22 febrero 2025

Bacteria mutante

La verdad es que ya no recuerdo a ninguno de los personajes de La gangrena, así que no puedo identificarlos en esta secuela. Una secuela negra, negrísima. Es como una Historia interminable con desgracias en vez de monstruos. Hace falta todo el talento narrativo de Mercedes Salisachs para que no abandones la lectura, medio muerto de depresión. Pero bueno, Lo que el viento se llevó es así en cierto modo, y el final es más consolador que allí, algo así como Astérix y Obélix cuando, después de una desavenencia, se abrazan llorando, ¡buaaa! El perdón gana la partida.

En la primera parte asistimos al malcasamiento de Lolita con uno de los tipos más despreciables que ha producido la literatura de la Salisachs, un militar y aristócrata egoísta y prepotente que, en plena posguerra, se lucra vendiendo armas medio inservibles a países africanos y para colmo delata como único culpable a su socio. Tienen tres hijos que, muy comprensiblemente, les salen rana: gigoló, comunista, drogadicta… La segunda parte nos lleva a la actualidad (últimos años del felipismo) y consiste en el diálogo catártico entre Lolita y su amor de siempre, Carlos Hondero, al parecer el protagonista de La gangrena. Por fin, la sinceridad, que faltó hasta entonces en las relaciones interpersonales, se abre paso.

La historia privada transcurre en paralelo con la historia española, en la que se implican los hijos, cuya vida acaba dando un vuelco para mejor. En La España Bis, diario fundado por uno de ellos, es fácil reconocer a El País y su deriva sectaria, que en la novela es obra no del hijo sino de otro de los fundadores. Le perdono a la autora su visión unilateralmente negativa del franquismo (no puedo con estos monárquicos, de verdad) con base en los tópicos más groseros de la izquierda. Se lo perdono, digo, por esta descripción del felipismo:

De golpe desterraron la ética, el buen gusto, la moderación y la sensatez, para sustituirlo todo por la horterada, la anarquía, la prepotencia y la corrupción. Querían enseñarnos a vivir a costa de desterrar de nuestro panorama la razón de la vida, para sustituirla por la razón del sexo. Nos aseguraban que “progresar” era matar antes de nacer, que perder la inocencia era menos importante que perder un programa de televisión, que sustituir la S del seso por la X del sexo era lo que permitía que la humanidad fuera feliz. Que los prejuicios eran conatos de “moralina caduca” y que creer en Dios era la más aberrante forma de anclarse en el pasado. Dios los estorbaba. Dios no se avenía con aquel disparatado afán de lucro, de violencia, de terrorismo solapado que suponía, ya entonces, fomentar pornografías, violencias y aberraciones.

El Señor fue misericordioso con doña Mercedes y se la llevó sin que llegase a conocer el sanchismo.

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