La gran venganza es una recopilación de artículos que fueron publicados en Libertad digital, pero responden a una tesis común: lo que padecemos en España a día de hoy es la venganza de los derrotados en la guerra civil de 1936-39, a cargo de sus herederos políticos. La cínicamente llamada Ley de memoria democrática no sería sino el instrumento más visible de esa venganza; una ley que viene a oficializar un relato sobre la guerra civil que favorece a las izquierdas y deja a las derechas como vergonzosas herederas de quienes se alzaron contra un régimen democrático e instauraron una dictadura.
Más cierto, sin embargo, es que, a la altura de 1936, quien
no podía acreditar una filiación socialista o comunista tenía su vida y su
propiedad entregada al arbitrio de las turbas. De hecho, el deseo de república
fue tan fuerte en algunas cabezas políticas e intelectuales como rápido el
desencanto de la república que realmente se instauró: empezando por Ortega y su temprano “no es esto, no es
esto” y terminando por muchos que corrieron a esconderse bajo el capote de Franco cuando vieron los dientes a los
hunos, que decía Unamuno (cómo poner
peros, aunque los haya, a los hotros,
dejó escrito Marañón, aunque sin la
h, que es también de la paternidad del bilbaíno). A todos estos que, contra lo
que sucede en la biología, empezó a desarrollárseles la vista en la madurez,
dedica Laínz la parte más extensa
del libro: Ortega1, Pérez de Ayala2 y Marañón3, “padres de la república”; Unamuno4, antimonárquico,
anticlerical y antimilitarista; Alcalá-Zamora5,
presidente del invento hasta que a Azaña
le dio la gana; Lerroux6,
“viejo tragacuras”, en expresión joseantoniana; Clara Campoamor7,
activa militante de varios partidos de izquierda; Julio Camba7,
ex anarquista condenado “por escarnio al dogma católico”; Wenceslao
Fernández Flórez8, admirador de los gobiernos de progreso del norte de Europa; Menéndez Pidal9,
faro de eruditos liberales; catalanistas como Cambó10 y Gaziel11; Pío (“el impío”) Baroja12; Azorín13,
admirador de Bakunin y Kropotkin; Pedro de Répide14, cantor de las
glorias de la Rusia soviética, y muchos otros que nunca se definieron
políticamente salieron por piernas del Madrid de la democracia y el progreso o
expresaron de un modo u otro la necesidad apremiante de que los alzados ganaran
la guerra para poder vivir en relativa paz y libertad.
La última parte del libro vaticina el último acto de esta gran venganza, que sería el derribo de
la monarquía. Cosa que en sí no me importa demasiado (¡oh Letizia huésped de algún emir!), salvo porque sea la rúbrica de una
España cubanizada o venezolanizada; o, peor aún (corruptio optimi pessima), percebelandizada.
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1La constitución republicana era “lamentable, sin
pies ni cabeza ni el resto de materia orgánica que suele haber entre los pies y
la cabeza”.
2 “El respeto y amor por la verdad moral me
empujan a confesar que la República española ha constituido un fracaso trágico…
Desde el comienzo del movimiento nacionalista, he asentido a él explícitamente
y he profesado el general Franco mi adhesión, tan invariable como
indefectible”.
3 “Si los rojos ganaran, yo no volvería, jamás, a
España. Si los otros ganan, con sus defectos y todo, iré. Prefiero la
Inquisición a la Inquisición + pedantería + mentira + hipocresía”.
4 “El gobierno de Madrid y todo lo que representa
se ha vuelto loco, literalmente lunático. Esta lucha no es contra una república
liberal, es una lucha por la civilización. Lo que representa Madrid no es
socialismo, no es democracia, ni siquiera comunismo. Es la anarquía, con todos
los atributos que esta palabra temible supone”.
5 “El gobierno no gobernaba. El desorden era
dueño de campos y ciudades, allí realizando robos y usurpaciones, aquí saqueos,
incendios e incautaciones, sin detenerse ni en Madrid mismo y sin que nadie
intentara evitarlo”.
6 “El ejército no se sublevó: actuó en funciones
de poder supletorio cuando todos los demás perdieron su eficacia y su
legitimidad… A la hora presente nuestro ejército no solo defiende la
independencia nacional, amenazada por hombres y doctrinas que niegan la patria,
sino también el hogar, la familia, la propiedad, el honor de nuestras mujeres,
la vida de nuestros hijos, la religión de nuestros padres, ¡hasta la tumba de
nuestros mayores, que ha sido sacrílegamente profanada!”
7 “La anarquía que reinaba en la capital ante la
impotencia del gobierno y la absoluta falta de seguridad personal, incluso para
los liberales –o quizá sobre todo para ellos—me impusieron esa prudente medida
[embarcar para Italia]”.
8 “Una mayoría parlamentaria en la que había
hombres procesados por robo, histéricos, analfabetos, energúmenos, estorbaba
cualquier discusión con el rápido gesto de sacar la pistola del bolsillo… Y la
sangre corre bajo la complacida mirada de los ministros, de la policía, de los
periódicos que trafican con las ideas de una muchedumbre inmensa de hombres
envenenados de rencor”.
9 “Mentira. Yo no firmé ninguno [manifiesto de
apoyo a la República]. Me firmaron sin consultarme, como era práctica entonces.
Me firmaron porque no había libertad de prensa para protestar… ¿Qué luto debo
guardar a la fenecida república? Yo no disfruté prebenda alguna de monarquías,
dictaduras ni repúblicas”.
10 “Tiene que haber vencedores y vencidos, y
todos debemos desear que venzan los militares a pesar de las molestias que nos
puedan causar, pues con ellos, quizá contra su voluntad, se salvará Cataluña y
se nos ofrecerán mil ocasiones para ir restaurando los estragos de este periodo
de demagogia roja”.
11 “Lo que ocurre es, sencillamente, que aquí no
se puede vivir, que no hay gobierno: las huelgas y los conflictos, y el
malestar, y las pérdidas, y las mil y una pejigueras diarias, aun descontando
los crímenes y los atentados, tienen mareados y aburridos a muchos ciudadanos.
Y en esta situación, buscan instintivamente una salida, un alivio, y no
encontrándolos en lo actual, llegan poco a poco a suspirar por un régimen donde
por lo menos parezcan posibles.
12 “Yo creo que, si los militares son vencedores
y tienen alguna discreción, la mayoría de los españoles podrá vivir
medianamente. Quizá habrá conflictos obreros, no sé. Ahora, si los rojos
ganaran, lo que me parece poco probable, y siguieran una política como hasta
aquí, sería la vida caótica y sin sentido”.
13 “Franco, estratega eminente, se nos revela en
la paz como un político consumado. La paz de Franco es, en suma, una obra
maravillosa de fina política… Franco, como estadista, tiene una cualidad
inapreciable: se adelanta, con previsión cauta, a los acontecimientos. Tengamos
fe profunda en Franco”.
14 “Inolvidable momento aquel en que pisé suelo
liberado [Tánger]. Al apearnos en la forzosa detención de aquella frontera, se enturbiaron
mis ojos y sentí que se levantaba mi corazón como si quisiera alcanzar la
bandera, nuestra bandera, la única, la cobijadora de nuestra cuna y la
merecedora de nuestra vida. Adelanteme unos pasos y besé un puñado de tierra”.
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