Nunca me había topado una galería de personajes tan
grotescos y patéticos. Ni en Valle-Inclán, porque los de este tienen
mucho más de grotescos que de patéticos, si damos a esta palabra su
sentido original de "que mueve a compasión". Están como cencerros,
es lo primero que piensas. Pero después imaginé que tal vez la autora había
querido mostrar el aspecto que ofrecemos los seres humanos ante Dios cuando no
nos movemos a impulsos de la gracia. Quizá sea porque sé que Flannery
O´Connor era católica y quería escribir novelas católicas. Patético y monstruoso
es como ve un santo a un pecador, empezando por él mismo, claro; y con esto no
quiero canonizar a Flannery O´Connor, sino alabarla como artista. Está
pintando almas, almas irredentas, es cierto, para utilizar el concepto (la
redención) que obsesiona a Hazel Motes, un curioso predicador de una Iglesia
sin Cristo. Irredentas o víctimas del pecado de otros, como el universo
entero. Contemplándo a Hazel Motes, no puedo por menos de pensar en Dawkins
o en Hitchens, esos predicadores tan militantes que se dirían, en
efecto, apóstoles de su iglesia atea. Patéticos.
Para O´Connor, esta era una novela cómica. Lo es
también, y en particular uno sonríe con ciertas metáforas casi surrealistas
(¿habían oído alguna vez hablar de color rata para definir el de un
coche?). Pero humor negro, por supuesto, donde la risa se codea con el
estremecimiento. Lo grotesco y lo patético no escamotean el horror, pero del
mismo horror veremos surgir la salvación.
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