En la primera parte asistimos al malcasamiento de Lolita con
uno de los tipos más despreciables que ha producido la literatura de la Salisachs, un militar y aristócrata
egoísta y prepotente que, en plena posguerra, se lucra vendiendo armas medio
inservibles a países africanos y para colmo delata como único culpable a su
socio. Tienen tres hijos que, muy comprensiblemente, les salen rana: gigoló,
comunista, drogadicta… La segunda parte nos lleva a la actualidad (últimos años
del felipismo) y consiste en el diálogo catártico entre Lolita y su amor de
siempre, Carlos Hondero, al parecer el protagonista de La gangrena. Por fin, la sinceridad, que faltó hasta entonces en
las relaciones interpersonales, se abre paso.
La historia privada transcurre en paralelo con la historia
española, en la que se implican los hijos, cuya vida acaba dando un vuelco para
mejor. En La España Bis, diario
fundado por uno de ellos, es fácil reconocer a El País y su deriva sectaria, que en la novela es obra no del hijo
sino de otro de los fundadores. Le perdono a la autora su visión
unilateralmente negativa del franquismo (no puedo con estos monárquicos, de
verdad) con base en los tópicos más groseros de la izquierda. Se lo perdono,
digo, por esta descripción del felipismo:
De golpe desterraron la ética, el buen gusto, la moderación y la
sensatez, para sustituirlo todo por la horterada, la anarquía, la prepotencia y
la corrupción. Querían enseñarnos a vivir a costa de desterrar de nuestro
panorama la razón de la vida, para sustituirla por la razón del sexo. Nos
aseguraban que “progresar” era matar antes de nacer, que perder la inocencia
era menos importante que perder un programa de televisión, que sustituir la S
del seso por la X del sexo era lo que permitía que la humanidad fuera feliz.
Que los prejuicios eran conatos de “moralina caduca” y que creer en Dios era la
más aberrante forma de anclarse en el pasado. Dios los estorbaba. Dios no se
avenía con aquel disparatado afán de lucro, de violencia, de terrorismo
solapado que suponía, ya entonces, fomentar pornografías, violencias y
aberraciones.
El Señor fue misericordioso con doña Mercedes y se la llevó sin que llegase a conocer el sanchismo.
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