08 julio 2024

Si la memoria no me falla

Encontramos a un Girón cuyos años “no están ya para burlarse con la otra vida” y quizá por eso resulta bastante suave en sus apreciaciones, sin juicios de valor ácidos, como quien recuerda con satisfacción las buenas obras realizadas y nada más. De hecho, estas memorias abarcan hasta la muerte de Franco y la entronización de Juan Carlos I, dejando aparte, como si no hubieran existido, los años de la democracia.

Le vemos como universitario en Valladolid, armando ya gresca con sus camaradas del grupo de Onésimo Redondo; como voluntario en el Alto de León, enardeciendo con el Cara al sol a los menos esforzados; de ministro de Trabajo durante quince años, en los que trató de llevar a cabo una igualdad efectiva entre los españoles con la creación de centros de formación para los trabajadores (universidades laborales y demás), en lo que él interpretaba que era la realización del ideario falangista (“yo no dejé ninguna revolución pendiente”); y siempre como consejero y hombre de confianza del Jefe del Estado, incluso en los tiempos en que el falangismo empezó a ir de capa caída. Lo que más destaca en estas memorias, es, de hecho, esa relación de fidelidad a Franco, ampliamente correspondida (siempre si hacemos caso a su testimonio), hasta el punto de hacerle el caudillo el honor del tuteo (cosa insólita en el personaje) en su último encuentro.

Girón escribe correctamente, incluso velando la típica retórica falangista que en malas manos resulta chirriante. No parece el halcón o el león que ten fiero solían pintar, pero, desde luego, no ha variado (no varió) un ápice sus convicciones. Para él, Franco y la Falange formaban un todo armónico al que dedicó todos sus esfuerzos. Si lamentó que ese todo se fuese disgregando, no percibimos aquí ya un tono de desgarro o de anatema sino de sereno estoicismo, tal vez al propio de quien tenía ya puesto el pie en el estribo.

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