José María Valverde fue catedrático de Estética, pero su labor en este campo es mucho menos conocida que la que llevó a cabo como poeta y como crítico. La editorial Trotta emprendió hace unos años la publicación de sus obras completas, en las que figuran rarezas como estas Cartas de 1959. Es una obra breve que en gran parte viene a ser una muestra de su pensamiento en torno al arte y la belleza, expresado sin las rigideces que impone la cátedra, como si fuera un escrito informal, las cartas a un amigo.
Uno espera, antes de abordar la lectura, que el cura al que se dirigen estas cartas sea un ceñudo consevador que mira el arte de nuestro tiempo con señorial desdén, y que Valverde va a reconvenirle haciendo una apología de dicho arte. No es así. El cura en cuestión -imaginario o no: en todo caso, Valverde no nos revela su nombre- todavía no lo es, sino que va a ser ordenado en breve. Y el autor no realiza una defensa cerrada de lo moderno frente a lo antiguo. En primer lugar, hay que decir que se refiere sobre todo al arte sacro y, lejos de un esteticismo superficial y pedante, subordina el arte a la finalidad que se persigue con un templo: que ayude a rezar, a elevar el alma a Dios. Devuelve, pues, al arte su función ancilar, así como piensa que ha llegado el momento de que la pintura recupere la armonía perdida con la arquitectura.
Nota redactada en julio de 2003.