Manuel Halcón
retrata lo que conoce, es decir, la clase alta andaluza. Anita Peñalver no es
una aristócrata, sino una burguesa terrateniente, una snob, y sobre el
esnobismo se hace teoría abundante en la novela. Aquí el término no lleva carga
negativa, pues Anita está perfectamente integrada en su sociedad. En los
tiempos de la literatura social, era todo un atrevimiento escribir sin el menor
asomo de crítica sobre un personaje así: rica, prendada de su belleza, que
simultanea la religión con los escarceos extramatrimoniales, que da a los
pobres de lo que sobra (“ir de pobres”: qué encantadora expresión) y frecuenta
los mejores hoteles. Pero no hay que pensar que estemos ante un chato cuadro
costumbrista con un personaje-tipo, porque la levadura, por así decirlo, del
buen hacer de Halcón hace cobrar
volumen a su personaje hasta conseguir, como dijo Pemán, “una de las creaciones de mujer más totales de la
novelística contemporánea”. Cosa que no pueden decir Ferlosio ni Goytisolo.
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