...si la ausencia de deseos y el conocimiento agradecido y humilde de la realidad no se parecen a la felicidad, prefiero no llegar a conocer dicho estado de ánimo.
El protagonista de La hermana, de Sandor Marai, enfermo e inmóvil.
...si la ausencia de deseos y el conocimiento agradecido y humilde de la realidad no se parecen a la felicidad, prefiero no llegar a conocer dicho estado de ánimo.
El protagonista de La hermana, de Sandor Marai, enfermo e inmóvil.
Y este es el planteamiento de esta aparente novela rosa
(destripe sin piedad: no hay final feliz): la tragedia de un hombre cuya
oportunidad para rehacer su vida parece al alcance de la mano pero no la puede
agarrar, como si un cristal a prueba de balas se lo impidiera: no solo la vida
de uno se halla a un continente de distancia de la de la otra, sino que hay un
compromiso (el de ella) de por medio. Por lo demás, ¿podría funcionar algo
fundado en un enamoramiento repentino y en una sinceridad parcial?
Una vez más Salisachs
brilla a gran altura en el análisis de los sentimientos, a menudo, sin embargo,
con cierta oscuridad expresiva, lo cual puede ser un lastre más que una
cualidad.
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El filósofo José Gaos cuenta en sus Confesiones profesionales que a veces Ortega y Gasset lo llamaba por teléfono para pedirle que lo acompañara a la Sierra de Madrid porque necesitaba un interlocutor para poder pensar.
Título y texto de Gregorio
Luri, El deber moral de ser inteligente,
prólogo.
La política puede ser relativamente honesta en los momentos en que la historia camina con paso tranquilo; en sus tormentas críticas, la única regla posible es el viejo adagio según el cual el fin justifica los medios. Nosotros hemos introducido el neomaquiavelismo en este país; los otros, las dictaduras contrarrevolucionarias, nos han imitado torpemente. Nosotros hemos sido neomaquiavélicos en nombre de la razón universal: esta es nuestra grandeza; los otros lo son en nombre de un romanticismo nacional; ese es su anacronismo. Por esto, a fin de cuentas, la Historia nos dará la absolución a nosotros, no a ellos…
En El cero y el infinito, “Segundo interrogatorio”, capítulo I.
De eso debían de estar todos convencidos. Al fin y al cabo,
es lo que dijo Fidel Castro cuando
lo detuvieron. La historia no sé, pero sus contemporáneos, aún hoy, son
enormemente más indulgentes con el comunismo que con otras dictaduras, salvo en
Europa del Este. Sin embargo, no creo que la causa sea la que aduce aquí
Rubashov. Los comunistas han sido maestros, entre otras cosas, en el arte de la
propaganda. En eso llevan años luz de ventaja y va a ser muy difícil
revertirlo.
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Mercedes Salisachs nos trae otra de sus historias de malcasados: muy buen producto si no lo hubiera ofrecido ya otras muchas veces, con aliños diversos. En esta ocasión el aliño también nos es familiar: el mundo del más allá, que aparece en Desde la dimensión intermedia, y la alternancia entre las experiencias ultraterrenas del protagonista y los desencuentros conyugales, muy terrenos ellos. Allí se trataba de los últimos momentos, preñados de lucidez, del muerto; aquí la autora se inventa un Valle que todavía no es el purgatorio, donde los muertos impenitentes gozan de una última oportunidad, con la ayuda de su ángel custodio. No es que sea muy ortodoxo así a la letra, pero en su espíritu late ese Dios misericordioso que no abandona a su criatura a no ser que ella se empeñe en rechazarle.
El cirujano Sergio Maritania se casa con Juana Bernal por su
belleza y su bondad, mientras que en ella coexisten la admiración y un amor
juvenil, no muy afianzado. El distanciamiento se produce a medida que él revela
una tremenda inseguridad que en lugar de buscar apoyo en su mujer opta por
desdeñarla en sus aspiraciones artísticas y buscar otras mujeres que nutran su
ego. Cuando muere en un accidente de tráfico, el custodio se encarga de
iluminar su conducta y despertar su contrición.
