Nos estaban hablando en clase de la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” que se proclamó en tiempos de la Revolución Francesa. Un alumno preguntó si también se incluía en ella a las mujeres y, en tal caso, cómo se explicaba que éstas no hubieran conseguido el derecho de voto en Francia hasta después de la Segunda Guerra Mundial. El profesor le contestó que, en realidad, esa afirmación de igualdad ante la ley no la incluía pero que no podía sacarse la conclusión de que hubiesen decidido dejarlas fuera a sabiendas. Ese aspecto de la realidad, nos dijo, era, sencillamente, inconcebible, “invisible” para los hombres de entonces.
Me intrigó ese asunto y
cuando empezaron a interesarme más la prospectiva y la futurología me di cuenta
de lo fundamental que era acordarse constantemente de que, en cada época, los
hombres no son capaces de ver algunas cosas. Y en esto, por descontado, se
incluye también nuestra propia época. Vemos cosas que nuestros antepasados no
veían; pero había cosas que sí veían y nosotros ya no vemos; y, sobre todo, hay
incontables cosas que nuestros descendientes verán y que nosotros todavía no
vemos, porque nosotros también tenemos nuestros “puntos ciegos”.