06 octubre 2024

Monólogo de una mujer fría

Estamos, ante todo, ante un retrato. Hay por ahí antologías sobre ese fino arte, los libros de texto te traen ejemplos de Galdós, de Clarín, etc. Bien, aquí el retrato es toda la novela. E imagino que el libro se vendió no solo entre la aristocracia andaluza, que no es tan numerosa como para hacer un best-seller. En los años franqueos había dos tipos de novelística: la que leía la gente (Luca de Tena, Salisachs, el propio Manuel Halcón) y la que leía (la que leería más tarde, sobre todo) el alumnado de enseñanza media, instado por sus profesores (Goytisolo, Sánchez Ferlosio, Martín Santos). El caso es que lo que leía la gente estaba lejos de ser la purria kenfolletiana o julianavarresca de hoy, pues eran productos de primera calidad. Ya he comentado aquí ejemplos sobrados.

Manuel Halcón retrata lo que conoce, es decir, la clase alta andaluza. Anita Peñalver no es una aristócrata, sino una burguesa terrateniente, una snob, y sobre el esnobismo se hace teoría abundante en la novela. Aquí el término no lleva carga negativa, pues Anita está perfectamente integrada en su sociedad. En los tiempos de la literatura social, era todo un atrevimiento escribir sin el menor asomo de crítica sobre un personaje así: rica, prendada de su belleza, que simultanea la religión con los escarceos extramatrimoniales, que da a los pobres de lo que sobra (“ir de pobres”: qué encantadora expresión) y frecuenta los mejores hoteles. Pero no hay que pensar que estemos ante un chato cuadro costumbrista con un personaje-tipo, porque la levadura, por así decirlo, del buen hacer de Halcón hace cobrar volumen a su personaje hasta conseguir, como dijo Pemán, “una de las creaciones de mujer más totales de la novelística contemporánea”. Cosa que no pueden decir Ferlosio ni Goytisolo.

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