La obra ofrece interesantes sugerencias sobre el amor real y
aparente, sobre el autoconocimiento y el olvido de sí, sobre el dolor y el
egoísmo. Pero, una vez más, pesa la acumulación de desgracias a lo Sautier Casaseca y las caídas en un barroquismo
expresivo que empalaga más que agrada.
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Joseph Pearce trata de sacar a la luz “la clave católica oculta en su literatura”. Para ello parte de la base de que la cabal interpretación de una obra es la que se ajusta a la intención del autor, para lo cual habrá que bucear en su biografía: es decir, lo que José Miguel Ibáñez Langlois llama “la falacia biográfica”, que tiene, entre otros, el inconveniente de que dicha “intención del autor” puede fácilmente acabar coincidiendo con la tuya propia, sobre todo tratándose de muertos. Eso no impide que la vida del autor pueda, en efecto, arrojar luz sobe su obra, ni que el análisis de Pearce sea válido, o al menos tan plausible como otros.
Lo de “su literatura” peca de excesivo, porque Pearce limita su estudio a tres
obras de Shakespeare, bien que de
las más conocidas y logradas: El mercader
de Venecia, Hamlet y El rey Lear. El autor tiene siempre
presente la amistad del de Stratford con Robert
Southwell, jesuita y poeta que fue ejecutado durante la persecución de
Isabel I contra los católicos. En estas obras se hallan parafraseados algunos
de sus versos y la visión católica que entrañan. Hamlet, por su parte, estaría
defendiendo un concepto realista y cristiano de la vida frente a los “maquiavélicos”
y “nominalistas” Claudio y Polonio. Algo similar sucede en El rey Lear, que presentaría el conflicto entre un Estado moderno
que se atribuye facultades omnímodas y una heroína, Cordelia, que defiende la
dignidad humana tal como la entiende el cristianismo.
Como digo, se trata de una interpretación plausible,
estuviera o no conscientemente en la mente de Shakespeare cuando escribía estas obras. Y, desde luego, mucho más plausible
que la de aquel al que oí decir hace poco que no entendía cómo un cristiano
puede disfrutar a Shakespeare, cuyas
obras muestran que no hay Dios sobre nuestras cabezas. ¿Perdón…?
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…aquellas culminantes chisteras de hace veinte años, que parecían aparatos de calefacción o salidas de los humos de la cabeza.
Aunque la juez Lola
Mc Hor es la protagonista, no puede decirse que sea ella, como es de rigor en
el género, quien resuelve el caso, sino que más bien se ve involucrada y no le
queda más remedio que tirar adelante con ello, [destripe]
con la ayuda inestimable del FBI, auténtico deus
ex machina de la acción, que con sus avanzadas técnicas de seguimiento
consiguen, aun al margen de la ley, proteger a Lola y atrapar a los culpables [fin del destripe]. Aunque
no hay sorpresas a lo Agatha Christie (o al menos es una sorpresa muy
relativa), la autora consigue mantener el interés a lo largo de un volumen
respetable de páginas.
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Roosevelt no pudo ser más claro. “Hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener sólo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar”. Más de tres millones de alemanes murieron tras el anuncio oficial del final de la guerra. A los Aliados no les tembló el pulso a la hora de aplicar los mismos métodos de represión nazis: se sucedieron oleadas de pillaje y expolio de las ciudades ocupadas, violaciones masivas –se estima en más de 200.000 los niños nacidos en 1946 producto de esos ultrajes–, se reutilizaron los campos de concentración y exterminio –incluso los más infames: Auschwitz, Sachsenhausen, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen–, se expulsó a más de 16.000.000 de civiles de sus hogares, apenas se repartieron alimentos entre una población famélica… Como le espetó Patton a uno de sus asistentes al descubrir el horror de Buchenwald: “Todavía tenéis problemas para odiarlos?”
