Aunque estos sermones tratan, por supuesto, del amor de Dios
y del amor a Dios, llama la atención que la palabra
obediencia se encuentre 93 veces por 82 que aparece
amor. Ya nos advierte el traductor que
por
obediencia entiende
Newman el ejercicio de las virtudes
cristianas, es decir, el
portarse bien.
Y también de que algo queda de calvinismo en este
Newman todavía no católico. En efecto, en los primeros sermones el
futuro santo nos sugiere que ese
ser buen
chico es una muestra de la predilección del Señor, de contarse entre sus
elegidos (palabra con 14 recurrencias en
el libro, siempre referidas a esto). Me pregunto si
Newman habría sido motejado de pelagiano en nuestros días, en que
se prefiere poner el acento en el amor a Dios y en su infinita misericordia. De
todos modos, no está mal que nos recuerden de vez en cuando que
Dios no te salvará sin ti.
Se entiende, por otra parte, que Oscar Wilde dijera aquello de que la católica era una Iglesia de
santos y pecadores, y que para señores respetables ya estaba la anglicana. Sin
embargo, hay varios sermones en este volumen que tratan sobre el fariseísmo y
que parecen dar una respuesta anticipada (datan de 1829-32 más o menos) a esa
ironía wildeana: la tal respetabilidad no tiene nada de malo siempre que tú
cuides de no hacer tu limosna delante de
los hombres.
Me he quedado con bastantes párrafos que iré colocando aquí.
De momento, vaya esta frase que podría adornar un calendario: La alabanza del mundo se parece mucho al
desprecio. Sí, ¿no?
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