Patricia Highsmith utilizó a este personaje, Tom Ripley, para gozarse en eso que los reac llamamos inversión de valores. El estafador y asesino disfruta de la empatía que tiene todo protagonista con el narrador y acaba librándose de las trampas de los antagonistas, como los buenos de toda la vida. Y los lectores normales no podemos evitar el asco cuando habla de sus crímenes (en conversaciones o a través del narrador) con la frialdad de Herodes Antipas, “a Juan lo decapité yo…” y tal. Por más que sea muy amigo de sus amigos y muy cariñoso con su esposa.
De todos modos, no sé las otras, que solo conozco por el
cine, pero esta última salida de Tom Ripley resulta fallida. La trama, que conecta
con anteriores episodios, es mínima, y las conversaciones con la mujer, la
criada y los amigos aburren a las ovejas. Esto es que Ripley vive en un pueblo
de Francia con su mujer Héloise y se ve de pronto acosado por un tipo que se ha
instalado allí y que no para de insinuarle que conoce su historial criminal.
Ripley a duras penas mantiene la calma pero la suerte acaba favoreciéndole de
modo bastante chusco. La Highsmith
que conozco se halla presente a través de algunos detalles macabros, como los
trajines con un cadáver descabezado. Poca cosa para lo que ha sido.
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