Giles Macdonogh, Después del Reich, cubierta
Emilio no tiene más que conocimientos naturales y puramente físicos. No sabe el nombre de la historia ni lo que es la metafísica o la moral. Conoce las relaciones esenciales del hombre con las cosas pero nada de las relaciones morales del hombre don el hombre. Apenas sabe generalizar ideas, o hacer abstracciones. Ve cualidades comunes en ciertos cuerpos sin razonar sobre esas cualidades en sí mismas. […] No busca en absoluto conocer las cosas por su naturaleza sino solamente por las relaciones que le interesan. No aprecia lo que le es extraño más que en relación con él. […] Se considera sin tener en cuenta a los otros y encuentra bueno que los otros no piensen nada de él. No exige nada de nadie y no cree deber nada a nadie. Está solo en la sociedad humana; solo cuenta con él mismo.
Rousseau, Emilio, libro III. Citado por Xavier Bellamy, Los desheredados, p. 43
El retrato del joven de nuestro tiempo es perfecto. Solo falla un detalle: “No exige nada de nadie”. El bípedo sin rabo de hoy lo exige todo… para él.
Quien piense que domina la lengua española, que lea a los
modernistas. Espigo unos cuantos terminacos de esta antología:
musmé: muchacha
japonesa.
farfalares:
faralaes.
napeas: ninfas que
residían en los bosques.
farandola: danza
de origen provenzal.
lijoso: sucio,
inmundo.
grofa: prostituta
(en R. Dominicana)
calandrajos: andrajos
garlar: hablar
mucho e indiscretamente.
manflota: burdel
máncer: hijo de
prostituta.
venturina: cuarzo
pardo amarillento
La mayoría los conoce Word, pero yo no. Hay que decir que el
Bacarisse de los primeros años no se mueve, como vemos, siempre entre
marquesas, sino también entre izas, rabizas y colipoterras, que decía el otro,
pero aplica a estos ambientes el mismo tratamiento preciosista. Y justifica sus
paseos por estos antros llamando a la revolución.
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Ahora podemos comprender
de modo preciso qué es el erotismo. Consiste en desgajar el primer elemento, la
sexualidad, para obtener una gratificación pasajera y prescindir de los otros
tres [amistad, proyección comunitaria, relevancia]. Ese desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo
priva de su sentido pleno y su identidad. Por eso es violento, aunque parezca
cordial y tierno. Pongo en juego la sexualidad a solas porque me interesa para
mis propios fines, y prescindo de la amistad. En realidad, no amo a la otra
persona; deseo el halago que me producen algunas de sus cualidades. Dejo,
asimismo, de lado la expansión comunitaria del amor. No presto atención a la
vida de familia que está llamado el amor a promover. Me recluyo en la soledad
de mis ganancias inmediatas. Por eso reduzco la otra persona a mera fuente de
gratificaciones para mí. Esa reducción desconsiderada es violenta y sádica. Puedo
jurar amor eterno a esa persona, pero serán palabras vanas, pues lo que
entiendo aquí por amor no es sino interés por saciar mi avidez erótica.
En Alfonso López Quintás, La palabra manipulada, primera parte, capítulo 1.
hacer limosnas por sí mismas de los bienes parafernales sin el consentimiento de sus maridos y aunque les pese a estos, pues no son esclavas. Entre esos bienes han de computarse los que adquiere la mujer con su trabajo y sin abandonar sus obligaciones con respecto a la casa.
Francisco de Vitoria
(1483-1546), citado aquí, página 76. [Negrita mía]
Algunas piensan en 2025 que han inventado los derechos de las mujeres.
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y pienso en lo que le habría gustado a Netanyahu.
Toda la república
puede ser lícitamente castigada por el pecado del rey. Si el rey declarase una
guerra injusta a otro príncipe, puede el que recibió la injuria saquear y
proseguir todos los otros derechos de la guerra hasta dar muerte a los súbditos
del rey, aunque ellos sean inocentes. Después de que el rey ha sido instituido
por la república, si él comete alguna insolencia, es imputable a la república. Por
esta razón tiene la república el deber de no encomendar esa potestad, sino al
que justamente la ejerza y use de ella, pues de otra suerte se pone en peligro.
[…]
La república tiene
autoridad no solo para defenderse, sino también para vengarse a sí misma, y
para exigir reparación por las injurias. Se prueba, porque como dice Aristóteles
en el libro tercero de los Políticos,
la república no podría conservar suficientemente el bien público y el propio
Estado, si no pudiese vengar la injuria e infundir respeto a los enemigos. Sin esto
los malos se harían más prontos y audaces para inferir injuria, si viesen que
podrían hacerlo impunemente…
Francisco de Vitoria,
en Relecciones. Citado aquí.
