27 febrero 2008

Helena o el mar del verano


Esta breve narración vio la luz en 1952 con no mucha fortuna,y la reedita ahora El Acantilado con unas elogiosísimas notas críticas en la contraportada. Me parece hiperbólico decir que es "uno de los diez libros más importantes de la narrativa española del siglo XX", sobre todo porque gran parte de su contenido queda a ras de tierra, limitado a unos recuerdos infantiles narrados infantilmente y a la altura de lo peor de Delibes y de Jiménez Lozano: "por la tarde la playa estaba llena de sol color naranja y había nubes blancas y olía a tortilla de patata". ¡Vade retro!


Por fortuna, levanta el vuelo. La última parte es una égloga exquisita donde este nuevo Pedrito de Andía canta sus sueños de amor adolescente con fraseología griega, o latina. Este sueño de amor viene a ser la réplica a los escrúpulos morales que le carcomen en la primera parte, otra de las cumbres de la narración. El joven que había visto en la religión sólo un mundo de preceptos dificilísimos de cumplir y la amenaza constante del infierno lo olvidará todo cuando se sepa amado por Helena: de nuevo el amor "que mueve el sol y las demás estrellas" viene a solucionar una visión estrecha del mayor de los misterios. Y el verano está ahí como acompañamiento de esa plenitud. En realidad, el mayor atractivo de la prosa de Ayesta está en haber recreado el verano al modo en que lo ve un niño: una recuperación de la infancia que a todos nos gustaría experimentar alguna vez.


Nota redactada en julio del 2001. El autor es Julián Ayesta.