la humanidad]
…
Nunca había sido mala,
lo cual es una bondad relativa.
…
¿Es que siempre hay
que andar proscribiendo algo? ¿Qué salimos ganando con quitarle el oro de la
corona a Luis XIV y raspar el escudo de armas de Enrique IV?
No podemos impedir al pensamiento que vuelva a una idea como no se puede impedir al mar que vuelva a una orilla. Para el marinero, eso se llama la marea; para el culpable se llama el remordimiento. Dios hace crecer el alma como el océano.
…
El señor Madeleine solía
ir a las tres a ver a la enferma. Como la puntualidad era bondad, era puntual.
…
El velo que llevan es
noche tejida
[Casi una greguería, ¿no? Se refiere a unas monjas
penitentes, vistas por él con ojos de progresista escandalizado]
…
[Aquí, en cambio, el progresista menosprecia las filosofías
ateas]
Lo curioso es el aire altanero,
superior y compasivo que esa filosofía a tientas adopta frente a la filosofía que
ve a Dios. Es como si oyésemos exclamar a un topo: ¡Qué pena me dan esos que
hablan del sol!
(Selecciono algunas frases de Los miserables que me parecen afortunadas o dignas de consideración)
…de la misma forma que
es imposible amar demasiado, no es posible orar demasiado.
…
[Jean Valjean, tras sus conversaciones con el obispo de
Digne]
¿Le decía al oído una
voz que acababa de cruzar la hora solemne de su destino; que ya no había para
él término medio; que, si no era en adelante el mejor de los hombres, sería el
peor; que, por así decirlo, ahora tenía que subir más alto que el obispo o caer
más bajo que el galeote; que, si quería volverse bueno, tenía que volverse
ángel; que, si quería seguir siendo malo, tenía que convertirse en monstruo?
…
…rebosante de esa
caridad que consiste en dar, pero que no contaba, en igual grado, con la
caridad que consiste en entender y perdonar.
…
Le parecía que podían
verlo… Por desgracia, lo que quería dejar fuera ya había entrado; lo que quería
cegar, lo estaba mirando. Su conciencia.
Su conciencia, es
decir, Dios.
Tal vez algunos me echarían en cara que hago una lectura
reduccionista; pero, si piensas, como don Langlois,
no solo que “si hay alguien que pueda aproximarse con objetividad y libertad al
rostro oculto del enigma, ese es ciertamente el hombre que piensa y vive en la
fe de Jesucristo”, sino que la esencia del arte narrativo está en “la
recreación del acto libre, del albedrío humano que se mueve dramáticamente
entre las solicitaciones del bien y el mal, y de cara a un Dios presente o
ignorado que es el sentido final de nuestra elección libre”, entonces el decir
que Al este del Edén me parece una de
las novelas más cristianas que se han escrito es el elogio más completo que se
puede hacer de una obra literaria.
“Cristiano”, según este punto de vista, implica también buen
hacer artístico, ya que el arte se acerca a la Verdad a través de la estética.
Una mala biografía novelada de un santo sería una obra muy bienintencionada,
sin duda, pero no una gran novela cristiana. Y Al este del Edén no es la mala (aunque trepidante) novela que creía
Vargas Llosa, sino una producción
equiparable a las grandes del siglo XIX.
Se ha hablado de Caín y Abel y del hijo pródigo. Algo hay de
eso, incluso implícito en el título y en el nombre del protagonista, Adam
Trask. El mal parece triunfar sobre su hijo Cal mientras que el bien lo hace
sobre Aron, pero no todo es tan sencillo, por supuesto. Hay que contar con
condicionantes de todo tipo, como son las actitudes del padre hacie ambos, la
figura de la madre descarriada o las distintas sensibilidades de cada hermano
hacia el pecado.
Todo pecador es redimible… con su propia cooperación, y así
como Cathy, la madre, rechaza la gracia y se hunde conscientemente en el mal
hasta el fin, Cal se abre al perdón de su padre (Adam, pero también Dios,
aunque eso no se diga de modo explícito). Steinbeck,
por tanto, no cae en la herejía progresista que lanza sobre la sociedad o sobre
los genes toda la responsabilidad del mal: Cathy es responsable de su perdición
y Cal de su vuelta a la casa paterna, figuradamente hablando.