Lo tenían también muy claro, por cierto, las potencias
aliadas tras la Segunda Guerra.
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Lo esencial es pensar bien. Para cultivar bien el arroz, para fundir bien el acero, para cuidar bien a los enfermos, es preciso, en primer lugar, pensar bien. Antes de la Revolución Cultural, en las escuelas, las Universidades, los teatros, los periódicos, se pensaba mal. Valía la pena cerrarlos para, luego, ponerlos en condiciones de enseñar a pensar bien.
Kuo Mo-Jo,
presidente de la Academia de Ciencias de China en 1971, en entrevista con Alain Peyrefitte. Citado por Mercedes Rosúa en El archipiélago Orwell.
¿Digamos con perspectiva de género...?
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Arthur C. Clarke parecía sentir debilidad por los objetos extraterrestres de perfectas formas geométricas. Hay que reconocer que tienen su punto inquietante. En esta ocasión, al contrario que en el monolito de 2001, sabemos que se trata de una nave espacial y sabemos lo que contiene.
Como en aquella otra historia, el objeto es localizado y,
tas las pertinentes discusiones, una expedición se dirige allá. Clarke despliega toda su imaginación
para reproducir todo lo que el ser humano podría experimentar en un espacio
cilíndrico, rotante y con la mitad de la gravedad que en la tierra. Todo es
difícil de seguir, claro, para los que tenemos unas nociones de física cercanas
al cero absoluto. En cuanto a lo que allí encuentran, no resulta menos
imaginativo, aunque lejano de toda historieta de marcianos. Eso sí, en una
historia exenta de violencia y de muerte, como esta, Clarke sabe mantener el interés y es fácil reconocer al narrador de
2001. Cortando los capítulos en el
momento justo y anticipando algo emocionante que luego, en efecto, no defrauda,
te hace pasar por encima de las complicaciones científicas que dan nombre al género
y te incorporas a la aventura sin problema.
¿Ideas? No, solo la vieja manía cientifista de que somos una
puñetera caca en la inmensidad del universo, pues Rama, contra todo pronóstico,
no se achicharra en el sol sino que activa sus mecanismos y, tras tomar energía
del propio sol, prosigue viaje sin que los que los que lo construyeron (¿y
quizá lo tripulaban?) den la menor señal de que el efímero contacto con la raza
humana les importe un comino.
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Nos estaban hablando en clase de la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” que se proclamó en tiempos de la Revolución Francesa. Un alumno preguntó si también se incluía en ella a las mujeres y, en tal caso, cómo se explicaba que éstas no hubieran conseguido el derecho de voto en Francia hasta después de la Segunda Guerra Mundial. El profesor le contestó que, en realidad, esa afirmación de igualdad ante la ley no la incluía pero que no podía sacarse la conclusión de que hubiesen decidido dejarlas fuera a sabiendas. Ese aspecto de la realidad, nos dijo, era, sencillamente, inconcebible, “invisible” para los hombres de entonces.
Me intrigó ese asunto y
cuando empezaron a interesarme más la prospectiva y la futurología me di cuenta
de lo fundamental que era acordarse constantemente de que, en cada época, los
hombres no son capaces de ver algunas cosas. Y en esto, por descontado, se
incluye también nuestra propia época. Vemos cosas que nuestros antepasados no
veían; pero había cosas que sí veían y nosotros ya no vemos; y, sobre todo, hay
incontables cosas que nuestros descendientes verán y que nosotros todavía no
vemos, porque nosotros también tenemos nuestros “puntos ciegos”.
