Absorto, Müller empezó a hurgarse la nariz. Eso lo
tuvo ocupado durante unos segundos, después de los cuales se examinó el pulgar
y el índice y luego se los limpió en las cortinas de Nebe. Era, pensé, un mal
augurio de la nueva Alemania de la que había estado hablando.
En Philip Kerr, Réquiem alemán
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