¿Y qué decir del chino Lee? De algún modo es la voz de la
eterna sabiduría, que está ahí y uno puede seguirla o no, y que (no es más que
un criado) no te va a forzar a hacerlo, aunque nunca abandone su solicitud por
la familia.
Y no me aventuro a decir más (por ejemplo, de otros
personajes como la familia Hamilton) porque ya digo que me separan cinco años
de su lectura. En todo caso, me pareció que, con este relato, Steinbeck estaba muy cerca de la fe
católica, si no la tenía ya.
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Esa tercera parte de Los
miserables presenta, internamente, dos partes a su vez: una descriptiva,
donde Víctor Hugo se dedica a
trazarnos el perfil de varios grupos sociales del París del XIX, en los que se
encuadran los personajes: el de los golfillos (gamins), el de los jóvenes posrevolucionarios, el de los ladrones;
y otra parte narrativa, un auténtico thriller,
donde Hugo se muestra como todo un Alejandro Dumas, llevándonos de emoción
en emoción en un enfrentamiento a muerte entre Valjean y Thenardier.
Y, para llevar la tensión al límite, Javert.
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Si hacemos caso a los expertos, esos relatos artúricos
encierran un gran simbolismo. Lo cierto es que, si prescindimos de eso, se
trata de productos bastante anodinos, a no ser que uno tenga imaginación para
representarse “los pendones y estandartes y banderas, los castillos
impugnables, los muros y los baluartes”, que decía Jorge Manrique. Y peor aún si leemos, como es el caso, una
traducción en prosa: es como si te cuentan una película en vez de verla.
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La tercera persona narrativa se ciñe al punto de vista de
ella: con sus ojos vemos cucarachas, vecinas sangrantes y cuadros con figuras
cambiantes, y con nuestros propios ojos vemos que estamos ante una mujer
desequilibrada, sin que nos lo cuenten otros personajes, que seguramente lo
intuían. Su paranoia, o como se llame técnicamente, la lleva de acongojarse por
el pensamiento de que su marido (novelista) se ha inspirado en ella para un
personaje desagradable hasta la obsesión por creerle un asesino. El final es
hasta cierto punto previsible pero el interés no decae, aunque quizá no haya
para tanto como dicen los de la solapa.
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Pío Baroja
publicó este artículo en el Diario de
Navarra el 1 de septiembre de 1936. Lo cita el ABC del 24 de junio de 1939, lo que no es que sea mucha garantía,
pero le daremos el beneficio de la duda. (Mantengo la puntuación y alguna otra
pequeña irregularidad del original).
UNA EXPLICACIÓN
Yo no sé si en este
momento en que en España no se oye más que el estampido de los cañones y el
crepitar de los fusiles y ametralladoras, vale la pena de [sic] que un escritor dé una explicación de sus
ideas, que veo que se comentan por ahí sin exactitud.
Yo no soy un escritor
sistemático. Mi pensamiento ha sido siempre el intentar ver en lo que es.
Meses antes del
advenimiento de la República, a mí me asombraba el que la mayoría de los
escritores y profesores de Madrid, Ortega y Gasset, Unamuno, Azorín, Marañón,
no vieran que detrás de la República tenía que venir un intento de revolución
social y de comunismo, en parte dirigido por los judíos de Moscú.
A mí me parecía un
hecho casi matemático. Yo muchas veces dije a los amigos:
--Si la república
burguesa viene, o tendrá que ametrallar a la gente de la calle, o tendrá que
pactar con ella.
A todos los que decía
esto, me achacaban de [sic] pesimista
o de reaccionario.
Tanto lo creí así, que
el día que se marchó el rey, estuve en la redacción de Ahora con un amigo para saber noticias, y los redactores
me dijeron:
--Baroja, estamos de
enhorabuena. Ya tenemos la república.
Yo no creía que
estábamos de enhorabuena, y se lo dije al director:
--Yo pienso lo
contrario de ustedes, le indiqué. Supongo que la República va a ser un
desastre, pero como no me parece bien, dimito porque no puedo engañar. Voy a
dejar de escribir en el periódico. Así lo hice durante un tiempo.