Elena Medel reúne una buena selección de la obra de Juan Eduardo Cirlot, un poeta difícil de antologar por su afición a los poemas extensos y a los libros conceptuales. La compiladora opta por ofrecer fragmentos, en la mayoría de los casos. No sé si al propio autor le hubiera gustado, pero sí que sirve para hacerse una idea de la poesía de este hombre, que no sé si calificar de “difícil” porque no se trata de entender o no entender, si lo he entendido. Cirlot trataba, al parecer, de aplicar a la poesía la técnica musical de Schoenberg, el dodecafonismo. El resultado es, a veces, esa poesía “permutativa”, hecha a base de combinar palabras o incluso letras, de un modo que a veces hace excusada la lectura, como en el caso de las permutaciones con el nombre de Enger Stevens: enger, egner, eengr, etc. otras veces nos hallamos ante rupturas sintácticas, como en el caso del título del poemario Donde nada lo nunca ni. Pero, en la mayor parte de su obra, vemos una poesía de filiación surrealista (también quizá simbolista, vale), con frases que desafían la lógica y que crean un ambiente onírico y desasosegante, pero eso sí, en este caso, manteniendo unos ritmos tradicionales (endecasílabo, alejandrino) manejados por mano experta. Lo que te hace pensar que es cierto que, para ser un buen artista de vanguardia antes hay que dominar bien la parte académica.
La sensación de haber perdido el tiempo viene compensada por
la esperanza de que, con el tiempo, llegues a sintonizar con este tipo de
poesía.
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como algunos dicen, sino humilde, agradable y manso, y tanto que suele perder de su derecho por no dar a quien bien quiere pesadumbre; y más, que, como todo amante tiene en sumo precio y estima la cosa que ama, huye de que de su parte nazca alguna ocasión de perderla.
(Los trabajos de Persiles y Sigismunda)
…creo que hasta el cambio de relaciones entre Guido y yo empezó el día en que me avine a ocultar algo a mi marido.
Guido era su jefe, con el que empezó a tontear hasta que se impuso la cordura (Valeria, en Cuaderno prohibido)
La historia no tiene un fin en sí misma, sino que se halla,
el fin, fuera de ella, en la eternidad. Es, pues, como cabía esperar en Berdiaev, una visión cristiana de la
historia. La cual no es más que un eón dentro del plan divino, puesto en
marcha, este eón, por la libertad humana. Concretamente, dice Berdiaev, es la libertad para el mal lo
que pone en marcha la historia, lo que nos hace suponer que el autor piensa
que, si el hombre no hubiera empleado su libertad para el mal, probablemente no
tendríamos historia sino otra cosa. Pero eso no lo deja claro.
Según Berdiaev,
nos hallamos empezando la época que sucede al Renacimiento, caracterizada por
una nueva barbarie cuyas caras más visibles son el capitalismo y el socialismo,
éste consecuencia de aquél. La edad antigua se habría caracterizado por una
vida del hombre a ras de naturaleza, dando a este concepto un carácter
negativo, opuesto a lo espiritual. Fue en la Edad Media cuando el cristianismo
se encargó de llenar de espiritualidad al ser humano, el cual acumularía unas
fuerzas que desplegó en el Renacimiento, época de creatividad y de libertad,
pues él considera que en el mundo medieval esta libertad se encontró represada,
no sabemos por qué, o al menos a mí no me queda claro. Pero el Renacimiento se empeñó
en volver a lo clásico, cosa que ya no era posible dentro de la nueva espiritualidad
cristiana. Por eso acabó por agotarse y aquí estamos, en una nueva barbarie que
espera su nueva edad media (título de una de sus obras más conocidas y poco
editadas).
He dicho dos veces que algo no me quedaba claro, pero no quiero
dar la impresión de que el libro es oscuro. Antes bien, estas tesis quedan bien
explicadas y no dejan de resultar convincentes en lo fundamental. Como filósofo
de la historia, fue Berdiaev uno de
los mejores intérpretes de su tiempo.
que la aceptación es una de las formas capitales de la realización de la libertad. […] Sigismunda no prefiere, no elige. Como decíamos, su modo de elegir consiste en la manera de aceptar. O, si se quiere, obedecer; en ello cifra su libertad. Recuérdese [sic] las palabras que dice Auristela a Periandro: “Mi albedrío lo es para obedecer” (I, 106).
Luis Rosales, Cervantes y la libertad, segunda parte, capítulo III
O, como diría Kierkegaard, “su libertad es inclinarse ante el poder eterno”.
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A nadie le gusta trabajar en sábado.
Tiene algo de indecente, va contra la naturaleza humana. El sábado es
el día que antecede al domingo y el más idóneo para dar una patada a las
tensiones […] Con un sábado tan
encantador, qué mejor que encender un fuego en la chimenea de tu pisito,
encender un cigarrillo y olvidarse del mundo…
Y así. Lo que no obsta para que las situaciones,
objetivamente, sean tan violentas como las que más en este género. Hay quien
exagera el punto trágico. McBain lo
desdibuja con su narración casi coloquial y sus diálogos chispeantes y resulta
incluso más eficaz.
El título, por su parte, responde a otro de los rasgos de
este autor, y es que los policías no son solo protagonistas por investigar y
resolver el caso, sino por ellos mismos y sus circunstancias, reflejadas, ya
digo, con una retranca tan fina como amable, en las antípodas del héroe de Mankell, por ejemplo, siempre tan
agonías.
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diga a Rivas Cherif, en marzo de 1936, que
el pánico de un movimiento comunista es equivalente al pánico de un golpe militar*,
porque ahora se nos quiere hacer creer que tal peligro no
existía y fue un invento de las derechas.
*Carta del 29.03.1936, citada por del Rey y Álvarez Tardío
en Fuego cruzado.
se sirven de los hombres ilustrados cuando quieren triunfar sobre el poder establecido, pero cuando se trata de mantenerse en él, suelen mostrar un desprecio grosero por la razón.
Mme. De Staël, La literatura y su relación con la sociedad,
segunda parte, capítulo III.
Patricia Highsmith utilizó a este personaje, Tom Ripley, para gozarse en eso que los reac llamamos inversión de valores. El estafador y asesino disfruta de la empatía que tiene todo protagonista con el narrador y acaba librándose de las trampas de los antagonistas, como los buenos de toda la vida. Y los lectores normales no podemos evitar el asco cuando habla de sus crímenes (en conversaciones o a través del narrador) con la frialdad de Herodes Antipas, “a Juan lo decapité yo…” y tal. Por más que sea muy amigo de sus amigos y muy cariñoso con su esposa.
De todos modos, no sé las otras, que solo conozco por el
cine, pero esta última salida de Tom Ripley resulta fallida. La trama, que conecta
con anteriores episodios, es mínima, y las conversaciones con la mujer, la
criada y los amigos aburren a las ovejas. Esto es que Ripley vive en un pueblo
de Francia con su mujer Héloise y se ve de pronto acosado por un tipo que se ha
instalado allí y que no para de insinuarle que conoce su historial criminal.
Ripley a duras penas mantiene la calma pero la suerte acaba favoreciéndole de
modo bastante chusco. La Highsmith
que conozco se halla presente a través de algunos detalles macabros, como los
trajines con un cadáver descabezado. Poca cosa para lo que ha sido.
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1984 no me chocó la idea de una tiranía socialista que instalara pantallas espía en cada casa; lo que me resultó poco creíble es que siguieran funcionando al cabo de un año.
Muy agudo Carlos
Esteban en La Gaceta (“La pulsera”,
25 de septiembre de 2025)
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¿Por qué lloraba Jesús, el todopoderoso, el omnisciente, el Salvador que derrotó la muerte con su Resurrección? ¿Y por qué lloraba justo antes de resucitar a Lázaro?
Al recordar cómo al
final luchaba por respirar el cuerpo deteriorado de mi padre, lo entendí por
fin. Jesús sollozó porque la muerte es horrible, toda muerte, incluso la muerte
de un hombre bueno, incluso la muerte de alguien que se va con Dios. Jesús lloraba
porque la muerte, igual que el Alzheimer o la infertilidad, no es lo que él
quiso para nosotros. No formaba parte del plan original de Dios. Jesús nos
salvó de la muerte final; crea un bien mayor a partir del dolor de la muerte;
pero la muerte nos sigue horrorizando porque así es la propia naturaleza de la
muerte: horrible.