Al comienzo, Marcelino
Domingo, este maestro de escuela pedante, aseguró que iban a imitar a Thiers y
a constituir una república conservadora, como Francia después de la guerra del
70. Ni ellos mismos saben lo que han hecho después. Han ido solamente
arrastrados por las aguas del río, sin saber a dónde.
Primero había que
hacer Cortes Constituyentes. Todos los políticos ansiaban que llegara el
momento de brillar, de mostrar su arte de histriones. La gran batalla oratoria
terminó con una Constitución ridícula, la número 13 de España. De esa Constitución
no se pudo llevar a la práctica absolutamente nada.
La cuestión era
lucirse, charlar con luz y taquígrafos, según la medicina de don Antonio Maura.
El parlamentarismo no
ha demostrado más, sino que es un buen medio para los arribistas, para los
ambiciosos que van a hacer su carrera.
Con la gran batalla
política y parlamentaria, vino lo que se llamó el enchufe y vimos a ministros,
a subsecretarios y a diputados echándoselas de conquistadores en automóviles
charolados, con cupletistas y camareras en restaurantes y cabarets, en una cachupinada continua.
Estos Petronios de
escalera de servicio no veían el interés del país sino el éxito, y para obtener
el éxito ante el público, cualquier cosa puede venir bien. En España se dice,
cuando en las corridas hay muertos y heridos, que hay hule. En un ambiente de
sensacionalismo así, es imposible que se haga nada serio. Se dicen las cosas
más absurdas. Así un concejal socialista de Madrid ha asegurado que la
prehistoria es una ciencia reaccionaria. Lo mismo ha podido decir que la
geografía es comunista.
Toda esta algarada
parlamentaria la ha jaleado la Prensa, porque para ella las reseñas de los
escándalos del Congreso son un ingreso que ocasiona poco gasto.
Después del primer
bienio, tuvimos el segundo tan malo como el primero. Fue la lucha entre el león
y la serpiente. El león Lerroux y la serpiente Azaña. ¡Qué león! El león era un
viejo tonto, vacuo, con unos cuantos lugares comunes en el cerebro. La
serpiente, un ateneísta pedantesco, que manejaba unos cuantos tópicos manidos
de literatura francesa.
El león acabó como un
presidente de un casino de jugadores de ventaja, en un asunto de tahúres, con
un reloj que le regaló un judío holandés y una promesa de unas pesetas que no
se las dieron.
La serpiente hizo su
nido en el Palacio Real y pensó cambiar las decoraciones, para él poco lujosas,
y ser algo como el Rey Sol de la República. ¡Pobre gente! Y todo ha estado a la
misma altura. El pueblo se ha sentido mixtificado tomando como reales unas
bambalinas de cartón.
Las oficinas de la
Reforma agraria tenían trescientos o cuatrocientos empleados con sueldo, y para
todos ellos, para recorrer España y estudiarla en el terreno, un automóvil
Ford. Marcelino Domingo no iba nunca a las sesiones de la Reforma agraria, a la
que tenía tanto cariño en público. Quizá tenía que escribir sus magníficos
dramas en el ministerio.
Toda esta decoración
falsa, toda esta mentira que, si no la ha engendrado la República, le ha dado
una vida, hace que la gente, creyéndola una gran cosa, se lance a matar y a
morir.
El talento de Azaña y
el sentido jurídico de Sánchez Román y la democracia del adiposo judaico
Ossorio y Gallardo, que era gobernador de Barcelona cuando se fusilaba obreros,
y la austeridad de Largo Caballero, consejero de Estado de R. O. cuando la
Dictadura, el republicanismo de Alcalá Zamora, que fue monárquico, y el de
Maura, que también lo fue, y el comunismo de Valle-Inclán, que fue carlista;
toda esta serie de bolas recalentadas por una Prensa de gente mediocre, forma
como absceso y tiene valor para mucha gente del pueblo, que cree que defiende
con eso la civilización y el porvenir de España.
Este tumor o este
absceso, formado por mentiras, es de desear que lo saje cuanto antes la espada
de un militar.