Colleen Carroll
Campbell, Mis hermanas las santas,
“Llorando con Jesús”
La interpretación personal no está ausente del libro, pero
se reduce al mínimo. Predomina, como cabe esperar, una visión positiva del
personaje, mencionando los errores cuando se los estima como tales. Al tratarse
de una biografía y no de la crónica del régimen, los hechos históricos son narrados
con suma brevedad, salvo los que atañían de modo decisivo a la evolución del
régimen, como la cuestión del Sahara.
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Digo habas por lo de que en todas partes cuecen y por lo que hemos tenido que soportar los católicos a propósito del famoso Índice de libros prohibidos.
Augusto Comte redactó
una lista de cien títulos, los únicos que los positivistas ortodoxos podían
consultar con cierta utilidad, ya que el “korán” [sic] positivista lo decía todo.
(En Vintila Horia,
Los derechos humanos y la novela del siglo
XX, capítulo 2, 9)
No me avergüenzo de haberme equivocado… o, al menos, me importa muy poco, por no decir nada, en comparación con lo que sentiría si pensara mal de él o de sus hermanas. Permíteme ver las cosas del modo más favorable, del modo en que todo resulta comprensible.
Jane, en Orgullo y prejuicio, capitulo XXIV
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--Lo que no quita que, en la práctica, las mujeres alcancen escasa talla como ajedrecistas… Para que se haga idea: en la Unión Soviética, donde el ajedrez es pasatiempo nacional, sólo una mujer, Vera Menchik, llegó a considerarse a la altura de los grandes maestros.
--¿Y a qué se debe
eso?
--Puede que el ajedrez
requiera demasiada indiferencia respecto al mundo exterior.
(En Arturo
Pérez-Reverte, La tabla de Flandes,
capítulo XI)
Jesús nos ha dicho que somos la sal de la tierra, no el azúcar del mundo.
En Se hace tarde y anochece, capitulo 17
Los sucesos de Amberes [saqueo e incendio de la ciudad por los españoles amotinados] fueron terribles, en efecto. Con todo, Y para poner las cosas en su contexto, conviene subrayar que aquel no fue el único ni el más terrible de los saqueos que sufrieron las ciudades flamencas, y que tampoco fueron los españoles los más salvajes a la hora de saquear. Cuatro años más tarde, los ingleses llegarán a Malinas, ciudad fiel en ese momento a España, y la someterían a ¡un mes! continuado de saqueos, violaciones y asesinatos, sin dejar escapar ni una iglesia, ni una casa. Aún más: llegaron al extremo de arrancar las lápidas de los sepulcros para venderlas después en Inglaterra.
José Javier Esparza,
Tercios, capítulo 18
Hasta Pau Casals, que yo pensaba que habría salido en el 39, salió antes, huyendo de la Barcelona republicana y de las amenazas de muerte de los asesinos anarquistas.
Henry Kamen,
citado por Jesús Laínz, La gran venganza, capitulo I.
(Previamente había escrito: “Los exiliados más famosos de
entonces huyeron de la República, no de Franco: Juan Ramón Jiménez, Ortega,
Marañón, Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga”).
(En 1977, el grupo británico Sex Pistols lanza el LP titulado Never mind the bollocks, que en español viene a decir “Me importa tres cxxxxxx”)
Las tiendas de discos [británicas] se negaron a vender el álbum, las emisoras no lo radiaron… Tuvo que venderse dentro de una bolsa negra. La policía inglesa envió agentes tienda por tienda poniendo tiras adhesivas negras sobre la palabra bollocks. Se multó a las tiendas que desafiaron al sistema y lo exhibieron en sus escaparates.
En Jordi Sierra i Fabra, Historia del rock, capítulo 19
¿Y aquí? Yo, al menos, lo vi en poder de un compañero mío de
colegio, sería poco más de esa fecha, 78 o 79. Ya teníamos “libertá y
democracia”, pero para Otegui y los suyos era todavía el franquismo…
Cuando nos esforzamos por ser piadosos, que es lo que debemos hacer, las fórmulas de oración tienen una gran ventaja, que es apartarnos de una piedad egocéntrica, moderar las emociones, darnos paz, recordarnos quiénes somos y dónde estamos, llevarnos hacia un modo de ser más sereno y más puro, y a un hondo e imperturbable amor de Dios y de los demás, que en eso se encierra toda la ley y la perfección de la humana naturaleza.
Newman, Sermón
20, en Sermones parroquiales, 1
algo malo y complicado a la vez, algo así como cometer un adulterio en ruso.
(En El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall)
A ver si va a ser por eso por lo que la aristocracia rusa aprendía francés…
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Hay dos clases de agnósticos: los que lamentan no poder creer en la revelación, pues comprenden su belleza y su justicia; y los que se alegran de no necesitar creer en ella, porque así pueden matar, robar, oprimir, y lujuriar sin temor a ser castigados cuando mueran. A mi entender, la mayoría de los autores modernos dignos de mérito pertenecen al primer grupo. Cuando Lytton Strachey escribió acerca de los defectos que encontraba en los caracteres del cardenal Manning, de Florence Nightingale, del general Gordon y de la reina Victoria, estoy dispuesto a creer que no le guiaba un impulso menos noble que el deseo de hacer conocer imparcialmente la verdad. Sin embargo, se equivocó en un doble aspecto. Como hombre inteligente que era, debiera haber sabido que lo verdaderamente sorprendente no es que el cardenal Manning fuera en algún momento un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos, sino que un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos llegara a ser un cardenal Manning. Porque, el que un pecador se remonte a la práctica de la virtud es prueba mucho más contundente de la gracia de Dios, que no prueba de la inevitabilidad de la victoria satánica el que un hombre virtuoso caiga una o dos veces en el pecado. La segunda cosa que debiera haber sabido Strachey es que, por muy elevada que sea la intención que le dicta, el derrotismo es en definitiva un peligro para la sociedad. Lo es, porque la mayoría de los lectores son tan estúpidos que no saben ver el fin moral perseguido por el autor, como es el conocer y dar a conocer la verdad, y, en cambio, llegan a la conclusión de que nadie en el mundo obra inspirado por un desinteresado amor a Dios o a la humanidad, sino que incluso los mejores hombres son, consciente o inconscientemente, interesados y egoístas, y que ellos serían uno locos si no se volviesen también egoístas e interesados. Tome, por ejemplo, a Mr. Noel Coward, cuyas comedias están teniendo tanto éxito. Yo estoy seguro de que a ese joven autor le guía una santa intención y que escribe sus comedias en calidad de sermones, pero no estoy nada seguro,en cambio, de que sea ese el espíritu con que el público va a aplaudirlas.
Padre Smith, en El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall, capítulo XVI
Poe se embarca (nunca mejor dicho y tal) en una de marineros y le sale bastante bien, pero se le nota el paño y pronto se ve que no es una Isla del tesoro o cualquier historia de Julio Verne o Emilio Salgari. Conforme avanzamos, lo macabro, lo inexplicable o lo vagamente sobrenatural va asomando, hasta que cobre protagonismo en la última parte. Por otra parte, la falta de costumbre hace que los episodios trepidantes coexistan con los tediosos: con estos últimos me refiero a largas descripciones de lugares y costumbres. Sobre el final, disputant auctores: ¿no pudo concluirla, lo dejó así adrede?, y si fue esto último, ¿fue por desidia o con plena intención de dejarnos tan intrigados como lo estaba la propia humanidad con respecto al continente antártico por aquellos años?
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En su sencillez, resulta más realista (más cercana al “pecador
medio”, por así decirlo) que las titánicas luchas entre el pecado y la gracia
que nos presentan Bernanos y
compañía. Tanto Smith como sus hermanos de sacerdocio y los fieles de ambas
iglesias poseen visos de realidad que tampoco vemos en las grandes
construcciones existenciales de nuestro tiempo y menos en los peleles de la narrativa
hispanoamericana contemporánea, por ejemplo. Aunque solo sea porque estos
personajes (los de Marshall) son
capaces de virtud tanto como de pecado y de apreciarla cuando la ven (la
virtud). El humor latente es otra de las bazas del autor, un humor que se
advierte ligado al optimismo sobrenatural propio de la fe católica y que se
sobrepone a dramas muy reales que incluyen injusticia y muerte.
En definitiva, la novela edificante que uno daría como regalo
de fin de curso a un estudiante, en la época en que eran capaces de entender un
libro.
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